PUERTO PADRE, Cuba.- “Un día como hoy le dieron la libertad a los esclavos”, escuché decir a un cubano afrodescendiente el pasado jueves, a lo que otro también, secamente, replicó: “No a todos”. Era día feriado en el calendario, pero sin holgorios en Cuba.
Con más hambres que pitanzas el pasado jueves, 10 de octubre, se cumplieron 156 años del Grito de Yara, suceso histórico protagonizado en el ingenio La Demajagua por su propietario, el abogado, hacendado e intelectual bayamés Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, el Padre de la Patria.
Ese día liberó a sus esclavos invitándolos a unírsele en la lucha, iniciándose así, de forma precaria, con apenas hombres y armas, la Guerra de los Diez Años, primera de las tres contiendas libradas por los cubanos para independizarse del colonialismo español.
Traigo este acontecimiento patrio como preámbulo a esta columna de opinión, que no tratará de temas históricos sino sociológicos, de economía agropecuaria y agroindustrial, porque más que con palabras es con cifras producidas en el devenir de nuestra historia, donde debemos apoyarnos, ahora, cuando Cuba se ha convertido en un rosario de penas, ácidas porque ni azúcar tenemos para endulzar una tarde o una noche de lamentos, sin electricidad, a oscuras, rumiando carencias en las ciudades cuales cementerios y transformados los campos en eriales, desiertos donde antes hubo vida y trabajo.
Rosario de lamentos
Público y notorio es. Habiendo sido durante varios siglos un producto insigne de la economía nacional, hoy en Cuba no se produce azúcar, y no ya para exportar, sino ni siquiera para el consumo de los cubanos. En este estado de necesidad es útil apuntar un dato económico en el contexto histórico reseñado al inicio.
Cuando se produjo el alzamiento en el ingenio La Demajagua, dando inicio a la Guerra de los Diez Años (1868-1878), en la zafra de 1868, hace la friolera de 156 años, en Cuba se produjeron 720.250 toneladas métricas de azúcar parda y 49.573 galones de miel, una producción irrealizable hoy, como imposible resulta que la agroindustria azucarera cubana dirigida por el Partido Comunista pueda hacer ahora aquella zafra.
En vísperas de la Guerra de Independencia (1895-1898), los cañaverales y los ingenios cubanos, administrados por sus propios dueños, sin intervención de la capitanía general del colonialismo español, produjeron en 1894 más de un millón de toneladas de azúcar, concretamente, 1.110.991 toneladas métricas de azúcar parda y 15.893 galones de miel.
No resulta raro entonces que el pasado miércoles, vísperas del Grito de Yara, escucháramos por la televisión otro rosario de lamentos, que por vergüenza, sí, por degradación ajena no reproduciré. En el programa Mesa Redonda compareció el ministro de Agricultura Ydael Pérez Brito, para desgranar carencias como si fueran granos vanos en una mazorca de maíz comida por gorgojos.
Sin carne y sin huevos
Se sabe por qué en la mesa del comedor faltan carnes, huevos, frijoles, arroz y falta leche, queso, mantequilla, viandas, frutas y hortalizas; y falta comida; ¡claro que se sabe!, no tiene que decirlo ningún ministro: si no tenemos cerdas de vientre, no habrá lechones para asar; y si no hay gallinas ponedoras, no hay modo de producir huevos. Se sabe que sin vacas lecheras no puede haber un vaso de leche sobre la mesa, del mismo modo que sin toros de ceba no hay carne en la nevera.
Y sabido es, sin petróleo, los tractores no arrancan para arar la tierra; como tampoco la tierra prestada rinde cosechas como la tierra propia. Pero el Estado comunista, siendo latifundista, no da tierra en propiedad a los campesinos, como es propio y natural en un Estado que funda una nación, laboriosa y productiva.
El Estado comunista colecciona “usufructuarios” de tierras estatales que no rinden suficientes cosechas y entonces el señor presidente y los señores ministros enhebran una ristra de lamentos, un rosario de penas… Óiganme, Cuba, incapaz de sustentarse a sí misma, y su dirigencia imputando a otros las insuficiencias propias de una economía centralizada por el régimen comunista, no tiene salvación ni como Estado ni como nación.
Sin salvación
Mientras de forma masoquista Cuba y los cubanos se deleiten con el relato de sus males que, en lo concerniente a la producción alimentaria, la solución no está en caminatas, discursos y leyes anodinas sino en la eliminación de trabas políticas de fondo, que hacen improductivos nuestros suelos más que la erosión, la salinidad, las sequías, las inundaciones o la carencias materiales, Cuba y los cubanos no solo carecerán de comida, sino también de moral, de vergüenza, que son los pilares que alejan de la indigencia y sostienen toda la obra humana.
Prestar tierras ociosas a los agricultores con los llamados “usufructos”, no resolverá los problemas acumulados en el campo y trasladados a la ciudad durante muchos años y que han hecho y hacen hoy inviable la producción agropecuaria en Cuba.
En primer lugar, en vez de prestar tierras, debía realizarse una verdadera reforma agraria, deshaciendo el latifundio estatal producido por la llamada Primera Ley de Reforma Agraria, de 17 de mayo de 1959, entregando, con títulos de propiedad sin más restricciones que su uso legítimo, la tierra que la mujer y el hombre del campo trabajan. Deberían asimismo entregarla a aquellos que sin encontrarse trabajando la tierra, quieran ir a trabajarla.
Además, debía retrotraerse la llamada Segunda Ley de Reforma Agraria de 3 de octubre de 1963, que no expropió latifundios ociosos o mal habidos, sino que enajenó la propiedad rural de entre cinco y treinta caballerías de tierra por motivos políticos, imputando “fines antisociales y contrarrevolucionarios” a sus poseedores.
En un hecho reparador de la justicia, una legislación para la posesión de la tierra agropecuaria en Cuba, debería partir llamando a los dueños de tierras expropiados por la llamada Segunda Ley de Reforma Agraria, o a sus descendientes, no importa dónde se encuentren hoy, restituyéndoles, según sus títulos legítimos, la propiedad que les fuera enajenada sin causa justa.
Y en ese acto a esas personas deberían reconocérseles todos los derechos de propiedad, ya fuere el uso por sí mismos, el arrendamiento o la compraventa.