LA HABANA, Cuba. – Yo tuve un amigo que tenía un sueño muy pesado, un sueño tan rotundo que hasta se hizo clásico entre sus conocidos. Mi amigo se tendía sobre su cama y unos segundos después ya estaba rendido y disfrutando en los brazos de Morfeo, ese a quien consideraba su mejor aliado, y hasta su mejor amante, el que le daba los placeres más grandes, y pocas veces lo contrariaba. Mi amigo solía repetir siempre, cuando yo le hacía reclamos porque no respondía a mis llamadas, la misma frase: “¡Niño, cuando yo duermo…, duermo!”.
Y si evoco ahora al amigo es porque me lo recordó Abel Prieto, ese Abel Prieto que, también, cuando duerme, duerme. Y espero que no crea el lector que yo dormí con él alguna vez. Si escribo este texto es porque yo vi, en una imagen publicada en las redes, a Abel Prieto dormido, despetroncado, rendido en ese “campo de batalla” que es la Asamblea Nacional. La imagen, dicen, fue tomada en una de esas sesiones de la reunión comunista.
Y fue sorprendente descubrir la identidad de aquel durmiente nada bello, y también su irreverencia. El dormilón resultó ser Prieto, un nombre de la nomenclatura comunista que alguna vez fuera jefe de la UNEAC, y también ministro de Cultura y “asesor del presidente”, y que ahora es el mandamás de Casa de las Américas. Abel Prieto, el siempre presidente de alguna cosa, se quedó dormido, y esta vez en medio de una sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Y supongo que esa dormidera en la Asamblea sea, para los comunistas, un “sacrilegio”. Abel Prieto de cabeza caída, y muy dormido, tanto que hasta se le pudo ver despetroncado, que es lo mismo que tener el cuello partido y la cabeza colgando, sobre el hombro del vecino de asiento más cercano. Y en tales condiciones no creo que pudiera atender al plenario y las aburridas intervenciones de sus jefes y tampoco a las de los muchos diputados que hacen uso de la palabra para decir lo mismo.
Abel debió aburrirse mucho. El hizo algo que podría ser considerado como una grosería a con sus jefes, un gran desaire. Abel Prieto cometió un pecado grande cuando se durmió mientras los otros “debatían”. El no escuchó los discursos exaltados, fidelísimos. El prefirió dormir, optó por el sueño y por despertarse con la unanimidad de los aplausos para incorporarse a ellos. Y a ese dormilón acaban de entregarle un doctorado honoris causa en la universidad de Pinar del Río, en esa ciudad en la que vino al mundo.
Una universidad muy joven y sin ninguna tradición académica, le regaló su honoris causa, ese que no precisa de una tesis doctoral que lo refrende. Una universidad muy joven y sin tradición alguna, le entregó el doctorado al señor Prieto, lo que lo convierte en un “doctorado de a dedo”. Y en Cuba, para recibirlo, solo se necesita de un ligero cabildeo entre comunistas, y de los apegos comunistas de quienes van a recibirlo. Recibir como recibiera Prieto el doctorado, sin quemarse las pestañas.
Prieto, ese que no precisa de una tesis doctoral que refrende sus saberes, que confirme sus investigaciones (si las tuviera), ya tiene su doctorado, uno que, como diría un amigo, es de “a de’o”. Aquí el Gobierno recomienda, más bien manda, y la institución universitaria, con gran aquiescencia, acepta, ejecuta, aplaude. El Partido ordenó y las universidades ejecutaron lo que se había decidido. Y Abel Prieto ya tiene su doctorado, ahora veremos que hace con él. ¿Se dormirá otra vez? A fin de cuentas, como dijera el grandísimo Jorge Luis Borges, “dormir es distraerse del mundo”, y eso puede ser lo que prefiere el señor Prieto.