MÉRIDA, México -. La cubana Nathalia González denunció que hasta el jueves podrá enterrar el cadáver de su esposo, fallecido en la madrugada del miércoles en un accidente de moto en La Habana, porque no hay transporte para entregárselo a la familia.
“A la 1:45 la guardia operativa llegó, a las 6 de la mañana terminó la reconstrucción de los hechos a las 10, y se lo llevaron a la 1 de la tarde, y aún no me lo han entregado”, denunció a Cubanet esta tarde la mujer.
“Ya los familiares estamos desperados, solo nos dan excusas”, lamentó.
Dariel Peña, el esposo de González, falleció instantáneamente por muerte cerebral, en la madrugada de este miércoles, luego de que su motocicleta se precipitara contra un árbol en Las Guásimas, Arroyo Naranjo.
Su cadáver permaneció toda la madrugada en el policlínico de Managua, Arroyo Naranjo.
“A las 12 del día ya estaba supurando por donde quiera. A la 1 de la tarde fue que llegó medicina legal y ahora tiene a uno aquí a base de espera, espera, espera, y entonces no nos dicen nada”, dijo la joven visiblemente afectada.
Su esposo permanecía esta tarde en Medicina Legal pero, debido a la falta de un transporte, no se lo han entregado a la familia.
“Por Dios, si alguien tiene un número de alguna oficina donde se pueda resolver esta situación, que me lo haga llegar. Lo estoy pidiendo desde la voz de una esposa desesperada y una madre destrozada”, había pedido González esta tarde en una publicación de Facebook.
Natalia fue a la funeraria de Maulines, en Arroyo Naranjo, pero ahí tampoco tenían un transporte.
En medio de la crisis estructural que golpea a la Isla, el colapso de los servicios funerarios es motivo de recurrente denuncias de cubanos que tienen que lidiar con demoras y carencia en un momento tan delicado.
Recientemente, trascendió que el cuerpo del actor Carlos Massola, quien falleció en la madrugada del 3 de julio en su apartamento del Cerro, permaneció horas esperando ser trasladado por falta de un carro fúnebre.
Asimismo, funcionarios de Servicios Necrológicos de La Habana le negaban a la familia su último deseo de ser incinerado, justificando que las dimensiones del ataúd eran demasiado grandes para cremarlo.
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