LA HABANA, Cuba. – Juan Antonio Blanco Gil fue diplomático cubano y miembro del Departamento América (dirigido por el agente de inteligencia Manuel Piñeiro, conocido como Barbarroja). A principios de los años 90 se retiró del oficialismo cubano por diferencias con el Gobierno que lo llevaron a tomar posturas reformistas. Sin embargo, pronto se dio cuenta del fracaso de este camino y se marchó de Cuba en 1997.
En el exilio ha enfocado su trabajo en denunciar la situación de derechos humanos en la Isla; entre otros, ha dirigido la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba y el Observatorio Cubano de Conflictos, ambos radicados en Miami. Actualmente preside el Laboratorio de Ideas “Cuba Siglo 21”, desde donde se promueven investigaciones, artículos, conferencias, seminarios, cursos y otras actividades que conduzcan a la transformación de la sociedad cubana.
CubaNet conversó con este académico para indagar sobre sus experiencias y anécdotas como funcionario del régimen, acerca de su escape de Cuba, los motivos de su transición política y su activismo en la actualidad. Durante la conversación, ofreció revelaciones sobre, por ejemplo, la extraña muerte de Manuel Piñeiro.
―Juan Antonio, cuando Ud. estaba en Cuba fue funcionario del régimen, fue diplomático y también trabajó en el Departamento América, el departamento de Inteligencia que dirigió Manuel Piñeiro. ¿Pudiera hablar sobre su trabajo y experiencias en estos años? ¿Cómo fue su ruptura con el régimen cubano? ¿Cómo le sirvió esa experiencia para hacer todo este trabajo de denuncia, de exposición, de investigación sobre las estrategias o los movimientos del castrismo?
―Yo fui primero profesor de Historia en un instituto tecnológico, después entré en el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, aquel que cerraron y donde todos fuimos acusados de ser diversionistas ideológicos y agentes de la CIA, según la palabra de Raúl Castro, de Tony Pérez. [Nos catalogaron como] agentes conscientes o inconscientes del enemigo. Y estuve un tiempo sin empleo después que cerraron el departamento porque no quise plegarme a los nuevos programas de estudio que ellos querían que nosotros diéramos. Mi familia era cercana, era conocida por mucha gente en Cuba. Yo venía de una familia de padres comunistas. Mi madre era muy destacada dentro del mundo del Partido Socialista Popular y desde la década de los 30 y los 40 conocía a Raúl Roa [entonces ministro de Relaciones Exteriores de Cuba]. Yo me encuentro a Raúl Roa en la calle en una circunstancia social, me pregunta dónde estoy y le digo que estoy desempleado por el problema del Departamento de Filosofía y me llevó a trabajar al MINREX.
Entré por abajo, o sea, mi primer empleo en el MINREX fue en una sala de teletipos, máquinas que estaban conectadas con todas las embajadas. Después que yo había sido profesor universitario y toda esa historia, mi trabajo era llegar temprano, ver lo que entraba por los teletipos y, según el tema, ubicarlo en unas cajuelitas que decían “Estados Unidos”, “América Latina”… que eran las cajuelas que iban para las distintas direcciones.
Al cabo de un año fue que pasé a la Dirección de Organismos Internacionales, que es la que atendía Naciones Unidas. Cuando llegué ahí no tenía ningún contenido de trabajo garantizado, sino que ellos iban a ver qué cosa tenían los otros especialistas que me fueran a dar a mí. Y uno de los especialistas tenía un file que a mí me llamó la atención, que se llamaba Movimiento de Países No Alineados, al que nadie le prestaba atención.
Entonces yo cogí el file, me lo estudié y dije: “Bueno, mira, aquí yo creo que hay un potencial para la política exterior cubana”. Yo estaba muy disgustado con lo que había estado sucediendo con la Unión Soviética, en el sentido de que sentía que el país se estaba transformando en una colonia soviética. Cuando, por ejemplo, vino esta aproximación a fines de los 60 con Moscú, la primera gente que llegó a Cuba fueron especialistas de la KGB en diversionismo ideológico y esos especialistas fueron los que estudiaron el caso del Departamento de Filosofía y de otros profesores y se encargaron de ir a las bibliotecas a estudiar los fondos que habían en las bibliotecas y a decir qué título había que sacar de la biblioteca.
Por ejemplo, para que te des cuenta hasta dónde llegó la cosa: para tú leer un discurso de Fidel Castro de antes del año 75, que todos los pasaron los rusos a bóveda, había que pedir permiso a una oficina del Consejo de Estado. Para mí, aquello era horrendo. Yo me consideraba un marxista y me consideraba un socialista y una persona de izquierda, pero nunca me consideré un peón de la Unión Soviética y un colonizado.
