SANTA CLARA, Cuba. – Justo como ocurre con la Caridad del Cobre o San Lázaro, sincretizados en Oshún y Babalú Ayé, respectivamente, Santa Bárbara se identifica en el panteón yoruba con Changó, uno de los orishas más respetados de la Regla de Ocha. Todos los 4 de diciembre tanto practicantes de la santería como devotos católicos suelen vestirse de rojo y blanco y prender velas a las representaciones de sus respectivos íconos, que muchos veneran como si fuese una misma deidad.
Sin embargo, varios investigadores resumen el sincretismo religioso entre ambas divinidades como una especie de contrapunteo: “Ella doncella, virgen y mártir; él orisha, hombre violento, bailador y mujeriego”, refiere el libro Santa Bárbara Changó, de tres autores entre los que se halla la fallecida antropóloga Natalia Bolívar. “Cuando vas a una iglesia en Cuba el 4 de diciembre, la mitad de los que están allí están adorando a Changó”, aseguró en otra ocasión la propia Bolívar, dejando claro que a Changó lo respetan “creyentes y no creyentes, y también comunistas y católicos, por si acaso”.
Aunque se trata, en efecto, de dos caracteres totalmente enfrentados, durante siglos el cubano los ha identificado como uno solo, un culto derivado del propio intento de los africanos esclavizados en Cuba por salvaguardar su fe, la que fusionaron con el santoral católico y acomodaron a las imágenes y amuletos que veneraban sus amos españoles. La analogía entre los santos y los yorubas fue, a su vez, un mecanismo de defensa que daría lugar a la formación de los cabildos y a manifestaciones religiosas y festivas de resistencia cultural. Una de las casas-templo más conocidas en Cuba es la Sociedad Santa Bárbara en Palmira, que cada 4 de diciembre realiza una multitudinaria procesión para acompañar el recorrido por el pueblo de la estatua de la santa, aunque esta tradición incluye también elementos ceremoniales dedicados al orisha Changó.
Lo cierto es que el sincretismo entre la Santa y el “Rey de la Ocha” parece ser uno de los más arraigados entre el pueblo cubano. “En la iglesia se le adora como Santa Bárbara. En la casa de un santero ese mismo santo está metido dentro de su piedra, en batea de cedro, pintada de rojo y blanco”, apuntaba la conocida etnóloga Lydia Cabrera. En su obra maestra El Monte, Cabrera sentencia: “La Santa Bárbara que se adora en la iglesia es Changó vestido de mujer”.
Mientras a Santa Bárbara se le representa con una espada, una copa y un castillo, a Changó también se le relaciona con estos elementos y otros que dan idea de fortaleza, bullicio y virilidad, como el hacha petaloide, las maracas y los caballos. En las dos religiones se les considera patrones de los artilleros. Entre los patakíes atribuidos a Changó se cuenta la historia de cuando debió disfrazarse de mujer para huir de Oggún, el orisha de la guerra, vestido con una capa roja tal cual luce en las imágenes la mártir católica.
No obstante la existencia de santeros que reniegan del sincretismo, una buena parte de los practicantes de la santería escogen este día del calendario para “dar comida” a Changó, dedicarle altares y festines o bien limpiarse con hierbas, frutas y animales que de acuerdo con las leyendas le pertenecen al también nombrado Alafín (Rey) de Oyó. Se suele agasajar con racimos de plátano y se le confieren tanto virtudes de curandero como los defectos de libertino, machista y colérico.
Si a Changó se le considera el “dios del rayo”, a la santa también se le vincula con este tipo de fenómeno, de ahí el dicharacho popular de “solo te acuerdas de Santa Bárbara cuando truena”. Muchos cubanos creyentes del poder implacable del orisha le atribuyen desastres naturales, incendios y siniestros como los que han acaecido en la Isla en los últimos años por estar precisamente relacionadas con el fuego o las tormentas eléctricas.
Changó representa no solo la belleza; también es el dueño del tambor y amigo de los jolgorios interminables. En la propia historia de la música cubana existen temas sumo populares que les han sido dedicados como el Qué viva Changó, popularizado por Celina González, y el Mister, Don’t Touch the Banana, de Willy Chirino.