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Alejandro Socorro: “Cuba me produce mucha tristeza”

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Alejandro Socorro: “Cuba me produce mucha tristeza”

MIAMI, Estados Unidos.- Ha pasado unos 10 años alejado de los medios cubanos, pero aún en el imaginario popular se le recuerda como Víctor, el adolescente problemático que embarazó a Matilde en Doble Juego.  Después vino otro villano carismático: Fredy, vendedor de drogas y autor de uno de los dicharachos más populares de una telenovela cubana: “Salsa, manguito y cerveza”.

En esta década que lo perdimos de vista, la vida de Alejandro Socorro se ha transformado. Hoy vive en Miami, tiene un hijo de seis años y un empleo que nada tiene que ver con el arte, pero que le permite una vida digna. En estos años desapareció una de las personas que más ama y a quien no ha dejado de esperar.

Alejandro Socorro en la actualidad. (Foto: CubaNet)

—Háblanos de tu infancia, tu familia, el barrio en el que naciste.

—Nací en La Habana, exactamente en La Lisa, pero después me mudé a la Víbora, y posteriormente a Centro Habana. Todos son barrios muy pintorescos y de los que aprendí. También parte de mi infancia la recuerdo en Matanzas, en un pueblito de campo que se llama Pedro Betancourt. Vivíamos en una finca que se llama Arratia. De ahí era mi familia paterna.

Por eso cuando la gente me pregunta si soy habanero, prefiero decir que no, y me presento como matancero. Es como un homenaje que le quiero hacer a ese pueblito y a los hermosos recuerdos que tengo. Ahí con mi papá hacía excursiones, preparábamos pequeñas obras de teatro. Tuve una infancia muy feliz y rodeado de personas muy lindas.

—Entre esos recuerdos de tu infancia, ¿qué fue la obra Liborio, la jutía y el majá?

—Fui un niño afortunado porque mi papá era director de teatro, y ese era mi ambiente. Le mando un beso de aquí al cielo a Eddy Socorro. Mis padres estaban separados pero la custodia era compartida y todos los fines de semana iba con mi papá al Teatro Guiñol.

Él tenía un amigo en aquel tiempo que trabajaba en el teatro Buen Día y yo con seis o siete años veía obras, que todavía las tengo. Liborio, la jutía y el majá fue lo primero que hice en un escenario y actué junto mi papá.

—¿Qué representó Doble Juego?

—Recién había terminado la Escuela Nacional de Arte cuando un amigo me avisa de la audición. Te hablo del año 2000 o 2001. Luego de tres días de pruebas me dan la noticia de que había sido seleccionado para el personaje de Víctor Manuel.

Doble Juego me abrió las puertas como actor y de qué manera. Esa producción fue un suceso en el país. Guardo experiencias divertidas de algunas cosas que hacíamos. Éramos muy jóvenes e inmaduros.

Alejandro Socorro en la televisión cubana. (Foto: Facebook)

Además, súmale también trabajar con actores como Raúl Pomares, Armando Tomey, Normita Reina, entre otros. Eso fue impresionante para nosotros porque estábamos trabajando con figuras consagradas. Imagínate compartir escena con artistas que creciste viéndolos en cine y televisión. De ellos obteníamos consejos y guías de cómo era el camino. Fue un regocijo enorme esa experiencia.

Aprovecho ahora esta entrevista para enviar un beso a todos esos actores experimentados y jóvenes junto a los que aprendí.

Alejandro Socorro (a la derecha) con Raúl Lora (a la izquierda). (Foto: Facebook)

—Hay una frase que la imaginamos siempre con tu rostro y voz: “Salsa, manguito y cerveza”.

—Este es un personaje, que se llamaba Fredy, que a lo mejor la gente ni se acuerda que yo trabajé en esa novela, pero sí tienen presente la frase.

Ese parlamento, te confieso que estaba escrito de otra manera y el director Charlie Medina me sugiere modificarlo para que tuviera más cadencia y pegara más.

Nunca pensé que esa frase iba a despertar tanta empatía con la gente. Incluso recuerdo que en esos tiempos los almendrones allá en Cuba tenían puesto carteles que decían: “Salsa, manguito y cerveza”. La gente lo tomó como un dicharacho en esa época, y eso me alegraba porque era el resultado de mi trabajo.

—¿Por qué siempre el villano carismático?

—Mi papá me enseñó que la suerte no existe. La suerte se hace. Yo he interpretado villanos que han sido carismáticos. Algo que es peculiar porque casi siempre al villano de cierta manera la gente lo odia. Sin embargo, mi experiencia ha sido otra. A Víctor Manuel había parte del público que lo odiaba, pero también le perdonaban algunas cosas. Lo mismo pasaba con Fredy. En lo personal prefiero un “villano carismático” que un “ buena gente” plano. El primero sabe mejor porque tiene más matices. Ahí está el contraste.