Y entonces traté de trabajar en aquello que me rendía a mí una satisfacción que era trabajar con países del tercer mundo y tratar de fortalecer una línea independiente o la posibilidad de una línea independiente cubana en relación con Moscú. De eso se dieron cuenta Carlos Rafael Rodríguez y [Isidoro] Malmierca padre. Y tuve muchos choques con ellos, entre ellos algunas trampitas y zancadillas a las que no voy a referirme. No vale la pena. Y al final quisieron darme una especie de jaula dorada.
Me dijeron que me iban a nombrar embajador en Ginebra. Yo les dije que no, que yo sabía que ellos querían deshacerse de mí porque era una persona incómoda en Cuba, pues mis opiniones llegaban a muchos lugares y que me iría del Ministerio. Y así fue como llegué al Departamento de América del Comité Central, que no es igual al Departamento Liberación del Ministerio del Interior.
Aunque el personal era casi el mismo y estaba dirigido por la misma persona, que era Piñeiro, el Departamento de Liberación, que se llamaba así dentro del Ministerio del Interior, era un departamento que era precisamente para apoyar los movimientos guerrilleros en América Latina.
Cuando llega esta invasión soviética, esta colonización soviética a fines de los 60, principios de los 70, no solamente el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana tuvo que someterse a los criterios rusos, sino que también el Ministerio del Interior y los demás organismos tuvieron que someterse a Moscú. A todos los ministros les ponían al lado a un asesor soviético, cuya misión era velar porque la ideología del ministro no se desviara y pasar cualquier tipo de información a la KGB de la embajada. (…)
Yo no entro al Departamento hasta el año 84, si mal no recuerdo, porque yo cuando salgo, o sea, cuando salgo o me salen, no sé cómo decirlo, del MINREX, por esa bronca que tenía con Malmierca y con Carlos Rafael, voy a parar primero a Bolivia con un cargo de colaboración económica. Lo que era el CECE en aquella época, que era Comité Estatal de Colaboración Económica, porque en Bolivia se iba a abrir la embajada y ellos querían tener embajador a un representante del CECE. Y no lo hice tan mal; vendí unas cuantas medicinas en el año que estuve ahí. Después, por problemas personales, o sea, mi padre murió y mi madre estaba ciega, tuve que virar para Cuba, y fue cuando entré a trabajar al Departamento de América.
El Departamento de América hacía inteligencia política. De las operaciones militares se encargaron las Tropas Especiales del Ministerio del Interior. Y las redes de espías propiamente hablando, la hacía la DGI (Dirección General de Inteligencia). Lo que tenía el Departamento de América, porque lo había heredado de su etapa del Departamento de Liberación, eran redes de personas de su confianza que buscaban información, influían, eran como agentes de influencia. En el caso mío, yo era analista, no era operativo de campo, como lo llamaban, field officer. (…)
Y a mí me asignaron por el tiempo que yo había estado trabajando en Naciones Unidas y además porque tenía una formación desde niño en una escuela americana, que yo analizara las relaciones con Estados Unidos. Ahora, en ese proceso, confieso que tenía una gran dosis todavía de una especie de ingenuidad en el sentido de que teníamos un conflicto con Estados Unidos. Ese conflicto con Estados Unidos no era una guerra santa, era algo que debíamos resolver. Nosotros no éramos Hamás ni éramos un grupo islámico, sino que eran diferencias que podían resolverse por vía de negociaciones. Y yo empecé a hacer propuestas a mis superiores de cómo podíamos buscar una conversación, un diálogo, una negociación con Estados Unidos y tratar de superar y llegar a acuerdos que fueran satisfactorios para ambas partes de los problemas que teníamos. Y lo cierto es que no me contestaba nadie. Yo elevaba mis documentos y mis propuestas y nadie me contestaba. Y un día tuve una gran discusión con el jefe inmediato mío, una discusión que pudo haber terminado muy mal, porque casi que nos vamos a las manos, en la que intervino el vicejefe del Departamento, que luego fue jefe del Departamento, y me llevó a hablar al parqueo conmigo privadamente.
¿Por qué me llevaba a hablar al parqueo? Porque en el Departamento de América, todos suponíamos que estábamos siendo intervenidos por audio, por la Seguridad del Estado y por el propio MINFAR, que tenía sus propios aparatos de inteligencia y que no participaba de todas las cosas que sucedían. O sea, no era, no estaban al tanto de todo y querían enterarse a través de mecanismos operativos. Por lo tanto, nadie confiaba en nadie y para poder hablar conmigo me llevó afuera. Y afuera me dijo algo que me dejó estupefacto. Me dice: “Mira, tú haces todas esas propuestas para llegar a un acuerdo con Estados Unidos, hacer concesiones mutuas, etcétera, porque tú eres nuevo aquí; pero los que llevamos aquí muchos años sabemos que a Fidel Castro no le interesan las relaciones con Estados Unidos, lo que le interesa es mantener el conflicto con Estados Unidos sin que se vaya fuera de control, porque si este conflicto se va fuera de control, entramos en guerra y entonces sí vamos a ver una situación muy fea, pero él lo que quiere es mantener esta contradicción, este conflicto, etcétera”.
