Ninguno de los presidentes que llegue al evento verá los grotescos basureros que se acumulan en las entrecalles de Centro Habana o Luyanó
Juan Diego Rodríguez, La Habana |
La frase con que los cubanos se burlan de la restauración parcial de La Habana cada vez que se espera la visita de un mandatario extranjero es exacta. “Darle colorete a la vieja”, es decir, disimular los baches y pintar las fachadas de ciertas calles “estratégicas”, mientras el resto de la ciudad enfrenta un derrumbe tras otro, es precisamente lo que ocurre en vísperas de la cumbre del Grupo de los 77 más China, de la que la el régimen de la Isla será anfitrión los próximos 15 y 16 de septiembre.
Aliados de siempre, como el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva o el Camarada Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y Granadinas, no sufrirán el menor contratiempo en la avenida de Rancho Boyeros –recién reparada y embellecida– que va del Aeropuerto Internacional José Martí hasta el centro de la ciudad.
Tampoco la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, ni el de Argentina, Alberto Fernández, verán los grotescos basureros que se acumulan en las entrecalles de Centro Habana o Luyanó. “Las montañas de basura están a punto de darse un beso y un abrazo”, ironizan frente a dos vertederos “vecinos” los residentes de Nuevo Vedado, una zona de la capital, otrora acomodada y ahora abandonada, por la que Miguel Díaz-Canel no se atreverá a pasear a Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas.
Sin embargo, por la limitada porción de la ciudad que servirá de “telón de fondo” para la cumbre, ya circula una flota de tractores, aplanadoras, vehículos de limpieza y contingentes de obreros, barrenderos y supervisores. “Es el circuito de la prosperidad”, rematan quienes recorren hoy la emblemática calle 23, que también está recibiendo su dosis de “colorete”, antes de añadir que en la ciudad “solo falta el Papa”.
Los mandatarios, reunidos en La Habana para hablar de “desarrollo, ciencia, tecnología e innovación”, se irán sin pasar por el trago amargo de que los detenga un crispado policía de tránsito, importado de la vecina provincia de Mayabeque para apoyar la cumbre.
“Están acabando con las multas en estos días”, resumía un taxista este viernes, mientras murmuraba entre dientes algo parecido a un rezo a la Virgen de la Caridad. Su deseo: que los policías se vayan de La Habana tan rápido como los presidentes.
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