Ahora no basta con que a uno le crezca una palma real en el corazón. Ni cinco franjas y una estrella. Que tenga el mismo falsete de Benny Moré o que cante al Trío Matamoros de memoria.
Los bandoleros que desgobiernan nuestro país pueden decidir, por decreto, como si fuera un juego, quién es cubano y quién dejará de serlo. Castigar y amenazar con lo único que les queda a los nacidos en la otrora “siempre fiel isla de Cuba”, la ciudadanía.
No importa si en Tampa tu abuelo habló con Martí o fue vecino de pupitre de José Julián bajo la luz magistral de Rafael María Mendive. Les resbala que te sepas todos los chistes de Álvarez Guedes, que te peines como Juana Bacallao, que cantes el repertorio completo de Celia Cruz, que tengas la misma delgadez de Joseíto Fernández o que camines cantando cosas de Ignacio Piñeiro.
Ser ciudadano, para ellos, es entregarte a esa “continuidad” con la que siguen destrozando el país, seguirlos ciegamente, citar los disparates que dicen y repiten a diestra y siniestra y poner cara de ilusión cuando vuelven a mentir con la absurda idea de terminar de construir el socialismo.
Muchos cubanos no lo saben, y es un error doloroso, porque se ha consumado uno de los contubernios más ofensivos contra nuestra nación, una ley que dinamita la posible unidad que tanto necesitamos.
El 19 de julio del año en curso, ese molote absurdo de gente que las autoridades nombran Parlamento cubano, aprobó una ley degradante y ofensiva para los nacidos en la isla. “La nueva legislación permite que el presidente despoje de la ciudadanía a aquellos que se alisten en organizaciones armadas con intenciones de atacar al país o que realicen actos contrarios a los altos intereses políticos, económicos y sociales de Cuba”.
Es decir, cualquier cubano que critique la gestión de los actuales descerebrados -incluyendo a quienes les digan descerebrados- pudiera entrar en la categoría de realizar “actos contrarios a los altos intereses políticos, económicos y sociales de Cuba”. Porque tienen que ser altos esos intereses para que se hagan añicos si se caen.
Si no tienen a mano un pretexto sólido, te inventarán uno para humillarte y que no pertenezcas a ninguna parte.
Pudieran acusarte de haber sido el causante de que no se lograran aquellos 10 millones de toneladas de azúcar con los que el Delirante en jefe, el hijo de Ángel, el gallego de Birán, comenzó a echar en el tragante la economía del país, al punto de que hoy se importa azúcar, porque a nadie le importó que desapareciera la industria azucarera.
Sin esforzarse mucho te acusarían de haber permitido que los ingleses tomaran la ciudad de La Habana en agosto de 1762, y, de paso, también te armarían una causa por permitir que se fueran, y de ser cómplice en el asesinato del cacique Hatuey, que fue el primer asado español en nuestra isla y la primera cerveza. O de espiar para el general Resóplez, aunque todos sepan que ese es un personaje de ficción de un dibujo animado.
Cuando los que ostentan el poder -y no lo quieren soltar, y lo aprietan duro, lo acarician, lo acunan y lo arrullan- quieren asustar más a los que consideran sus siervos, de la gleba o de la globa, inventan todo tipo de mecanismos que puedan parecer legales y democráticos ante los ojos del mundo. Es como si un urólogo se lavara las manos y se pusiera perfume y guantes muy cálidos para introducirte el dedo o los dedos por el recto, hasta dejarlo no tan recto, pensando que no te puedes quejar porque tomó todas las medidas de higiene y lo necesitabas.
“Además de las disposiciones sobre la revocación de la ciudadanía, la ley establece nuevos requisitos tanto para adquirir la ciudadanía por nacimiento como por naturalización”.
Por eso esta nueva ley viene con aroma del demonio, porque nos estarán mirando con lupa, como si ellos fueran los verdaderos padres de la patria, a quienes hay que adorar, respetar y obedecer, y no una banda de ineptos, incapaces y truhanes, que estarían mejor en la punta de una soga, balanceándose al viento. El de la historia y el otro normal.
Imagino a Miguel Puesto a Dedo aburrido una noche de sábado, con su cónyuge, la Machi, organizando un juego divertido donde estarán invitados Esteban Lazo, el primer ministro Marrero, algunos jefes de GAESA y Gerardo, el espía de las regaderas y las piñas. Van a jugar a los ahorcados, a divertirse quitándole la ciudadanía cubana a todos los que les caen mal. Invitaron a Bruno Rodríguez Parrilla, que declinó su asistencia por culpa del criminal bloqueo imperialista.
Elaborarían un cuestionario para probar la lealtad y la cubanidad de quienes pretendan despojar de la ciudadanía. Ejercicios como pronunciar en cinco segundos algunas palabras siboneyes y taínas como Caonao, Bariay, Bohío, Cacocún, Ceiba, Yucayo, Yayabo, Mabay, Yuca, Naborí, Papaya, Behique y Cocuyo; inquirir dónde estaba la persona a las tres de la tarde, el día que mataron a Lola, y si tiene testigos de que no cometió el crimen.
O hacer preguntas históricas como la de ¿qué tipo de estrabismo padecía el padre Félix Varela y por qué nos enseñó a pensar? O contar, con lujo de detalles, a cuántos soldados enemigos derribó nuestro heroico e invicto comandante en jefe cuando entró, primero que nadie, por las puertas del cuartel Moncada, con el fusil de mira telescópica en una mano, y en la otra el machete de Antonio Maceo, para infringirle al imperialismo yanki su primera derrota en América.
Pobre del que falle alguna de esas pruebas o que le noten en una de las pupilas -o en las dos a la vez- que la pobre isla de Cuba es un estado fallido. Dejará de ser cubano por culpa de los más anticubanos que la isla ha conocido en su historia, cada vez más triste.