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Venezuela: es hora de salirse del juego

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Venezuela: es hora de salirse del juego
Venezuela: es hora de salirse del juego

LA HABANA, Cuba. – La OEA no pudo llegar a un consenso sobre Venezuela y Maduro no muestra las actas —a lo que ya hace rato estaba obligado por la misma ley que el chavismo redactó— sencillamente porque no las tienen o, como dicen algunos en tono de broma —pero que en realidad pudiera ser lo más probable—, porque aún los chinos no terminan de imprimir las falsas. Y quien dice los chinos también diría los rusos, y hasta los cubanos de la UCI, ¿por qué no?, si a fin de cuenta son los autores del software que usan para contabilizar los votos.

El juego está como trancado y según se extiende el asunto —aun con el derribo de estatuas y la magnitud de las protestas— el panorama comienza a parecerse a las ocasiones anteriores en que, a pesar de denunciado el fraude por la oposición, a la larga no pasó absolutamente nada y, peor aún, estamos otra vez como en los varios inicios que ha tenido esta aburrida película de las elecciones robadas que ya sabemos cómo terminó cuando Leopoldo López, Henrique Capriles y Juan Guaidó no supieron usar con astucia el descontento popular y las protestas, algo que ya debiera tener por experiencia María Corina Machado, que ahora tiene a su favor el poco respaldo internacional que ha tenido Maduro, a diferencia de las veces anteriores cuando fue menos burdo el atraco.

Pero aun así la OEA ha quedado atada de brazos por las ausencias y abstenciones, y eso no es bueno para lo que hubiera podido venir inmediatamente después. De modo que Maduro, ayudado por sus pocos cómplices, gana tiempo para tejer su discurso de víctima a la vez que despliega la trampa donde, al primer descuido, caerán definitivamente —acusados de terrorismo y fascismo en virtud de la ley que estratégicamente redactó unos meses antes de las elecciones— Edmundo González Urrutia y María Corina Machado junto con toda la oposición, una jugada que enterraría para siempre (al mismísimo estilo del régimen cubano) cualquier vestigio de disidencia. 

Y tal cacería de brujas estaba anunciada. Venía como parte del paquete ofrecido por el chavismo al aceptar la competencia en unas elecciones que en ningún momento estuvo dispuesto a perder, y que ahora es evidente para todos que fue parte de un plan para desplegar todo el aparato represivo contra sus adversarios, a la vez que disemina frustración como antídoto contra el descontento popular. 

De modo que a los opositores les toca hilar muy cuidadosamente y, ya habiendo demostrado que fueron unas elecciones robadas, algo que ya ni siquiera dudan los aliados de Maduro —aunque no les quede más remedio que seguir literalmente montados en el burro— lo que sigue es impedir a toda costa que los descontentos se paralicen y que quienes protestan se regresen a sus casas convencidos de que será más de lo mismo, que no hay fuerza capaz de enfrentarse al “madurismo” una vez que este logre encarcelar a los líderes o enviarlos al exilio.

Si las protestas populares disminuyen o se terminan, entonces la oposición sí puede darse por derrotada y aquí en Cuba está el mejor y más triste ejemplo de lo que pasa cuando, por decepción, cansancio, apatía y facilidades para escapar nos cruzamos de brazos o nos atascamos en un bucle de denuncias que caen al vacío de unos organismos internacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, jamás harán el trabajo duro que nosotros tendríamos que hacer para alcanzar verdaderos resultados. 

Así, el próximo paso no puede ser paralizarse en continuar exigiendo actas que ya sabemos serán falseadas por los compinches del chavismo, sino responder en igual magnitud a la represión si es que desean avanzar hacia la victoria, y eso solo se logra pasando de la protesta y denuncia a la rebelión abierta, y articulándose con el apoyo internacional de gobiernos que sí pueden responder con sanciones, persecuciones y cuanto sea necesario contra quienes protagonicen y sirvan a la represión.

Maduro no va a caer tan fácil como pudiera parecer por las imágenes de multitudes enojadas, porque ya sabemos cuán tramposo puede mostrarse, sin pudor alguno, así como cuán parecidos a él son sus aliados, y cuán fácil escalarán la violencia si esta solo es respondida a lo interno con carteles, gritos y estatuas derribadas. 

No se necesitan más pruebas para comprender que las elecciones fueron parte de un plan que incluso tuvo en cuenta las protestas, porque las veces anteriores también las hubo y fueron sofocadas. Un plan que, al meter en las cabezas de las multitudes que es imposible derribar la dictadura, buscará terminar de convertir a Venezuela en lo que hoy es Cuba: un país donde la inmensa mayoría está en contra del régimen pero donde cualquier vestigio de oposición organizada es aplastado, y eso es posible sobre todo cuando los líderes —de los cuales estamos bien escasos— no se comportan como las multitudes esperan que lo hagan.

María Corina Machado y Edmundo González lo han hecho muy bien, y aunque están a punto de pisar la trampa chavista tal como hicieron sus antecesores, todavía tienen grandes posibilidades de salir victoriosos si logran continuar engrandeciendo su liderazgo con coherencia y con la inteligencia de comprender que ya el momento de “jugar limpio” —en la partida electoral que sabían amañada— terminó.

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