LA HABANA, Cuba. – Cuando algunos esperaban que el X Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) inclinara sus debates hacia las relaciones entre las instituciones culturales y los creadores, en realidad el evento centró su atención en el entramado ideológico que subyace en torno a la cultura nacional. En ese sentido el tema de la “colonización cultural”, ese fenómeno del que tanto se habla y por el contrario tan poco se sabe acerca de su real contenido, cobró un gran realce.
El ministro de Cultura, Alpidio Alonso, en las palabras de clausura del evento, aseveró: “Este Congreso ha debatido ampliamente acerca de los peligros de la colonización cultural, y sobre cómo enfrentarlo. Ese ha sido quizás su mayor acierto”.
Si para algo sirvieron las palabras del ministro fue para que entendiéramos lo que significa el colonialismo cultural para la cúpula gobernante cubana. Eso lo dedujimos tras su declaración de que “el principal obstáculo que encuentra la colonización cultural en Cuba es el socialismo”.
Como sabemos, el socialismo en Cuba presupone una norma de vida que se aleja de valores universales, como las prácticas democráticas de gobierno, las libertades individuales y las relaciones de mercado en la economía. Por lo tanto, es fácil entender que el señor Alonso asocie la aceptación de esos valores como una muestra de que se está colonizado culturalmente. Evidentemente, aquel mensaje del Papa Juan Pablo II de que “Cuba se abriera al mundo” sería calificado hoy por la maquinaria castrista del poder como un aliento a la colonización cultural.
Y por supuesto que la relación del oficialismo cultural con la Historia no podía quedar fuera de los planteamientos del ministro. “El imperialismo pretende devaluar la historia revolucionaria para sustituirla por otra que responda a sus intereses”, fue uno de los señalamientos de Alonso sobre este tema.
Claro que el ministro no dijo que no fue el imperialismo el que quiso cambiar la interpretación de la historia de Cuba. Esa que refleja las verdaderas raíces de la cubanidad, y que pudiéramos representarla en obras como la Historia de la Nación Cubana, escrita con motivo del cincuentenario de la República en 1952, y que contó con la colaboración de autores tan notables como Emeterio Santovenia, Ramiro Guerra, Juan J. Remos y Julio Le Riverend, entre otros.
Fueron por el contrario las nuevas autoridades detentadoras del poder a partir de 1959 las que se dieron a la tarea de reescribir la historia de Cuba para adaptarla al materialismo histórico de Carlos Marx y a los postulados de los manuales leninistas provenientes de la Unión Soviética.
A lo anterior habría que añadir un proceso de mitificación con vistas a convertir en verdades ciertas mentiras en aras de adecuar el pasado a los intereses del castrismo. Nos referimos, por ejemplo, a ese embuste de que en Cuba, de Céspedes a Fidel Castro, ha habido una sola Revolución; que la intervención militar de Estados Unidos en la gesta del 95 frustró la victoria que ya tenían asegurada los mambises; o que la firma de un tratado de reciprocidad comercial con el vecino del norte provocó la deformación estructural de la economía cubana.
No podemos olvidar tampoco el empeño de relacionar a figuras cumbres de la patria, como es el caso de Martí, con la revolución castrista. Una falacia que ha llevado a un segmento de las nuevas generaciones a rechazar el legado de nuestros próceres. Eso de que “José Martí es el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada” está entre lo más infame que hemos escuchado.
De más está decir que, al final de su discurso, llegaron las felicitaciones al ministro de parte de Díaz-Canel y de otros miembros de la nomenclatura presentes en la actividad.