MIAMI, Estados Unidos. – El verbo “mataperrear” es uno que probablemente solo las familias cubanas entenderán. El vocablo, casi siempre, se refiere al ocio. Cuando eres niño en la Isla y juegas por tiempo prolongado fuera de casa junto a amigos, te expones a que tu madre diga que “estabas mataperreando”.
Como buenos “mataperros”, los niños de Cuba son herederos de varios juegos infantiles tradicionales que se han trasmitido por generaciones en el país. Uno de los más populares es el llamado Pon, un casillero numerado con forma de puerta que se dibujaba con tiza en las calles o aceras.
La diversión consiste en lanzar una lata escachada a cada uno de los números sin salirse de su casilla, y luego ir saltando indistintamente con uno o los dos pies por todo el tablero. Las partidas suelen ser breves, pero muy entretenidas.
Asimismo, un clásico de los juegos infantiles en los barrios cubanos es el Escondido. La dinámica empezaba “piteando” con el tan tradicional “piti piti fú” para determinar quién debía cerrar los ojos y contar mientras los demás participantes se ocultaban. Al finalizar el conteo, que normalmente se hacía recostado a un poste o árbol designado como “base”, el buscador gritaba “¡Uno, dos, el que no esté escondido se quedó!”, anunciando el inicio de la búsqueda.
Había dos formas de ganar el juego en dependencia de tu rol. Como buscador, tenías que descubrir el paradero de al menos uno de los jugadores escondidos y correr a la base antes que él. Mientras, si tu función era ocultarte, debías evitar ser visto, o de lo contrario, arriesgarte y llegar hasta la base cuando el buscador estuviera desprevenido.
Si bien el “Escondido” podía practicarse en cualquier horario del día, la dinámica se hacía especialmente divertida aprovechando la oscuridad de la noche, o el escenario ideal del juego: los apagones nocturnos.
Por otro lado, si de invenciones rústicas se trata, ninguna superaba a la “chivichana” de Cuba, preferida por niños y hasta adolescentes. Se trataba de un vehículo primitivo hecho de tablas, cajas de bolas y un travesaño que sobresalía por uno de los lados como timón.
Al requerir de impulso para moverse, los pequeños de la Isla utilizaban la chivichana en lomas y pendientes que les permitieran alcanzar velocidad en la bajada. Era la versión cubana e infantil de Rápido y furioso. De todos los juegos con los que “mataperrear”, este era uno de los más peligrosos, pues se debía estar pendiente del tráfico o de no caerse del artefacto en movimiento.
Hoy en día todavía los niños cubanos se deleitan con estas actividades y con otras como jugar a las bolas, empinar papalotes y chiringas, hacer girar el trompo, etc. El “mataperreo” parece ser una práctica interminable.