Home Cuba Los jóvenes harán el cambio, pero al modo que aprendieron 

Los jóvenes harán el cambio, pero al modo que aprendieron 

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Los jóvenes harán el cambio, pero al modo que aprendieron 
Los jóvenes harán el cambio, pero al modo que aprendieron 

LA HABANA, Cuba. – La crisis de valores éticos que se originó durante el llamado Periodo Especial y que en los últimos años, con el agravamiento de la situación económica y social del país se ha agudizado más, en quien más negativamente ha repercutido es en los hijos y los nietos de los que el régimen esperaba fuera el “hombre nuevo”. Paradójicamente, son los que menos reparan en ello. Se resignan, repitiendo mantras fatalistas como “no es fácil” o “no hay más na”, y echando a un lado los escrúpulos, porque consideran que si de sobrevivir en un medio hostil se trata, vale todo.        

Pasaron su niñez y su adolescencia en la década de 1990 entre las colas para conseguir comida, los apagones, las guaguas que no pasaban, las jineteras y los pingueros a la busca de un “yuma” a quien exprimir y la gente que se lanzaba al mar en cualquier artefacto que flotara.

Vieron a sus padres dejar sus trabajos porque lo que les pagaban no alcanzaba ni para mal comer una semana y hallar otro empleo donde hubiera “búsqueda” (ese eufemismo para designar el robo al Estado). Y mientras buscaban la forma de mantener a su familia a como diera lugar, evadían al jefe de sector y los chivatos del CDR, jugaban números en la bolita, maldecían su suerte y buscaban refugio en los santos que no escuchaban y el alcohol que poco a poco los iba matando.

Algunos muchachos comprendieron lo adecuado de no preguntar jamás de donde salía lo que había en la mesa o la ropa de marca que le regalaban en su cumpleaños.

Piadosamente, putear dejó de ser eso para convertirse en “luchar”, que también podía ser sinónimo de carterear, estafar o vender marihuana. Y así muchos, convertidos en sinvergüenzas todo terreno, se ahorraron los complejos de todo tipo y los remordimientos. 

Esas historias deprimentes se repetían entre los menos afortunados, que eran la mayoría. Los hijos de papá sufrían menos experiencias desagradables. A ellos llegaban, si acaso, solo las anécdotas de sus compañeritos de la escuela, que andaban malolientes, con los zapatos rotos y solo tenían para merendar, a la hora del receso, pan con aceite (si había aceite) y agua con azúcar.  

Como vivían rodeados de varias morales, los muchachos decidieron finalmente hacer lo mismo que sus papás y sus mamás: vivir sin ninguna. Así, aprendieron temprano a simular y a perder los escrúpulos. No tuvieron otra opción que sumarse al “sálvese el que pueda”. Para ellos, fue natural hacer lo que observaron desde la cuna. Pero lo hicieron sin las limitaciones que frenaban a sus padres, que tanto teque ideológico tuvieron que escuchar y apariencias guardar. 

A los jóvenes de ahora mismo, cínicos, hedonistas y descreídos como son, y adictos a las redes sociales, no se les puede venir con teques y politiquería. El régimen lo sabe. Y como no puede ganárselos ni contar con que simulen el entusiasmo de décadas atrás de sus abuelos, se conformaría con que obedecieran. Pero después de las protestas del 11J, protagonizadas por jóvenes, ni eso. Ni siquiera asustándolos con las largas condenas de cárcel impuestas a varios centenares de manifestantes y la implantación de nuevos edictos represivos.     

En Cuba la nueva generación es cada vez más diversa y compleja. Una parte de ella es instruida y calificada. La otra vive al borde de la marginalidad o está de cabeza metida en ella y delinquiendo. Pero todos los de las más nuevas generaciones tienen mayores expectativas que sus mayores. Reclaman libertades públicas, trabajos mejor remunerados, más calidad de vida, más comunicación con el mundo exterior. Y el régimen es incapaz de concederles esos derechos porque eso iría, no ya contra su esencia dictatorial, sino también contra propia supervivencia.

Los jóvenes se las arreglan para subsistir, en los estrechos márgenes que deja el régimen, con un trabajo por cuenta propia, un empleo en una empresa de capital mixto o en el turismo, un pariente en el exterior que les envíe dólares, un amante extranjero, una obra de arte bien vendida, o “bisneando lo que aparezca”. Pero cuando, por mucho que se esfuerzan, ven cada vez más lejanas las posibilidades de tener un futuro mejor, ignorando las exhortaciones de los mandamases comunistas a tener proyectos de vida en su país, se largan por Nicaragua o México, a través de un parole o la lotería de visas estadounidenses, o piden asilo a la primera oportunidad en que viajen al exterior, si son deportistas o artistas.

El régimen se libra de los que se van. Son millares de inconformes menos con los que tendría que lidiar y muy pronto se convertirán en emisores de remesas para sus parientes en Cuba. El problema será mantener sometidos a los que se quedan. Cada vez más frustrados e inconformes, aunque parezcan apáticos a la política o incluso se dejen confundir a ratos por la retórica oficial, si no saben bien definir qué quieren, ya tienen claro lo que no quieren.        

Los nietos de la Revolución de Fidel Castro protagonizarán la inevitable transformación post-totalitaria de la sociedad cubana. Solo que lo harán actuando de la forma en que aprendieron. Y eso no es exactamente una buena noticia. Digo, al menos para los que soñamos con un país decente.

ARTÍCULO DE OPINIÓN Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

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