Cuando el personaje de Fredy muere huyendo de la policía, recuerdo que muchísima gente se me acercaba y me decía: “Concho, no había que matarlo”, “Vaya que lo metieran preso, pero no tenía que morirse”.

Ese personaje vendía drogas, le hizo daño a la muchachita que era su pareja, robaba; pero al mostrarlo humano la gente sentía compasión por él. Ese trabajo lo hace el actor al exponer que todo no es blanco y negro.

—¿Cómo llegas a Estados Unidos?

—Primero vine de visita con una visa, pero sabes que el cubano habla mucho. Entonces quería quedarme y me aconsejan que no, que iba a estar ilegal. En fin, después de 25 días volví a La Habana.

En ese entonces tenía residencia en México y decidí que me iría definitivo porque ya no me sentía cómodo en Cuba. Me despedí de mi familia y llegué a Estados Unidos, cruzando por la frontera. Te estoy hablando de 10 años atrás. Era mucho más fácil que hoy.

—Empezar de cero cómo cambió tu vida personal y profesional.

—Es duro. La vida de un inmigrante es dura, pero agradezco el cambio y las ayudas sociales que tuve al llegar a este gran país, que ya es mío también.

Lo otro para tener en cuenta es que son culturas totalmente diferentes. Tengo aquí amigos que en Cuba nos veíamos para tomarnos una botella o cervezas. En una nueva nación esas dinámicas cambian, y lo primero es renunciar a tu profesión.

Yo aquí he hecho de todo: empecé limpiando piso en la Corte, después fui mesero, hacía Uber. He hecho miles de cosas, pero sin frustración porque yo decidí emigrar, y estas son algunas consecuencias.

Lo que sí he sentido es nostalgia, y un poco de arrepentimiento por no haber venido antes. Ojalá hubiese llegado con 23 para estudiar acá. Así hubiese tenido más oportunidades.

También te digo que me siento orgulloso de haber tomado ese avión, de haber cruzado esa frontera y hoy tener la dicha de estar hablando con ustedes acá, en Miami.

Además, llegué con 33 años, conocí a la mamá del niño y como al año y tanto, nace él. Con un hijo se suman nuevas responsabilidades.

Alejandro Socorro y su hijo. (Foto: Facebook)

—Hace poco dijiste que lo más importante para ti era ser recordado como un gran padre. Háblanos de tu hijo.

—Lo sostengo. Afortunadamente tuve excelentes padres y para mi niño, que tiene seis años, busco lo mismo. Te voy a hacer una anécdota para mostrarte cómo pienso.

Hay una persona que la consideraba mi amigo. Él se va a Cuba, se enamora de otra mujer, regresa y se olvida de sus hijos. Poco después de eso nos encontramos y me saludó muy efusivo. Lo detuve y le dije: “Te voy a ahorrar tiempo. No soy tu amigo, ni quiero serlo. Usted se fue para Cuba y se olvidó de sus dos hijos. Quien no es buen padre, no puede ser ni buen amigo, ni buena persona”.

Para mí lo más importante que hay en la vida es estar al tanto de mi hijo y de su mamá también, que se lo agradezco muchísimo. Lo segundo es ocuparme y ser un padre presente.

Foto: CubaNet

El que no quiere a un hijo, no quiere a nadie. Tú puedes ser el mejor actor, pero de nada vale si eres mal padre o un mal amigo. La popularidad es algo muy efímero y prefiero que la gente me recuerde por cosas más importantes.

Quizá podía haber hecho más profesionalmente acá, por ejemplo microteatro. Sin embargo, cuando nace Diego, la mamá es bailarina y coincidían esos horarios. Lo otro es que no siempre podíamos pagar para que alguien lo cuidara.

A ambos nos tocó sacrificarnos y lo hacía con gusto. Quizás ahora mismo, de haber tomado otras elecciones, estuviera en uno de los teatros más importantes de Estados Unidos, pero hubiese perdido tiempo con mi niño.

Prefiero tenerlo a mi lado antes que ser el artista más famoso del mundo o ser el tipo más exitoso. Los niños crecen muy rápido y el tiempo se va volando.

Por eso no cambio el tiempo con mi hijo por nada. Incluso cuando empecé a manejar rastra, la primera condición que puse fue trabajar solo de lunes a viernes. Los fines de semana recojo a Diego y estamos juntos. Termino de trabajar cansado y voy a buscarlo pues para eso soy un reloj. Mi hijo también me ha ayudado mucho.

Alejandro Socorro y su hijo. (Foto: Facebook)

—¿En qué estás trabajando ahora?

—Manejo un camión. Soy el artista camionero. Te puedo enseñar en mi teléfono una pila de amistades que he hecho que son médicos, psicólogos y hasta dos o tres artistas que los he conocido en este empleo.

Económicamente es bien pagado y lo he aprovechado de otras maneras. He podido conocer casi todo Estados Unidos, excepto Chicago y Las Vegas. En los descansos entre una carga y la otra, estaciono el camión, tomo un Uber y me voy al centro a conocer la ciudad. Junto a mi trabajo hago turismo por cuenta propia.