Y entonces me agregó una anécdota personal. Me dijo: “Te lo digo yo que fui el jefe negociador en el grupo que fuimos a hablar con [Henry] Kissinger, cuando Kissinger le ofreció a Fidel Castro la posibilidad de llegar a un acuerdo y normalizar las relaciones levantando las sanciones”.
Estamos hablando del año 1974, que no existía la Ley Helms-Burton, o sea, lo que había era un grupo de sanciones que se habían ido acumulando desde la década de los 60. Pues, según me contó, Kissinger había dicho que podía considerar el problema del levantamiento de las sanciones fuese total o parcialmente. Y un día, Arbesú, que era el jefe de esa conversación con Kissinger, al igual que el propio Kissinger, se levantó para leer The New York Times y enterarse que fuerzas regulares en la dimensión de 25.000 hombres de las FAR habían aparecido con Katiuska y con todo, con todo su armamento, en Angola, y que habían dado un vuelco a la guerra en las últimas 24 o 48 horas con su llegada allí; lo cual hizo que Kissinger, que había hecho toda una serie de concesiones ya a La Habana, porque esa fue otra cosa que me contó, Arbesú, que Fidel pedía y pedía y pedía para ver si fastidiaba la negociación y Kissinger no estaba dispuesto a fastidiar la negociación y hacía concesiones.
La más grande de todas fue cuando dijo que las empresas americanas que tuvieran subsidiarias en terceros países podían tener comercio con Cuba desde esos terceros países. Y ahí fue cuando La Habana se llenó de Chevrolet, que eran comprados con dinero a la Junta Militar Argentina, con dinero de crédito, por supuesto, que nunca pagaron. O sea, eso entraba en el embargo hasta el día que Kissinger, como un gesto de buena voluntad, respondiendo a la presión de La Habana, levantó esas restricciones a todas las subsidiarias de Estados Unidos.
Después yo fui averiguando porque aquello por supuesto me dejó muy perplejo, y me di cuenta de que aquella historia se había repetido una y otra vez. Después de lo de Angola vino [Jimmy] Carter. Ahora puedo decirlo porque eran tres personas las que estaban en esa reunión y ya las tres están fallecidas, y la fuente que me lo dijo a mí, yo no quería ponerla en peligro, que fue Ramón de la Cruz Ochoa, que era fiscal general de la República.
Ramón de la Cruz Ochoa tenía una reunión con Fidel Castro y con Abrantes. Y en medio de esa reunión, que era asunto de ellos, de problemas internos, el jefe de la escolta, no sé si en ese momento estaba este que se murió hace poco…
―¿José Castro Delgado?
―Sí. Le pasa un papel a Fidel y Fidel sonríe y le dice a su interlocutor: “Es un papel de Jimmy Carter”. Jimmy Carter acababa de salir electo presidente, pero todavía no estaba instalado en la Casa Blanca, en un ínterin que siempre hay aquí entre las elecciones, que son en noviembre y el momento en que en enero los nuevos presidentes ocupan la Casa Blanca, la jefatura del país. “Y me dice Carter que él quiere retomar el desarrollo de las relaciones donde lo dejó Kissinger”. Y entonces se rió y dijo: “Deja que él vea el regalito que le tengo preparado en Etiopía”. O sea, ahí de nuevo tú tienes el sabotaje deliberado de una posibilidad de arreglo de las relaciones, con Carter en este caso, cosa de la que yo me enteré cuando empecé a indagar si lo que me estaban diciendo era verdad o mentira.
Ahora, cuando cae la Unión Soviética yo pido salir del Departamento. A mí no me votan, a mí no me expulsan, yo pido la baja.
―¿Por qué?
―Porque ya yo estaba convencido de que el modelo de socialismo de Estado soviético que el coloniaje ruso había implantado en Cuba era una barbaridad. Bueno, lo estaba desde que lo sufrí cuando empezaron a implantarlo, pero que era una barbaridad que había traído más mal que bien al país y que era necesario para poder, para que el país se liberara y progresara, había que retomar el proyecto nacionalista socialdemócrata que tuvo la lucha contra la dictadura de [Fulgencio] Batista en los años 50. Y para eso hacía falta mejorar también la relación y resolverla de forma definitiva, el conflicto con Estados Unidos.
