LA HABANA, Cuba. – Lo que ha dejado la DANA en Valencia, España, bien pudiera ser el escenario del día después del Juicio Final. Ha sido una devastación tan absoluta y monumental que, por un momento, los cubanos que no hemos dejado de lamentar el desastre y seguir de cerca la recuperación de la provincia de Guantánamo tras el paso del huracán Oscar, unimos también nuestro pesar al de tantas personas que ahora mismo atraviesan condiciones similares: gente que lo ha perdido todo, que no tiene electricidad, alimentos ni agua; gente que no ha podido salir de municipios que permanecen bloqueados por la acumulación de lodo y escombros.
Ambas tragedias ocurrieron con apenas una semana de diferencia, circunstancia que algunos han aprovechado para tratar de minimizar lo ocurrido en las localidades de Imías, San Antonio del Sur y Maisí en comparación con los sucesos en Valencia, al tiempo que justifican a las autoridades de la Isla porque “en Cuba, como en cualquier parte del mundo, el Gobierno a veces no puede solucionar todos los problemas”.
Peor que la falta de soluciones ha sido la falta de previsión, que ha cobrado víctimas por igual en la Isla y en la península. Acá y allá hubo negligencia por parte de las autoridades, pero existen diferencias que deben puntualizarse para que los voceros de la dictadura dejen de establecer comparaciones complacientes y desacertadas.
El gobierno autónomo de Valencia emitió tarde las alertas; el régimen de Díaz-Canel ni siquiera pudo avisar a los guantanameros de que se aproximaba un huracán porque Cuba estaba en medio de un apagón nacional que se extendió por más de 100 horas. Admitir que la Defensa Civil no pudo iniciar las labores de evacuación por las complejas circunstancias que atravesaba el país en esos momentos, es una justificación burda incluso para este gobierno que todos los días rompe su propio récord de ineptitud, maldad y ridiculez.
Las “complejas circunstancias” fueron provocadas por los mismos que se robaron los créditos millonarios que debieron ser invertidos en reparar el Sistema Electroenergético Nacional (SEN), y que llevan tres años gastando millonadas en la construcción de hoteles, mientras desatienden las infraestructuras imprescindibles para que un país pueda ser mínimamente funcional.
En España la prensa no ha descansado. Se ha recomendado tener cuidado con los bulos, pero no se ha censurado a nadie, mientras en Cuba el régimen investiga y encarcela a los autores de una supuesta fake news sobre la rotura de las cortinas de la presa de San Antonio del Sur.
Las imágenes de la tragedia en Valencia recorren el mundo, así como los testimonios de los damnificados y las duras críticas de la ciudadanía ante la morosidad institucional. Constantemente se hacen públicas las cifras monetarias donadas y las organizaciones que han acudido con vituallas para asistir, en la medida de lo posible, a quienes intentan retomar el pulso de la vida en medio de tanta desgracia.
El presidente de la Generalitat de Valencia compareció en rueda de prensa para anunciar las primeras medidas de ayuda, entre ellas la concesión de 6.000 euros a cada familia cuya vivienda quedó afectada tras el paso de las riadas, una suma que habrá de tramitarse por la vía de máxima urgencia para que el dinero llegue a sus manos antes que termine esta misma semana.
La máxima de que el pueblo salva al pueblo, y la imagen de miles de españoles que marchan hacia la zona de desastre para hacer por sus compatriotas todo lo que puedan, desde barrer lodo hasta repartir bocadillos, habla maravillas de la sociedad española y nos hace pensar en lo mucho que seríamos capaces de hacer los cubanos si este maldito gobierno se quitara de en medio. Dentro y fuera de la Isla, la gente se ha movilizado para enviar lo que pueden a los afectados en Guantánamo, pero pocos están en condiciones de acudir a echar una mano porque no hay economía ni medios para hacerlo.
En la prensa estatal se habla de donaciones recibidas, pero no se revelan las cifras ni los bienes donados, ni cómo o cuándo serán distribuidos entre los afectados. La catástrofe de Guantánamo, desplazada del foco, va quedando sepultada por el permanente infortunio que es la cotidianidad dentro de la Isla. Por eso, Díaz-Canel participó con toda tranquilidad en una farsa de congreso de la UNEAC, se inauguró un mediocre Festival de Ballet de La Habana, habrá Bienal de La Habana y Festival de Teatro de Camagüey, como si nada hubiera pasado.
Pero lo verdaderamente inconcebible es que, mientras el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, tuvo que ser evacuado por su equipo de seguridad entre palos y patadas al vehículo en que intentaba huir de la muchedumbre enardecida de rabia, y los reyes de España soportaban ofensas y pegotes de fango que les lanzaron los vecinos de Paiporta, en el pobrísimo y arrasado Oriente cubano un grupo de infelices recibió con loas la visita de Díaz-Canel. Una señora incluso le dio un abrazo, y no queda otro remedio que preguntarse de qué pasta está hecha esa gente que besa la mano que le da muerte.
Es comprensible que por miedo a la cárcel nadie lance palos, ni fango, pero la gente bien puede guardar silencio, o simplemente trancarse en su casa. No hay razón para rendir la menor pleitesía a ese individuo y su séquito. No la ha habido desde que asumió el cargo, pero ahora mucho menos. Da pena tanto servilismo inútil. Da pena la nula vocación ciudadana de tantos cubanos.