LAS TUNAS, Cuba. — Conceptuado en el Código Penal cual “delito contra la seguridad del Estado” y tipificado como “propaganda enemiga”, durante años en Cuba el totalitarismo castrocomunista ha sancionado con penas de hasta ocho años de cárcel cualquier tipo de difusión, anuncio, cartel, reclamo o proselitismo político dirigido contra el “Estado socialista”, incrementándose esa sanción hasta 15 años de privación de libertad para quienes difundieran esas ideas por medios masivos de comunicación, y criminalizándose todavía hoy la opinión política contraria al discurso oficial como “propaganda contra el orden constitucional”, según la vigente ley penal.
Mientras en Cuba se hace apología criminal de una baladronada, “las calles son de los revolucionarios”, dicen, enviando a la cárcel masivamente a los cubanos que, en uso de sus derechos civiles, han manifestado sus opiniones públicamente, como ocurrió el 11J, aviesamente, y en usufructo de la democracia estadounidense, el régimen totalitario envía a Estados Unidos o allí selecciona y usa a quienes en jerga operativa se llama “personas de confianza” (PC), captados por oficiales operativos o brindados ellos mismos o a través de terceros, utilizando a esos individuos, sean profesores, estudiantes o becarios en universidades o con otras ocupaciones, periodísticas de antaño, o a cubanos o de otras nacionalidades residentes en la unión americana, e incluso a ciudadanos estadounidenses por nacimiento o naturalización, a ejercer labores de influencia de forma pública a favor de la dictadura más prolongada de este hemisferio.
Así hemos visto, y sólo por citar dos ejemplos, al profesor Carlos Lazo liderando manifestaciones, o a la mismísima hija del difunto comandante Barbarroja —quien fuera fundador de la Dirección General de Inteligencia y luego jefe del Departamento América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), a cargo de la subversión continental como su nombre lo indica— sí, a Camila Piñeiro, haciendo en Washington lo que en Cuba es “propaganda enemiga”.
Por su natural capacidad histriónica, talento indispensable en un jefe de dirección, oficial operativo, agente e incluso en una PC hasta para ejercer trabajo de influencia, observación, buzón, correo u otros, Barbarroja se hubiera sentido feliz de ver en Washington a su propia hija haciendo lo que los comisarios del PCC llaman “agitación y propaganda”. Pero no es nuevo. Esa “agitación y propaganda” la comenzó a hacer en Estados Unidos el mismo Fidel Castro antes de tomar el poder, cuando se hizo entrevistar en la Sierra Maestra el 17 de febrero de 1957 por Herbert Matthews, editorialista de The New York Times, quien hizo para el castrismo el primer gran aporte de influencia mediática, por lo que no sería raro que entre el 15 y el 27 de abril de 1959, invitado por la Sociedad Norteamericana de Directores de Periódicos, el dictador en ciernes hiciera una gira por Estados Unidos y, protegido por la policía estadounidense, hizo cuantas manifestaciones públicas le vino en gana.
Y, por sólo mencionar dos capas del gangrenado tejido de la sociedad estadounidense dañado por esa labor de trabajo operativo que no es aislado, sino sistémico, “público”, mediante el ejercicio de influencia u otras acciones por PC, o de trabajo operativo secreto mediante el empleo de agentes de penetración, reclutados no sólo para la obtención de información estratégica, sino lo que es más importante, que son los agentes con capacidad para modificar una situación operativa adversa, como hizo la convicta de espionaje Ana Belén Montes, que rebajó ante los ojos de Washington la peligrosidad subversiva de La Habana, o el presunto espía Víctor Manuel Rocha, que habría tratado de comprar títulos de propiedades confiscadas por el castrismo para modificar acciones del embargo; pero esas operaciones encubiertas que comenzaron desde antes de Fidel Castro tomar el poder en 1959, no ha parado hasta el día de hoy.
Pero si grave es la falta de una investigación multidisciplinaria por parte de Estados Unidos, que vaya más allá de la mera acción penal o de neutralización de las labores clandestinas y de influencia nociva realizadas por parte del espionaje castrista, más grave resulta la subestimación del adversario, isleño, sí, pero comunista, luego internacional, por la que hoy no sabemos con certeza hasta qué punto el espionaje castrocomunista no sólo ha influido en las elecciones de Estados Unidos y en políticas públicas y de Estado tanto de la presente como de pasadas administraciones, sino que lo muy grave, crítico, resulta que no sabemos qué tan hondo ha calado la propaganda socialista en la nación estadounidense como acción estratégica para destruir la democracia e instalar la “dictadura del proletariado”, o como ya fue evaluado por José Martí en mayo de 1894 y precisamente desde Nueva York cuando afirmó:
“Dos peligros tiene la idea socialista como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse frenéticos defensores de los desamparados”.
Cabe preguntar: ¿Cómo el régimen comunista de Cuba ha conseguido penetrar una gran potencia como lo es Estados Unidos y en sus más encumbrados sistemas de seguridad nacional, diplomático, legislativo, de medios de comunicación, universidades y en vastos tejidos sociales?
La respuesta a esa interrogante habría que buscarla en las mismas libertades civiles de la sociedad estadounidense que el castrocomunismo niega a la nación cubana. Mediante una selección de candidatos que siempre debe ser de más de una persona para luego de realizar un estudio y comprobación optar por el de mejores cualidades entre ellos, desde hace muchos años a los oficiales operativos del espionaje castrista les ha resultado más fácil reclutar por base ideológica o incluso por base dependiente topos en territorio estadounidense, que, a la policía política reclutar chivatos en Cuba para dirigirlos contra la oposición, o, incluso, contra la delincuencia en el caso de la investigación criminal. La Seguridad del Estado ha reclutado decenas de agentes dentro de Cuba, pero véase que con posteridad a los años ochenta y muy particularmente luego de las causas penales donde fueron juzgados y sancionados importantes jefes militares, cuatro de ellos fusilados, esos colaboradores han sido de posibilidades operativas tan limitadas, que por decenas han terminado descifrados por el propio reclutador para ser utilizados como testigos públicos, lo que constituye una ineptitud del órgano operativo y el peor de los destinos para el agente descubierto.
Entonces: ¿Por qué esa disposición entusiasta de los estadounidenses para la colaboración “pública” y secreta con el castrocomunismo que incluso hasta el cubano más propenso a la chivatería hoy aborrece? Esa interrogante merita un ensayo sociológico en su respuesta, la que procuraremos dar en la medida que lo permite un escueto trabajo periodístico en el próximo artículo, en el cual también nos acercaremos a dos asuntos aun pendientes en este tema desde la primera parte: la selección y evaluación de candidatos mediante estudios de comprobación, y que como ya expresamos, y según la Biblia, sería Jehová el primer jefe de dirección operativa reclutador, cuando envió en misión de exploración 12 espías a Canaán.
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