Y ahí estaba convencido que eso no me lo iban a permitir hacer dentro, como funcionario del Gobierno. Entonces renuncié al Gobierno y me fui a trabajar en lo que pudiera encontrar y estuve un año y medio sin empleo. (…)
Fui tirando hasta que no me quedó más remedio que buscarme un empleo. Porque, además, lo que yo pretendía era crear una especie de think tank o de laboratorio de ideas para aquella época que denominé Centro “Félix Varela”. Ojo, en esa época había tres instituciones o tres proyectos que llevaban el nombre de Félix Varela, uno era el más conocido. El proyecto de Oswaldo Payá, que era un proyecto de activismo democrático, otro era un centro medio mediatizado de la Iglesia Católica que lo tenía en el Seminario San Carlos, que se llamaba, creo que se llamaba Seminario Félix Varela.
―Centro Cultural Padre Félix Varela, adscrito a la Iglesia Católica, todavía existe.
―Sí. Y el otro que yo quería crear y que todavía no me daban la legalidad para crearlo, que era el Centro “Félix Varela”. Y así estuve luchando porque me legalizaran. Cualquiera que sea activista en Cuba sabe que hay que pasar un viacrucis para eso, que te piden la biografía, no la tuya, la de tu abuelita, de tu tatarabuelo, y tiene que estar controlado por un ministerio. (…
―Es controlado por el Ministerio de Justicia, según tengo entendido.
―Bueno, tú tienes que tener un ministerio que tenga que ver con tu llamado objeto social y tienes que tener ―esa es otra trampa― un objeto social que no haya sido ya cooptado o captado, como queramos llamarlo, o monopolizado por alguna institución del Estado o alguna de las organizaciones paraoficiales del Estado. (…)
Entonces yo tenía que inventarme un objeto de estudio, un objeto social que no hubiera sido pedido por nadie. Y ahí fue donde di en la clave y se me ocurrió que la ética era algo en lo que nadie, curiosamente, había reclamado estudios. El truco aquí consistía en lo siguiente: yo no me iba a dedicar a estudios históricos de ética. El que esperaba, como muchos esperaron, que yo me iba a dedicar a los estudios de la ética de Félix Varela, se equivocó.
A mí la ética me interesaba como una ética viva, como una ética institucional, como una ética social y, por lo tanto, lo que yo estaba tratando de buscar era la puerta de entrada conceptual, en este caso la ética, para poder estudiar lo que me diera la gana. En la sociedad cubana, el problema agrícola, bueno, la ética y la producción agrícola; [si quería hablar de la economía] yo entraba por la economía y la ética; de la política, la política y la ética; de la sociedad civil, la sociedad civil y la ética. Y con ese apellido me cubría.
Pero bueno, en el momento en que me dieron la autorización, por supuesto, nadie sabía lo que yo tenía en mi cabeza. Y gracias a que nadie supo lo que yo tenía en mi cabeza es que estoy vivo y estoy aquí. Pero bueno, mi proyecto de hacer reformismo desde las instituciones estatales era imposible porque yo tenía que cumplir una disciplina estatal, tenía que cumplir una disciplina como funcionario, digamos. (…)
Eso, por supuesto, me trajo el respeto de mucha gente, pero también me trajo el odio de otras personas. (…)
Cuando estaba en el Centro “Félix Varela”, por ejemplo, yo fui el que convencí a [Ricardo] Alarcón para que hicieran una audiencia sobre el hundimiento del remolcador “13 de marzo”. Efectivamente. Yo dije: “Mira, hay mucha gente que estamos disgustados con esto; yo creo que ustedes deben hacer aquí una discusión”. Y él le pide permiso a Fidel, por supuesto, y organiza una discusión a la que puso a presidir a Ulises Rosales del Toro, que era el jefe de la Comisión de Defensa Nacional, si mal no recuerdo en ese momento.
A mí no me invitaron, pero yo hice un documento y me valí de [Julio Fernández] Bulté, quien era el principal constitucionalista que había en el país en ese momento, que era un hombre de trayectoria impecable, revolucionaria, comunista, etcétera, pero que también tenía su tendencia a ser hereje y a contestar y ya teníamos una relación buena de amistad. Y yo entregué un documento donde proponía cinco cosas: crear un ombudsman (defensoría del pueblo) independiente para los temas de derechos humanos en Cuba, que pudiera realizar cualquier investigación de cualquier violación de derechos humanos que fuera denunciado; que permitiéramos una inspección independiente internacional de las cárceles, de las penitenciarías, para ver cuál era la situación que tenían los presos en general, no solo los presos políticos, sino los presos comunes; que se quitara el permiso de entrada y salida del país, en fin, que todos éramos cubanos y que si tenían que perseguir a alguien que lo persiguieran en la forma en que normalmente se hace en cualquier lugar; que se descentralizara la economía, que se permitieran empresas de base privada y que se descentralizara a las comunidades y a los servicios municipales, que se les diera recursos para descentralizar los proyectos de desarrollo que ya no fueran centrales por el Estado; y que se quitara la Ley de Asociaciones, que era la Ley 51, para permitir que cualquier persona que quisiera organizar una asociación siempre que funcionara dentro del marco de lo legal y que pudiera entonces desarrollar su propio proyecto de forma independiente y, muy importante, que se permitiera la prensa independiente a todas esas instituciones. O sea, todo el que tuviera una ONG, tenía derecho a tener una prensa propia y quejarse o proponer lo que quisiera en ese medio.
