Madrid/“No soy político, no soy un activista, soy un vendedor de helados de La Habana, y sin embargo, todos los aspectos de mi vida han sido envenenados por la política cubana y su régimen corrupto”. Con estas palabras se presentó Osiris Puerto Terry, herido de bala por la Policía durante las manifestaciones del 11 de julio de 2021, en la Cumbre de Ginebra por los Derechos Humanos y la Democracia, que tuvo lugar el martes.
Ante el auditorio del evento, en el que, entre una veintena de políticos y activistas de todo el mundo, también participó Edmundo González Urrutia, considerado por gran parte de la comunidad internacional ganador de las presidenciales en Venezuela del pasado julio, Puerto Terry comenzó relatando cómo, cuando él era pequeño, su padre fue obligado por el régimen a salir en el éxodo del Mariel, tras lo cual, su madre, “destrozada”, se suicidó. “Yo no podía entenderlo a esa edad, pero mis profesores me decían que mi padre era un hombre malo”, dijo. “Más tarde supe que era mentira, propaganda. Mi padre no era un criminal: fue uno de los 125.000 cubanos expulsados a Estados Unidos en 1980”.
Volvía a su casa cuando, a unas cuadras de su domicilio, oyó a un coronel decir a un grupo de seis oficiales: “fuego a todos”
Más tarde, de adolescente, cuando se convirtió en el mejor boxeador amateur de la Isla, el régimen, aseguró, vetó su entrada al equipo debido al “vínculo” con su padre. “A eso me refiero cuando digo que la política cubana arruinó mi vida”, puntualizó. “Destrozaron a mi familia, llevaron a mi madre al suicidio y acabaron con mi carrera como profesional en el deporte. Todo ello antes de que cumpliera los 18 años. Y luego, cuando tenía 49 años, trataron de asesinarme”.
Volvió a contar, así, cómo fue herido el 11J, cuando, en plena crisis del covid-19, cuando “los hospitales se habían colapsado, la gente se moría y las morgues y cementerios estaban desbordados” y las autoridades hablaban “como si todo estuviera bajo control”, cientos de miles de cubanos salieron a las calles a exigir un cambio. “Para que quede claro: yo no participé en las protestas”, aseveró. Había pasado el día vendiendo helado, la actividad a la que se dedicaba, y sobre las 16:30 se reunió con unos amigos. Vieron a la multitud, refiere, “pero eran pacíficos” y coreaban lemas como “patria y vida”, “libertad”, “no tenemos miedo”.
Entonces, prosigue, “aparecieron las brigadas antidisturbios y aquello se convirtió rápidamente en un campo de batalla. La Policía atacó violentamente a los manifestantes lanzándoles piedras y obligándolos a retroceder”. Volvía a su casa cuando, a unas cuadras de su domicilio, oyó a un coronel decir a un grupo de seis oficiales: “fuego a todos”.
Su historia, tal como la contó en Ginebra, parece el relato de una caza. Un agente le disparó a la cabeza, “pero falló y dio en la pared detrás de mí”. Puerto Terry se escondió detrás de un pilar e intentó correr hacia un edificio vecino. Entonces, el policía disparó por segunda vez y le alcanzó bajo la rodilla derecha. “Caí al suelo, llorando de dolor, intenté levantarme pero no pude. El agente me disparó de nuevo, alcanzándome en la espalda”.
“¿Dónde está el negro? Queremos asegurarnos de que está muerto”
Dos vecinos lo arrastraron al interior del edificio, tal y como se observa en uno de los videos de las protestas difundidos por la organización Justicia 11J, pero el agente no cejaba en su empeño. “¿Dónde está el negro? Queremos asegurarnos de que está muerto”, gritaba.
Puerto Terry narró también cómo un vecino suyo, médico, Yoslien Rodríguez Roa, al que conocía desde la escuela, le contuvo las hemorragias para que pudiera llegar al hospital. Ese médico, recordó también, fue condenado a 11 años de cárcel por el delito de sedición, sin que permitieran a Puerto Terry testificar a su favor en el juicio.
A las puertas del centro, prosiguió, la Policía lo estaba esperando e intentó golpearlo de nuevo. “¿Van a salvar a ese contrarrevolucionario?”, dice que preguntaron a los médicos, y el jefe de guardia respondió: “Sí, vamos a salvarle la vida, porque ese es nuestro trabajo”.
Tal y como ha contado a distintos medios, desde entonces no paró el acoso sistemático por parte de la Seguridad del Estado. A pesar de sus heridas, y de la bala que aún sigue alojada en su espalda, le dieron de alta a los 12 días y pasó más de un año y medio en cama. Su clínica, denunció, no tenía los medicamentos que necesitaba, así que tuvo que recurrir a su padre y a su hermana, en Estados Unidos. “Si no hubiera tenido a mi familia en el extranjero para ayudarme, habría muerto, lo cual es bastante irónico, ¿no? Los manifestantes luchaban por mejorar la atención sanitaria y el acceso a medicamentos, a mí me disparó la policía y luego fui víctima del mismo sistema por el que protestaban”, comentó.
“El departamento de balística dijo que nunca encontraron proyectiles que pudieran relacionarse con los agentes que me dispararon”
Por último, detalló su calvario al intentar conseguir una indemnización de parte del Gobierno, infructuosamente. “El régimen inventó todo tipo de excusas”, explicó. “El departamento de balística dijo que nunca encontraron proyectiles que pudieran relacionarse con los agentes que me dispararon y que incluso, si me hubieran disparado, algo que supuestamente no hicieron, habrían sido excusados porque estaban cumpliendo con su deber, pero yo sé quién me disparó”, sentenció. “Fue un capitán de la policía especializada a 12 metros”.
Al menos otras siete personas, recordó, fueron tiroteadas por la Policía esa semana, entre ellas la única víctima mortal reconocida por el régimen, Diubis Laurencio Tejeda, el 12 de julio, en La Güinera, a manos de Yoennis Pelegrín Hernández, subteniente de la Policía. “El oficial Hernández nunca fue castigado por su crimen”, apostilla Puerto Terry, quien remacha: “Soy la prueba viviente y violenta de la represión del régimen cubano del 11 de julio y de lo dispuestos que estaban a asesinar a los civiles”. Quien dio la orden “de asesinar al pueblo cubano desarmado”, recalcó, fue Díaz-Canel Bermúdez.
Puerto Terry exigió justicia para él, los muertos y los presos políticos que siguen siendo torturados en la cárcel, y se despidió gritando: “Patria y vida”, “viva Cuba libre”, “viva Venezuela libre”, “viva Nicaragua libre”, “abajo la dictadura”. Antes de bajar del estrado, se abrió la camisa para mostrar el pulóver que llevaba debajo, negro con letras blancas manuscritas en mayúscula: “Patria y vida” y “Diascanel [sic] singao”.