PUERTO PADRE, Cuba.- ¡Pobre Cuba! Muerta, exangüe, toda y todos los conducidos, llevados y traídos, amordazados los pocos aún vivos. Y en esa mortandad física y principalísimamente de valores, muerta la Navidad ecuménica.
Navidad es natividad, nacimiento, Nochebuena. Es, en los países con esta cultura y tradición histórico-folclórica, fiesta, más allá de si las personas son de fe religiosa o ateas. Es una época de encuentros, de coincidencias, de consagraciones. Sí, para unos es tiempo allegadísimo con Jesucristo y su prédica, pero para otros no apegados al cristianismo, la comunión es con la familia, con los amigos, en días de comidas, bebidas, regalos, viajes de turismo o quedarse en casa. Es ser uno mismo. Negado en Cuba.
Sucede así en una nación natural, si en ella hubiera vida, esperanza en el porvenir y fe, entendida esa convicción del ser humano, la fe, cual confianza en sí mismo. Pero Cuba no es una nación natural porque los cubanos no son personas –salvo pulcras excepciones– auténticamente dueñas de sí mismas ni con más apego a sus raíces que un chovinismo de “alpargatas y café con leche”, al decir de un sacerdote español que fuera amigo de mi padre.
Y cuando todavía quedaba en la nación y en la nacionalidad algo de alpargatas y de café con leche –que ni eso de forma tangible ni metafórica poseemos hoy–, un día, allá por los años 60 del siglo pasado, llegó Fidel Castro quien, con cámaras y micrófonos, había aprovechado la Nochebuena de 1959.
En vísperas de la zafra de 1970, donde supuestamente fabricarían 10 millones de toneladas de azúcar que nunca se hicieron, dijo que se pospusiera la Navidad, que ya festejarían los cubanos el 26 de julio. Y así en Cuba nos quedamos sin Nochebuena y sin Navidad, y de paso, ahora tampoco tenemos azúcar.
Óiganme, adentrándome en lo más intrincado del archipiélago-cárcel que es Cuba, sufriendo encierros en calabozos de las más variopintas estaciones de policías, incluso en la de la lejana Manicaragua, en las estribaciones del Escambray, conducido por gendarmes dispares en su ser y hacer y en muy distintos momentos, con las botas puestas ayudé a fundar Diario de Cuba hace la friolera de 15 años.
Ese quehacer me llevó a reportar desde la Ciénaga de Zapata el 24 de diciembre de 2009. Allí, en Soplillar, un caserío otrora metido en el monte, fueron Fidel Castro y sus acompañantes, en helicóptero, a celebrar la Nochebuena de 1959.
En la celebración de los 50 años de aquella Nochebuena, con el pintor Kcho al frente, un equipo de entusiastas –asaban en púas dos grandes cerdos que hoy cada uno debe costar más de 100 mil pesos– remodelaron los bohíos de los carboneros a donde los castristas que todavía negaban ser comunistas fueron a comer lechón asado, arroz con frijoles negros, casabe, ensaladas de lechugas y tomates, turrones de Jijona y Alicante y a tomar vinos y cervezas.
Uno de aquellos niños en 1959, ya hombre maduro 50 años después, aquel día de 2009 me contó (y no recuerdo ahora si lo dije en aquel reportaje para Diario de Cuba), cómo equivocadamente en lugar de una cerveza Hatuey, había dado una malta a Fidel Castro, quien le dijo: “Te pedí una cerveza, no una maltina, esto es para las mujeres paridas”.
¿Qué “mujeres paridas” toman malta con leche condensada hoy…? Ninguna. Quizás algunas mujeres de la “nueva clase”, esa que el castrocomunismo dijo que eliminaría, pues era la suya una revolución “de los humildes y para los humildes”, cuando en realidad, la burocracia y la corrupción ya corroe los poderes del Estado sin miramientos. No. En Cuba no tendremos en 2024 una… “Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo”, según escribían nuestros mayores en las tarjetas navideñas que con imágenes alegóricas enviaban familiares, amigos y personas dedicadas a los negocios. Y, más que por falta de manzanas, uvas, dulces, comida y bebidas, no tendremos en Cuba una feliz Navidad y un próspero 2025 por falta de libertad.