―Juan Antonio, supongo que esto, por supuesto, se quedó en el intento. Ahora que estaba mencionando la audiencia sobre el remolcador “13 de Marzo”, también supongo que haya sido un teatro, porque al final la última palabra siempre la decía Fidel Castro y la versión oficial es que fue un accidente.
―Te voy a contar el final de esa experiencia. Ulises se cogió aquello muy bien. Ulises incluso, según me cuenta a mí Bulté, le pregunta al representante del Ministerio del Interior, que llega tarde a la reunión, que de qué parte del MININT él es y él dice que de Medidas Activas contra Propaganda. Y Ulises le dice que se vaya de la reunión y que le diga al ministro que envíe a alguien que tenga que ver con violaciones de derechos humanos porque no estaban discutiendo problemas de propaganda, sino que había que ver si había problemas reales que habría que corregir. Y lo mandó de regreso al Ministerio. Le dice: “Mándeme al de Contrainteligencia o mándeme al de Prisiones o mándeme a alguien de la Policía; pero no, ciertamente no, no usted”.
Esa fue la primera y última reunión que Fidel Castro permitió; le comunicó a Alarcón que no hacían falta más reuniones. Así que tienes toda la razón. Eso fue un accidente que ocurrió, pero que al mismo tiempo te permite a ti asomarte como a una ventanita y ver que dentro de ese marco, que era bastante elitista, los que estaban ahí también tenían alguna discrepancia. Ahí también había algunas gentes que comenzaron a entender, en medio del Período Especial, que las cosas no podían seguir como antes.
Y, sin embargo, Fidel Castro las aplastó. ¿Cómo las aplastó? Y este es el momento en que yo decido irme del país. Las aplastó tumbando las avionetas Hermanos al Rescate. Las aplastó con un movimiento que tenía tres pinzas. Por una parte, tumbó las avionetas en un momento en el que Clinton le había mandado un mensaje de que estaba dispuesto a algo parecido a lo que hizo Carter con Kissinger, que estaba dispuesto a retomar las relaciones y ver cómo se resolvía aquello. Repito, en ese momento, recuerden, no era el Congreso el que decidía las sanciones. De un plumazo un presidente podía quitarlas todas. O sea, Clinton le manda un ramo de olivo. Se está organizando Concilio Cubano. O sea, todas las diferentes organizaciones y tendencias de oposición se están unificando.
Y el tercero era que al calor de la perestroika, al calor de la caída de la Unión Soviética, al calor de todo lo que había sucedido en el mundo y al calor, por supuesto, del Periodo Especial, de todos los problemas que habían en el Periodo Especial, los cuadros de las organizaciones de masas, del propio Partido, etcétera, estaban siendo porosos, se estaban abriendo a escuchar criterios críticos alternativos, propuestas, etcétera, sin armar una gran alharaca, por escuchar algo semejante.
Entonces él tenía que acabar con esas tres cosas a la vez. (…) En el caso de Concilio Cubano, metió presa a toda la gente para aplastar el movimiento de oposición. Y en el caso de la atmósfera que se abría paso de crítica, disidencia, dentro de las propias esferas gubernamentales y del Partido, organizaron el llamado V Pleno del Comité Central, que lo dirigió básicamente Raúl Castro, y que revivió toda la cosa del Departamento de Filosofía y de Pensamiento Crítico. Y, básicamente, dijeron que estaban sitiados y que había un movimiento subversivo ideológico muy fuerte en el país y que, por lo tanto, había que poner mano dura. (…)
Al día siguiente de esa reunión, que se publicaron los acuerdos, yo invité a mi esposa a irnos a la playa. Nos sentamos en la arena para que no hubiera micrófonos. Y le dije: “Yo tengo que irme del país porque van a acabar conmigo, me van a matar o voy a terminar preso”.
Ya yo tenía conocimiento, por amistades de gente que yo había conocido en Nueva York, (…) que la Contrainteligencia me había abierto un expediente y me dije: “No, yo puedo escapar una vez de una trampa, pero me voy a estar escapando todos los días, así que tengo que salir de aquí. No tiene sentido alguno terminar muerto”.
―¿Cómo sale de Cuba?