—Has hablado de tu hermano y su desaparición cuando intentaba llegar a Estados Unidos. ¿Han tenido alguna novedad? ¿Cómo cambia la vida de una familia al tener a un miembro desaparecido?

—No hay un día de este mundo que yo no extrañe mi hermano y para mi mamá es un golpe muy duro. Ella es muy católica y todos los días le pide a Dios un milagro. Mi papá murió sin saber de su hijo y yo como hermano lo extraño tanto.

Hermano de Alejandro Socorro

Él y yo vivíamos fajados todo el tiempo por boberías, inmadureces. No sabes cuánto anhelo hoy esas discusiones. Extraño a mi hermano que era un tipo correcto, muy inteligente, que siempre me aconsejaba porque era medio loco. Con un familiar desaparecido todo cambia. Si alguien muere te resignas, pero que desaparezca provoca una fe rara.

Vives con la esperanza de que quizás lo encuentres un día. Aunque no creo que esté vivo desgraciadamente. Pienso que mi hermano no está en este mundo con nosotros. Es algo muy cruel y que te marca. Hay una canción del grupo Maná que yo no la puedo escuchar:

¿A dónde van los desaparecidos? Busca en el agua y en los matorrales
(¿Y por qué es que se desaparecen?)
Porque no todos somos iguales
(¿Y cuándo vuelve el desaparecido?)
Cada vez que lo trae el pensamiento

Esta tristeza, que no te tocaba, no se va. Pero ahí sigue el dolor por alguien que no merecía pasar por esto.

Te digo más: quisiera que mi hermano no viviera porque si mi hermano sigue vivo ahora mismo estaría pasando por situaciones muy difíciles. No es egoísmo porque uno siempre quiere que la persona esté viva; pero conociendo a mi hermano, después de 11 años, si no murió, está pasando por algo muy duro.

Si existe otro mundo, otra vida, lo prefiero allí feliz, disfrutando, divirtiéndose.

—La última vez que fuiste a Cuba, ¿cómo viste el país que dejaste?

—Hace dos años que no voy. Voy a ir ahora por un problema personal. No me estoy justificando, ojo. Voy a Cuba cuando se me vengan ganas. Eso se lo digo a cualquiera, pero no voy a hacer turismo porque no es un lugar para hacer turismo.

No sé si es que ha crecido la información o es que ha crecido el nivel de violencia en Cuba, pero me da miedo. No es como antes que yo paseaba por las calles tranquilo, confiado.

Lo otro que nos pasa a los emigrados es que la vida se divide en dos: “un antes de”… y “un después de conocer otro lugar”. Ya probamos lo que es vida y vemos nuestra Isla de otra manera.

Miro a Cuba y me provoca mucha tristeza la gente, mi familia, mis amigos. No quiero sonar metatrancoso pero cuando fui la última vez miraba a las personas caminar sin rumbo, como zombis. No sé qué futuro pueden tener esas personas, qué planes. Cuba me produce mucha tristeza. Viajaré para decirles a todos y a mi Isla: “hasta luego”. Ese país no es lo que yo dejé. Cuba ha tocado fondo.

—¿Qué es lo que más extrañas de Cuba personal y profesionalmente?

—Lo que más extraño es la familia que me queda: mi tía, mis primos, el batey Arratia donde crecí, aunque ya no es ni remotamente lo que fue en mi niñez. Echo de menos a los amigos, los socios, los buenos ratos que pasamos. Extraño tener una cámara delante.

Sobre mi profesión, y quizá suene duro, pero me caracterizo por ser honesto: lo que se está haciendo ahora en Cuba dista mucho en calidad de lo que hacíamos antes.

No te estoy hablando con añoranza, sino de lo real. Comparo las puestas en escena, la calidad actoral y dista mucho. No quiero hacer generalizaciones, pero en muchos casos esto es lo que contemplo. Tú me dices “vuelve a grabar algo en Cuba” y solo lo hago cuando todo lo que te he mencionado, cambie.

—Qué personajes: el bueno o el malo.

—El malo.

—El personaje de tu vida.

—Un mixto: Víctor y Fredy.

—El actor o actriz que más admiras.

—Miguel Navarro.

—El director con el que sueñas trabajar.

—Coppola.

—El momento de tu vida cuando pensaste: “ya no puedo más”.

—No ha llegado.

—El momento más feliz.

—Cuando nació mi hijo.

—Lo que más disfrutas hacer en tu tiempo libre.

—Estar con mi hijo

—Además de la actuación, en qué eres bueno.

—Ayudando a otros.

—Lo que más aprecias de una persona.

—La sinceridad.

—Lo que detestas.

—La mediocridad.

—Si vuelves a ver a tu hermano, que ojalá así sea, qué le dirías.

—Abraza a tu sobrino y pregúntale por qué lleva tu nombre.

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