“Esto es un potrero”. El hombre que habla, un entrenador de atletismo, contempla la desolación del estadio Pedro Marrero, en el municipio habanero de Playa, el campo de fútbol de la antigua Cervecería Tropical, que está a punto de cumplir 100 años y alguna vez vio correr a Maradona. La realidad no lo desmiente: sobre el césped gastado y la pista llena de baches corren desbocados sus alumnos.
Aquí no hay huella de los ocho millones de dólares que la Federación Internacional de Fútbol Asociación (Fifa) entregó a Cuba entre 2016 y 2022 para mejorar sus instalaciones.
Nunca fue un estadio de nivel, pero al menos estaba bien cuidado y tuvo algún momento de fama, como aquel día de junio del año 2000 en que el futbolista argentino metió un gol, justo antes de encerrarse –a instancias de Fidel Castro– en una clínica cubana por su adicción a las drogas. Los tiempos han cambiado. “Aquí ya no se juega fútbol”, asegura, lacónico, el entrenador.
El techo de zinc, enclenque, se bambolea sobre columnas oxidadas y llenas de grafitis. Los pasillos están despintados y a los bancos de piedra les faltan pedazos
Sus colegas en la sección provincial de atletismo libran una pequeña batalla con el Instituto Nacional de Deportes (Inder). Los atletas necesitan un espacio para entrenar y hace años que ningún futbolista juega en el Pedro Marrero. Prefieren las instalaciones, un poco menos precarias, de la Villa Panamericana. Lo justo, cuenta el entrenador a este diario, es que las autoridades lo cedan por fin a quienes sí lo usan.
De momento, el estadio está lleno de “chamacos”, gente de la calle que viene a jugar y jóvenes estudiantes de atletismo, a los que el entrenador arenga desde las gradas. Junto a la pista, los muchachos hacen lo que pueden. La lluvia ha dejado el césped pegajoso y húmedo, y el agua se estanca en los baches. Es imposible hacer una carrera limpia: hay que esquivar los charcos o saltar sobre ellos.
Si la pista y el campo están abandonados, las gradas no se quedan atrás. El techo de zinc, enclenque, se bambolea sobre columnas oxidadas y llenas de grafitis. Los pasillos están despintados y a los bancos de piedra les faltan pedazos, como si los hubieran golpeado con mandarrias. A lo lejos, el marcador –color verde moho– da dos números, tres y dos. Fue la última vez que alguien se ocupó de marcar el tiempo y los goles.
En febrero de 2023, los directivos de la Fifa visitaron varios estadios habaneros y decidieron privilegiar la restauración del terreno de La Polar por encima del Pedro Marrero. En aquel momento, los funcionarios estaban preocupados por cómo invertir el subsidio internacional para el desarrollo del fútbol cubano a través del programa Fifa Forward 3.0.
El Pedro Marrero no tuvo suerte. Los directivos se limitaron a “analizar los proyectos” posibles y anunciaron que pronto –no dieron fecha– se concretaría un plan maestro para intervenir sus instalaciones. “Este proyecto no va tan avanzado como el de La Polar, próximo a ejecutar obras, pero igual notamos el interés y el apoyo del gobierno local para llevarlo a cabo”, dijeron. Nada más.
El pasado diciembre, un informe de la Fifa reveló que la organización había invertido ocho millones de dólares en Cuba entre 2016 y 2022. El anuncio levantó numerosas sospechas: si los estadios como el Pedro Marrero están en pésimas condiciones, ¿qué hizo la Federación Cubana con ese dinero. La respuesta del oficialismo: el dinero se gastó en el pago de eventos, salarios, superación de directivos y en la reparación del estadio Antonio Maceo, de Santiago de Cuba, al cual se le instaló un césped sintético. La justificación no convenció a nadie y levantó otras preguntas, más inquietantes, sobre la complicidad de la FIFA en el desperdicio de ese capital.
Algunas pistas, medio escondidas en las paredes del estadio, dan la medida de lo que fue en sus orígenes. Una tarja –firmada por peloteros de las Grandes Ligas de EE UU– agradece el “altruismo” de los directivos de la Nueva Fábrica de Hielo de La Habana por haber construido, en 1929, el edificio. Nacido como Gran Estadio Cervecería Tropical, con capacidad para 28.000 espectadores, fue el lugar donde se inauguraron los Juegos Centroamericanos de 1930.
Julio Blanco Herrera, benefactor del deporte cubano y heredero de la cervecería, también cuenta con un pequeño homenaje en una placa de 1956, junto a otra que conmemora el primer juego de béisbol de aficionados en América Latina, en 1939.
Sin embargo, la memoria de cientos de deportistas cubanos que jugaron en el estadio pesó menos –a la hora de rebautizar el complejo deportivo después de 1959– que el nombre de Pedro Marrero, asaltante del cuartel Moncada y una suerte de santo patrono de los cerveceros: la enciclopedia oficialista Ecured lo define como “héroe de los trabajadores de la alimentación”, por haber sido chofer de la cervecería Cristal.
Todo eso quedó atrás. La maleza, nacida en el cercano río Almendares, amenaza con tragarse el estadio. Pronto, con el avance de las enredaderas y el musgo, dejará de ser un “potrero” para convertirse en una ruina, como tantas otras instalaciones emblemáticas construidas antes de 1959 en La Habana y en el resto del país.
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