―Bueno, yo siempre digo que cada cubano es un balsero. Tiene que inventar su propia leyenda para salir del país. Yo salgo en el supuesto de que voy a asistir a una reunión de desarrollo sustentable que había en Chile y que de ahí había sido invitado a ir a Bolivia para unos actos en La Higuera en conmemoración de la muerte del Che Guevara. (…)
Fui a Bolivia y desde allí yo arreglé para que me invitaran a, o sea, me arreglaran la visa y todo y poder ir a Canadá con el pretexto de una conferencia de derechos humanos mundial. (…)
Y entonces me aparecí en Canadá. (…) Y la conferencia se dio y yo me encargué personalmente, porque yo tengo buenas habilidades diplomáticas, de que la propia conferencia aprobara una resolución pidiéndole a la organización (que me invitó) y a mí, como persona, que coordináramos el seguimiento a la conferencia y la implementación de todos los acuerdos. Entonces ahí volví a ver al embajador y le dije que necesitaba que dejaran salir del país a mi esposa y a mi hija para que se reunieran conmigo.
Ahí empezaron a dilatar la salida de mi familia. Pasó un tiempo y finalmente les dieron la salida. Y desde entonces hasta el día de hoy han pasado 25 años y ni ella ni yo hemos regresado a Cuba; ni mi hija tampoco, por supuesto, por razones obvias. (…)
Para mí, ir a Cuba puede ser dañino para mi salud. Por esa razón no he ido más a Cuba. O sea, no tengo ningún problema con los que vayan, pero en mi caso, obviamente por millones de razones, no puedo ir. (…)
Mira, a mí me han procesado dos servicios de Inteligencia: para darme la ciudadanía canadiense, y el de Estados Unidos, y los dos me dieron la bienvenida. Pero, además de eso, en el orden personal yo trabajé para el Estado cubano. O sea, si no cuento la universidad, trabajé para el Estado cubano en el MINREX y en el Departamento de América 20 años y llevo 25 sirviendo a la causa de la democracia en Cuba. Sin contar lo que traté de hacer como reformista en esos últimos años en Cuba. Así que me siento satisfecho y tranquilo con mi conciencia. Nadie fue a la cárcel por mi culpa. Nunca chivateé a nadie. Nadie tuvo que sufrir ningún tipo de consecuencia.
Y, sin embargo, podrían contarse con mucho más que los dedos de las manos la gente a la que hice todo lo posible por ayudar con mis relaciones.
―Juan Antonio, después de toda esta interesante exposición me gustaría hacerle algunas preguntas. Usted dice que era marxista, socialista, una persona de izquierdas. ¿Lo es hoy? ¿Cómo usted se definiría ideológicamente hoy?
―Bueno, primero, yo he trascendido, no solo para mí, sino en general. A mí me parece que en estas alturas, en el siglo XXI, las etiquetas de izquierda y derecha no son útiles, digamos, para el análisis de una situación en cualquier parte.
Yo entiendo más, en el día de ahora, entre fuerzas democráticas y fuerzas autocráticas, Estado mafioso y fuerzas democráticas. Pero esto de izquierda y derecha es una cosa que (…) me parece que no ayuda a entender a distintos grupos y mucho menos a hacer política.
Si tú vas a establecer una división dogmática entre quien tú clasificas de izquierda y quien tú clasificas de derecha, pues es muy probable que pierdas muchas oportunidades de atraer al campo de la democracia a personas que eventualmente pueden haber militado en un partido que no es de nuestro agrado o tengan una ideología que todavía tenga cosas, digamos, del pasado.
El otro día yo me reuní aquí con un grupo de activistas de última generación, o sea, toda esta gente que llegaron después del 11 de julio [de 2021] para acá, algunos un poquito antes del 11 de julio. Y yo les decía: “Mira, ustedes posiblemente no son conscientes de la cantidad de premisas falsas que tienen en la cabeza. Mira, por ejemplo, yo soy historiador. Pero bueno, yo estudié Historia en Cuba sobre todo, y yo vine para acá con una una serie de ideas todavía de historia de Cuba que después con documentos en la mano delante de mí me di cuenta que me había engañado toda la vida. (…)
La cosa de marxista… Bueno, sí tengo una formación marxista. ¿Cómo lo voy a negar si me eduqué en la Universidad de La Habana? Ahora, el tener una formación marxista, después que uno va más allá, como sociólogo o historiador del marxismo, cuando puede ya salir de la jaula en que lo meten en la Universidad de La Habana y estudiar otras fuentes y demás, el marxismo es una corriente de pensamiento como cualquier otra del siglo XIX.
Hay una cosa escrita por Wright Mills, quien fue un sociólogo progresista ―alguna gente dice que de izquierdas, yo no estoy tan seguro que a él le hubiera gustado esa definición (…)―. Uno de los libros que hizo él revolucionó la sociología americana. Y entonces, entre los libros que hizo, hizo una antología con una colección de escritos de distintos marxistas. Él le hizo una introducción al libro en la que dice que el marxismo es inevitable estudiarlo, conocerlo, porque es una corriente que, además de ser histórica y merece ser estudiada desde el punto de vista en las Ciencias Sociales, tiene vigencia.
