LA HABANA, Cuba. – En la IV Conferencia La Nación y la Emigración, efectuada en La Habana los días 18 y 19 de noviembre, hubo derroche de hipocresía y desvergüenza de ambas partes, que en realidad eran una sola: la dictadura, que fue la que monologó, trazó las pautas y el derrotero de la reunión, e indicó cuándo había que aplaudir.
Pero cuando parecía que ya no faltaba nada más para sentir el máximo bochorno ajeno, el gobernante Miguel Díaz-Canel, tras su discurso de clausura, fue ovacionado por una masa sumisa que, cual cederistas o miembros de una brigada de respuesta rápida, coreaba: “Pa’lo que sea, Canel, pa’lo que sea”… ¡Qué asco!
Es sabido que muchos de los que asistieron al evento son infiltrados del régimen, agentes de influencia o de penetración de la inteligencia castrista sembrados desde hace años en el exilio y la emigración. También vinieron, a rendir pleitesía, oportunistas, mercachifles, vividores, chantajeados, frustrados. Los menos son los ingenuos y los tontos. Porque está más que claro que el régimen, con esta reunión, más que lavarse un poco su cara patibularia, lo que busca es atraer a incautos que vengan a hacer negocios e inviertan su dinero en Cuba.
Los mandamases quieren crear un ambiente mejor y más distendido para, amén de dividir al exilio, chulear dólares y euros a la emigración, ir capeando el temporal y evitar que acabe de hundirse el lastimoso cascajo que queda de lo que todavía llaman Revolución.
Pero más sinvergüenzas que los mandamases castristas son los cubanos en el exterior que se prestan a ser sus cómplices.
Si es que ya van a poder invertir en el país en que nacieron y puede que algún día ni los consideren emigrados, lo menos que podían reclamar es poder votar en los paripés electorales del Poder Popular, tener representación en la Asamblea Nacional y que las embajadas del régimen dejen de hacer de policías y arrogarse el derecho de decidir quién puede venir a Cuba y quién no.
También podían exigir la libertad del más de un millar de presos políticos y de conciencia que hay en las cárceles cubanas y que se respeten los derechos humanos. Pero, evidentemente, eso no les interesa. Ellos ayudan al régimen en su narrativa de que los que se van lo hacen por razones económicas, para nada políticas, “por culpa del bloqueo”. Y aceptan que la dictadura siga con su victimismo y su chantaje emocional, usando como rehenes para captar remesas a los familiares en Cuba de los emigrados.
En este circo hubo lagrimitas y payasadas a tutiplén. Y patriotismo de todas las tallas, aun de las más torcidas y descaradas. Puedes escoger con cuál te quedas: si con el patriotismo del empresario Hugo Cancio, con los bolsillos llenos con el dinero de la comida que, entre otros negocios, vende a precios multiplicados en Katapulk a los emigrados que no quieren que sus familiares en Cuba mueran de hambre; o con el patriotismo de Carlos Lazo, que habla empalagosamente de amor y reconciliación cuando el régimen nunca ha pedido perdón ni mostrado señales de arrepentimiento por todas las infamias cometidas contra los más de dos millones de cubanos y sus descendientes residentes en el exterior.
¿Será que la reforma migratoria de 2013 que eliminó el permiso de salida (eso sí, excepto para los regulados por la Seguridad del Estado) borró el tiempo aquel en que al que se iba de Cuba le ponían en el pasaporte que la salida era definitiva, amén de quitarles las casas y todo lo que tenían, hasta los calderos, todo detallado minuciosamente en un inventario?
Por “gusanos, apátridas y traidores”, teníamos que olvidarnos de los familiares y amigos que se iban. Nada de cartas ni llamadas telefónicas: los chivatos del CDR y las planillas “cuéntame tu vida” se encargaban de velar por ello.
¿Olvidamos que los que aspiraban a irse del país tenían antes que ir a trabajar a la agricultura? ¿Ya no se acuerdan del hambre, la sed y las humillaciones que tuvieron que soportar las miles de personas que penetraron en busca de asilo en la Embajada de Perú en abril de 1980? ¿Se olvidaron de las golpizas que recibieron muchos de los que salieron con salvoconducto de la embajada? ¿Se olvidaron de los actos de repudio, de los insultos, las pedradas, huevazos y escupitajos lanzados contra los que se iban por el Mariel?
Fidel Castro los calificaba de “escoria”, y bramaba: “Que se vayan, no los queremos, no los necesitamos”. Pero poco antes, en 1978, cuando se reunió con los 55 primeros integrantes de la pro-castrista Brigada Antonio Maceo, les dijo que con ellos la patria había crecido y los puso a corear aquel cantico tan parecido a los gritos de “pa’ lo que sea” de los sulacranes que se mostraron embelesados por el discurso de Díaz-Canel.
¡Ay, la patria, o lo que entienden por tal los castristas! ¡La patria que pretenden monopolizar y que abre o cierra puertas, y se estira o se encoge de acuerdo a sus intereses y conveniencias!
Dudo que todavía haya ingenuos y desmemoriados que crean en los ofrecimientos de paz del castrismo. Pero si quedan algunos, que se repatrien, que se queden aquí, malviviendo como nosotros, los cubanos de a pie, sumidos en el hambre y la mugre, disfrutando de su amada Revolución, sirviendo a Díaz-Canel “pa lo que sea”. Solo así podremos creer en su sinceridad.
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