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Más desgracias, más muertes: ¿otra casualidad?

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Más desgracias, más muertes: ¿otra casualidad?
Más desgracias, más muertes: ¿otra casualidad?

LA HABANA, Cuba. – Como para que sepamos bien que las desgracias no han terminado, que incendios, inundaciones y terremotos inusuales no son casualidades, sino más bien señales en un cuerpo que agoniza, llega la mortífera explosión en Holguín y la pérdida de más jóvenes que corrieron igual suerte que aquellos inocentes de Matanzas en el incendio de agosto de 2022; que los hombres y mujeres sepultados por los escombros del hotel Saratoga, en mayo de ese mismo año.

Pero no hay “casualidad” ni ha sido “accidente”, como tampoco los hubo en la explosión anterior también ocurrida en un arsenal militar de Holguín en julio de 2020, o en la caída del helicóptero que formaba parte de la escolta que trasladaba a Miguel Díaz-Canel de Holguín a Guantánamo, en enero de 2021, con cinco militares fallecidos; o el otro aparato siniestrado en abril de 2024 en las inmediaciones del aeropuerto de Santiago de Cuba, presuntamente luego del traslado de Raúl Castro desde Camagüey, que dejó por saldo la muerte de tres efectivos de la Fuerza Aérea.

En todos los casos, a falta de un explicación convincente, por la demora e incluso la ausencia en los resultados concluyentes de unas investigaciones (que ni siquiera se hicieron, al menos no en el caso del hotel Saratoga cuya reconstrucción fue comenzada casi de inmediato, a sabiendas de que se arruinarían las evidencias), el retardo y la falta de elementos con que llega la “información oficial” —que responde más a la presión de los medios independientes y las redes sociales que a la voluntad de informar de modo veraz—, dejan ver claro que, o es demasiada mala suerte, o sencillamente prefieren pasar por accidental lo que a todas luces se revela como intencional.

No se trata, como piensan algunos, que habiendo sido “accidentes”, atribuidos a “errores humanos”, a abandonos de las autoridades (como en el caso de las inundaciones en Guantánamo), a abuso de poder y violaciones de los protocolos de seguridad (como en el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas), lo que hay detrás de la desinformación es simple impunidad, porque con presentar una o dos cabezas cortadas, de algún militar o jefe de poca monta, muchos quedarían satisfechos, incluso los padres que reclaman justicia por sus hijos muertos, pero es evidente que no son estas catástrofes cosas del azar, ni de la incompetencia sino sucesos acaecidos con total intención y que, por tanto, echarían por tierra ese discurso sobre la “unidad” con que el régimen pretende justificarse, al tiempo que expone las peligrosas fracturas internas que hoy amenazan de muerte al castrismo y su “continuidad”, y que van más allá del par de ministros destituidos.

La dictadura prefiere pasar por víctima de la incompetencia, incluso por remolona en el esclarecimiento de los hechos, por “secretista” o nada transparente, que reconocerse públicamente fragmentada a lo interno, asediada y traicionada por sus propias fuerzas y, peor que lo anterior, ignorante de cuáles son esas facciones desleales que bien conocedoras de las vulnerabilidades del sistema, de las grietas, saben emplearlas como la mejor de las armas, precisamente porque son susceptibles de camuflarse como accidentes, como casualidades, como errores humanos.   

La enorme grieta de deslealtades descubierta por Raúl Castro en 2009 en el mismísimo Grupo de Apoyo de Fidel Castro, para nada se cerró con la oleada de destituciones que literalmente vació las oficinas del Consejo de Estado. Pero eso era solo un pedazo de un cáncer terminal haciendo metástasis, y la señal más clara es que el castrismo había arribado al nuevo milenio en franca descomposición, con destituciones escandalosas, como las del canciller Roberto Robaina (del que Miguel Díaz-Canel había sido gran amigo y segundo al mando en la UJC nacional, cuando aquel fuera el primer secretario de la organización).

Así cada año los conflictos y las fragmentaciones sistémicas, las rupturas y disidencias internas se han vuelto más extensas y profundas hasta el punto de derivar en el éxodo masivo que experimentan las dos únicas organizaciones políticas permitidas por el régimen: el Partido Comunista de Cuba y la Unión de Jóvenes Comunistas, que se han visto obligadas a abandonar la selectividad de años atrás para terminar prácticamente regalando la membresía o presionando a las personas que aspiran a determinados puestos de trabajo estatales mejor remunerados para que se conviertan en militantes como condición sine qua non.

En las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) no es diferente. Los casos de deserción, de decepción, inconformidad y corrupción aumentan de modo alarmante, a pesar de que continúa siendo, junto con el Ministerio del Interior, el último reservorio de lealtad ideológica con que cuenta el régimen, aunque cada día más permeado por una mentalidad práctica, oportunista, que apenas ve el paso por la vida militar —mientras más breve, mejor— como garantía en la aspiración a algún puesto o plaza importante en su sistema empresarial, es decir, en el conglomerado conocido como GAESA, donde la competencia interna por mejorar posición en la verdadera pirámide del poder real en Cuba es intensa, sangrienta, monstruosa, tanto así que aún hay quienes se niegan a ver como casual la repentina muerte, en julio de 2022, de quien fuera el jefe de jefes más conocido, el general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, no cuando ocurrió precisamente entre grandes catástrofes: poco más de un mes después de la explosión del hotel Saratoga y un mes antes del incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas. 

Ahora en Holguín (el lugar donde Díaz-Canel fue secretario del PCC durante muchos años y donde conoció a su actual esposa), nuevamente ha pasado algo que no nos dirán en una nota, algo que estará muy distante de la versión que el Ministerio de las Fuerzas Armadas ha redactado bajo presión, una versión que contrasta enormemente con la movilización de efectivos, el despliegue policial, el desplazamiento de altos mandos, el cierre de carreteras de acceso incluso a sitios distantes de los hechos, además de la advertencia a vecinos de las cercanías sobre las consecuencias de divulgar información o imágenes sobre lo sucedido, más cuando la víspera varias personas dicen haber visto un inusitado movimiento de un convoy de camiones en dirección al lugar de la explosión.

Mal comienzo el del 2025, sobre todo para los que aún persisten en hablar en términos de superstición. Porque si quedaban dudas sobre la maldición que, dicen algunos, pesa sobre la Isla, llegan otra vez la catástrofe y la muerte a dar razón a quienes no necesitan más señales para comprender que estamos “salaos”. Pero es porque quizás hace tiempo tenemos en nuestras manos la solución definitiva a tantos problemas y desgracias pero continuamos con el puño cerrado, aguantándola, postergándola, imaginando que alguien llegará de “afuera” a terminar lo que depende exclusivamente de los de “adentro”, o que se necesita de un Mesías —o al menos de ese líder que todos estarían dispuestos a seguir si fuese tan perfecto como deseamos desde nuestras sobradas imperfecciones—, para tomar las calles y pedir a gritos que termine ya nuestra angustia, que se largue para siempre esta “salación” que en realidad se llama dictadura.   

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