¿Cómo tiene vigencia el marxismo? Dice que no por su potencial científico pues Marx se equivocó virtualmente en todo (…). No como ciencia sino como ideología, el marxismo tiene un mensaje muy poderoso y es que a la gente pobre le dices “tú eres pobre, tú no mereces ser pobre, ¿quién es el culpable de que tú seas pobre? El capitalismo, los ricos”. Y la forma de cambiar todo eso está demostrado, es científico, se puede hacer, etcétera, etcétera.
Y mucha gente todavía se va detrás de [Gustavo] Petro o se va detrás de no sé quién que le hace el mismo cuento dos siglos más tarde: “Ustedes son pobres, pero la culpa no es de ustedes, la culpa es de la oligarquía, la culpa del imperialismo”. Y nadie les dice la verdad, que es que la única manera de salir de la pobreza es creando riqueza y que lo que han hecho todos los regímenes estos ha sido precisamente destruir la riqueza y perseguir a los que crean riqueza y todas las sociedades que habían sido prósperas y tuvieron una revolución siguiendo esa idea terminaron más pobres que nadie. Es el caso Venezuela, el caso de Cuba. (…)
Hay veces que la gente piensa que el único activismo posible es el de la protesta callejera. No, hay veces que hay cosas que pueden tener tanto o más impacto, en ocasiones según las circunstancias, que salir a protestar en la calle, es desmontar todo eso. Si un grupo de historiadores ―y hay algunos que lo están haciendo pero veo que es a título personal― se nucleara y con seriedad cogiera la documentación y fuera desmontando las mentiras, le harían un servicio invaluable a Cuba.
―Desmontar toda la historia, todo lo que se ha escrito sobre todo después del 59, yo creo que sería una tarea titánica.
Juan Antonio, quisiera hacerle otra pregunta, porque usted ha hablado en varias ocasiones de reformismo, que antes de irse de Cuba usted abogaba por hacer una serie de reformas. ¿Usted sigue creyendo en la posibilidad de reformismo para la Cuba de hoy?
―No. Yo me fui [de Cuba] convencido de que yo había tenido una premisa equivocada, o sea de que era posible reformar aquello, que era posible ―incluso manipulando su ego― convencer a Fidel Castro de que, dadas circunstancias imposibles que tenía en los años 90, que no tenía nadie de quién valerse, él debería rectificar su vida y decir: “Bueno, me equivoqué o todo esto fue coyuntural y volver otra vez al programa del 26 de Julio, etcétera”.
En todo eso fracasé. Yo no tengo ningún problema en decirlo. (…) El problema es ser sincero con uno mismo. El problema es buscar la verdad, y las verdades cambian, y lo que uno piensa en un momento determinado resulta que coge otro rumbo. Y lo que sí hay son ciertos conceptos, ciertas normas éticas que uno debe abrazar. (…) Yo no me arrepiento de haber tratado de buscar los caminos para hacer algo por los demás. ¿Que me equivoqué en muchos de esos caminos? ¡Cómo no! (…)
―¿Y cuál es su creencia hoy, su convicción? ¿Qué es lo que lo mueve a hacer el trabajo que está haciendo hoy?
―Lo mismo de siempre: luchar por que mi país sea un país vivible, con una sociedad decente, donde haya espacio para el más humilde y para el más rico también.
Déjame decirte una cosa: mis padres eran comunistas, pero mis padres nunca odiaron a los ricos. Es más, me inculcaron que eso era absurdo, que uno no tenía que odiar a los ricos, que uno tenía que odiar la pobreza y tenía que ayudar a sacar de la pobreza a la gente que era pobre y cambiar los factores que condenaban a la pobreza a la gente que era pobre. (…)
―Si me permite, le hago una última pregunta, para satisfacer las inquietudes de nuestra audiencia. ¿Podría hablar sobre el accidente automovilístico que le causó la muerte a Manuel Piñeiro?
― Sí, cómo no. A mi juicio, sí fue un accidente, por supuesto, pero fue provocado. Eso lo sé. Yo estaba fuera de Cuba casi recientemente pero me enteré por vías directas de mucha gente del Departamento que me contaron la historia. Eso da para otro programa.
El problema es que hay la idea equivocada de que la cúpula del poder en Cuba es un monolito y nunca lo fue. (…) En el momento en que se produce el accidente, Raúl Castro está en ascendencia otra vez y la idea que nosotros tenemos es que fueron los círculos alrededor de Raúl Castro los que decidieron asesinar a Piñeiro.
―¿En qué año fue?
―1998. Según lo que me explicaron a mí la gente que era del Departamento, ese día había una recepción por el Día de México en la residencia del embajador de México, y lo normal habría sido que el chofer de Piñeiro de siempre, de toda la vida, lo llevara a la recepción, lo esperara y lo llevara para la casa. En el último minuto el chofer recibe una llamada del Comité Central de que tenía que presentarse al Comité Central para cumplir otra tarea. (…) Y entonces le retiran el chofer. Piñeiro va por sí mismo a la embajada.
