LA HABANA, Cuba. – Después de un diciembre movidito entre el cumpleaños de Sandro Castro y el concierto de Bebeshito, tan acaloradamente debatidos en redes sociales que la explosión de la planta de asfalto de Sancti Spíritus pasó desapercibida, enero de 2025 abre con la noticia de otro siniestro, esta vez en la localidad de Melones, Holguín, que ha captado la atención de todos por su nefasta similitud con el ocurrido en la Base de Supertanqueros de Matanzas, hace más de dos años. La tragedia en Sancti Spíritus acabó con la vida de Alexis Díaz Salas, un obrero de 48 años que llegó al hospital con quemaduras en el 60% de su cuerpo, y hasta el momento se eleva a 13 la cifra de “desaparecidos” tras el accidente en el almacén militar holguinero.
Vuelve a sentirse la misma zozobra de los días inmediatos al 5 de agosto de 2022, cuando nada se sabía de los muchachos que, cumpliendo el Servicio Militar (obligatorio), habían sido enviados como parte del comando de bomberos a sofocar el infierno desatado en la bahía de Matanzas. Diecisiete fueron las víctimas en aquel incendio de gran magnitud que se produjo, según fuentes oficiales, porque un rayo impactó uno de los tanques de almacenamiento de crudo de la Base de Supertanqueros. La opinión pública cuestionó la falta de seguridad en una instalación tan importante y de tan alto riesgo, así como la designación de jóvenes reclutas para hacer frente a un peligro que exigía el máximo nivel de preparación.
Hace dos años fue un relámpago desafortunado. Hoy es un arsenal vetusto que reventó en una unidad militar. Casi 20 horas después del suceso llegaron las condolencias, la preocupación, el acompañamiento y el infaltable apunte de que hay una investigación en curso, aunque es probable que el resultado no se haga público, o no convenza a nadie, como sucedió con la explosión del hotel Saratoga, el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas e incluso la caída del avión de Globar Air en las inmediaciones del Aeropuerto Internacional “José Martí”, en mayo de 2018.
No escampa para Cuba y cada vez tienen más razón quienes afirman que el gobierno de “continuidad” está cagado de aura, aunque en profundidad sabemos que el asunto es mucho más grave que una simple superstición. Desde 2018 no dejan de suceder desgracias, y el primer mes del año ha sido particularmente amargo. El 27 de enero de 2019 un tornado azotó la capital cubana, causando los mayores daños en el municipio de Regla, donde se produjeron tres de las cuatro muertes reportadas y hubo al menos 50 personas heridas. La respuesta del Gobierno fue tan miserable que la comitiva que acudió a evaluar los daños tuvo que salir corriendo ante el abucheo de los pobladores.
Exactamente un año después, tres niñas murieron aplastadas por un balcón que se desplomó en el barrio habanero de Jesús María, un accidente por el cual culparon a una familia, pese a que varios expertos aseguraron que la estructura se desprendió tras las labores de escombreo acometidas por organismos estatales.
Contra la naturaleza poco puede hacerse más allá de la prevención, y los tornados no son fenómenos meteorológicos habituales en la Isla, menos aún en zonas urbanas. Pero un avión caído, un balcón desprendido, un camión de gas que estalla y arrasa con un hotel y varias edificaciones aledañas, el impacto de un rayo en un depósito de combustible o la explosión de armas almacenadas sí tienen culpables directos y el pueblo cubano lo sabe.
Las causas de estos accidentes no han sido del todo esclarecidas, ni indemnizadas las víctimas, ni expuestos los culpables. Son desgracias por las que nadie responde y ahora, tratándose de un almacén de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, es poco probable que las cosas resulten de un modo diferente.
Así como en el pasado murieron obreros al colapsar varios de los refugios que mandó a construir Fidel Castro para proteger al pueblo de una hipotética “invasión yanqui”, ese armamento envejecido que fue guardado en la instalación militar de Melones para una guerra imaginaria contra un enemigo imaginario, hoy cobra la vida de 13 personas, entre ellas nueve jóvenes que cumplían el Servicio Militar.
Las autoridades ya han desestimado la probabilidad de encontrarlos vivos, y en esta hora sus madres se sienten aplastadas bajo el peso de un dolor muy real que no entiende de pésames ni acompañamientos, porque nada pueden saber de una cosa ni otra los funcionarios que mantienen a sus propios hijos a buen recaudo, mientras los hijos de Liborio son obligados a malgastar uno o dos años a disposición de un régimen que pone sus vidas en riesgo en cualquier unidad militar, tal como hace 40 años los lanzó a las guerras de África en nombre de un ideal que terminó de diluirse en el vino espumoso y las botellas de Tequila Rose repartidos por Sandro Castro en su reciente fiesta de cumpleaños.