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Francisco López Sacha, en la eternidad

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Francisco López Sacha, en la eternidad
Francisco López Sacha, en la eternidad

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Ha muerto este domingo, a los 74 años, el querido intelectual cubano, una de las figuras más relevantes de la literatura cubana contemporánea

¿Cómo escribir, sin desgarraduras, que ha muerto Francisco López Sacha? ¿Cómo hacerlo, si Sacha ha sido siempre amigo, amigo generoso y solícito, maestro de todo un pueblo? ¿Cómo imaginarlo inerte, a él que ha sido incansable; al genial conversador, capaz de embelesar con su verbo sapiente y atractivo, por la fuerza de unos argumentos irrebatibles, sostenidos por la razón y el conocimiento? ¿Qué banda sonora le ponemos al adiós de un hombre que no escribió sino poseído por la música?

Pero es un hecho. Ha muerto este domingo, a los 74 años,  mientras la 33 Feria del Libro vivía su tercera jornada, en la que acabamos de ver sus libros Descubrimiento del azul  y Variaciones al arte de la fuga; la feria que amó y en la que tantas veces estuvo elogiando y presentando el trabajo de sus compañeros; la que le fuera dedicada en la pasada edición y en la que, muy claro dijo, no dejaría de hacerlo aunque fuera él el homenajeado.

Llevaba en la mochila, junto a la cartilla, un libro que llegó a saberse casi de memoria, la versión que hizo Carpentier de Robinson Crusoe, cuando, con 11 años, integró las filas de los maestros voluntarios que librarían a Cuba del analfabetismo. Era un niño y ya era todo un comunicador: «Era el charlista de mi brigada, daba charlas políticas a los demás alfabetizadores. Yo tenía un libro que mi padre me había regalado, que se llamaba Manual de capacitación cívica, un libro gordo que tenía a Fidel delante. Ahí estaba toda la historia de Cuba y estaban las ideas esenciales de la Revolución, y eso era de lo que yo les hablaba a los demás».

Fue el Che la primera persona que le presentaron en su vida a Sacha. Las impresiones recibidas quedaron guardadas en su primer libro: «Tengo la impresión de que, a partir de ese momento, dejé de ser niño. Hubo un crecimiento porque ya después de esos sucesos mi padre empezó a hablar conmigo de otra manera».

Con un pensamiento dotado del sentido de la justicia y la fidelidad, Sacha tuvo dos obsesiones, la escritura y la música. Solo por haberse dedicado a estudiar no fue músico, pero soñaba con poder algún día grabar un disco. Su libro Prisionero del Rock and Roll, de ediciones Icaic, presentado en el recién festival Jazz Plaza, es un ejemplo de esas pasiones. Entre las dos, halló grandes puntos de unión y consideró la literatura como una prolongación de la música.

El magisterio fue otra de las fortalezas de Sacha: convincente; capaz de decir, en un panel, en una charla o en la intimidad de una conversación, con didáctica fortuna, aquello que necesitaba escucharse. Si no toda Cuba lo leyó (porque no todo el mundo es lector), Universidad para todos fue el chance de entrar, no ya en cada casa, sino en cada corazón cubano, cuando junto al inolvidable Chino Heras, y otros profesores, impartió aquellas clases que dejaron hondas huellas en la población. Inolvidable también su trabajo formativo en la Universidad de las Artes y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

Fiel a su terruño, y a Luis Felipe Rodríguez, quiso, como tantas veces refirió, poner a Manzanillo en el mapa de la literatura, «al menos en el de la literatura cubana, y quizás hispanoamericana, con mi propia creación».

Entre las razones que lo hicieron afortunado, consideró el hecho de que su trabajo ha sido útil y defendió con orgullo ser cubano y haber vivido en la época de la Revolución Cubana; y gracias a ella, haber conocido la gloriosa historia de nuestra patria. «Esa raíz me nutre como muchas otras que le han dado la fuerza a este país».

En su última novela, Voy a escribir la eternidad, distinguida con el Premio Carpentier 2023, desarrolló como tesis, que la eternidad es aquello que se vive una sola vez, y nadie más lo vive por  uno.

Y ni le faltó razón. Lo vivido, lo que sembró, lo que deja, y esa sonrisa triunfal suya, que jamás olvidaremos, perdurarán. A esa presencia nada se le parece más que la eternidad.

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