Yo estuve en muchas reuniones con Piñeiro, como te podrás imaginar. Y él tenía las reuniones muchas veces comiendo, almorzando. Piñeiro tomaba única y exclusivamente whisky para controlar la presión y demás. No tomaba, no era Raúl Castro ni mucho menos. Él tomaba un trago. Y comer, comía frugalmente, un pescado o una cosa así, que lo cocinaron especialmente sin grasa y demás. Piñeiro no era de los que llegaban a una embajada para tratar de comerse todos los canapés que había y acabar con el bar ni mucho menos. Nada de eso. Piñeiro va a la embajada donde todos esos camareros son del Ministerio del Interior. (…)
Él va a la recepción. Sale de la recepción. Deja a ―creo que este hombre, que era execrable por cierto― un periodista llamado Luis Báez. Báez le pidió botella y él lo deja en no sé dónde porque le quedaba en camino. Y cuando va camino a su casa por la avenida 7.ª, tengo entendido que más o menos a la altura de la calle 30, que es donde está la Embajada de Canadá, se desmaya, o sea, pierde el conocimiento.
Mientras está conduciendo el vehículo, se sale de la senda de la derecha, que es la normal que uno lleva. Esa es una avenida doble a la senda de la izquierda. No había tráfico a esa hora y choca con un carro que está parqueado ahí, en la senda de la izquierda. Un choque sin mayor trascendencia. No fue un choque, no venía a 100 por hora ni a 60 kilómetros por hora. Venía a 30 kilómetros o 20 kilómetros, que es la velocidad en esa avenida. Pasa alguien, lo recoge y se lo llevan al [Hospital] Cira García, que como ustedes saben es el hospital para los turistas y los diplomáticos en dólares que queda ahí frente al llamado Parque de los Ahorcados. (…)
Y lo ingresan. Al cabo de un rato lo estabilizan y vuelve en sí. Estaba perfecto. Todos los parámetros le dan bien y él dice que quiere irse para su casa y el médico le dice que no, que él quiere tenerlo ahí en observación para saber qué es lo que pasó. Entonces él se empeña en que lo lleven a la clínica 43 o Clínica de Kohly, que era la clínica de Seguridad Personal, a donde podían ir una serie de personas muy selectas del Buró Político, algunas del Comité Central, etcétera, pero muy selecta. Ahí fue donde tiraron, a mi juicio, al hijo de Fidel por una ventana y lo mataron. Supuestamente se suicidó. Y estando [Piñeiro] en la clínica de Seguridad Personal, donde supuestamente había hasta más equipos de lo que podía haber y más atención de lo que pudiera haber en la clínica de los dólares, le da un infarto masivo y se muere.
Entonces la opinión que había en el velorio y que comentaban allí era: “Ellos sabían que estaba sin chofer. Ellos sabían que esa noche estaba desamparado. Ellos propiciaron esto”. (…)
―Entonces, ¿Ud. cree que a Piñeiro lo quitaron del camino?
―Sí. Y no era la primera vez. Yo te hice la historia de cómo los rusos, los soviéticos en aquella época, exigieron que cerraran el Departamento de Liberación y exigieron que mandaran a Piñeiro para su casa. Y el que hizo eso fue Raúl Castro. Y entonces ahora está Raúl Castro en ascendencia otra vez. Qué casualidad que empieza a haber problemas y empiezan a buscarle una crisis a Piñeiro adentro. Y cuando no la encuentran, mira lo que pasó.
―Juan Antonio, le agradezco toda esa información…
―Yo te digo, a grandes trazos, he relatado mi conversión, por decirlo de alguna manera, en este proceso político. Yo no le niego a nadie el derecho de hacer lo mismo. Yo no condeno a nadie por que hoy esté en el Partido Comunista o por que esté en el MININT. Yo creo que todo el mundo tiene derecho a buscar la verdad, encontrarla por sí mismo y tomar una decisión según sus valores morales. Y yo invito a todos los que están en esas circunstancias que lo hagan y que lo hagan oportunamente. (…)
Nosotros, al final, vamos a tener que buscar la manera para salir de esta pesadilla, de buscar la forma de que todo el mundo tenga un espacio. Porque de lo contrario vamos a posponer esto por mucho tiempo. Y repito, yo sería el menos indicado para mostrarme intolerante hacia otras personas que no tuvieran mi experiencia de vida, que no tuvieron mis conocimientos de lo que estaba pasando y por lo tanto son mucho más ingenuos de lo que yo podía haber sido y que todavía no hayan encontrado la luz, no hayan tenido una epifanía. La van a tener, la van a tener.
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