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El castrismo no se aviene con los poetas que no sirven a sus intereses

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El castrismo no se aviene con los poetas que no sirven a sus intereses
El castrismo no se aviene con los poetas que no sirven a sus intereses

LA HABANA, Cuba. – Durante su larguísimo régimen de 66 años, el castrismo ha demostrado sobradamente que no se aviene con los poetas que no sirvan a sus intereses y le canten loas.

Es larga la lista de poetas que durante estas seis décadas han pasado por las cárceles por oponerse al régimen: Ángel Cuadra, Ernesto Díaz, Jorge Vall, José Mario, Heberto Padilla, Belkis Cuza Malé, Tania Díaz Castro, María Elena Cruz Varela, Raúl Rivero, Manuel Vázquez Portal, Jorge Olivera, Ricardo González Alfonso, etc.

Muchos otros han sido forzados al exilio, como Gastón Baquero, Isel Rivero, Ana María Simo, Lilian Moro, Manuel Díaz Martínez, Ramón Fernández Larrea, Joaquín Gálvez, Legna Rodríguez Iglesias y un largo etcétera. 

E innumerables poetas han optado por el insilio, desde Dulce María Loynaz, que no ocultando su rechazo al régimen comunista, se encerró en su mansión durante décadas, hasta Rogelio Fabio Hurtado y Rafael Alcides, negado a publicar sus libros con tal de no dejarse manipular por los comisarios culturales del castrismo. 

Pero tampoco ha sido fácil la existencia para los que se han prestado a servirle al régimen si no lo han hecho incondicionalmente, a tiempo completo y sin dar lugar a dudas, como Roberto Fernández Retamar, El Indio Naborí, Manuel Navarro Luna y Félix Pita Rodríguez. 

Nicolás Guillén fue ascendido al rango de “Poeta Nacional” y nombrado presidente de la UNEAC, lo que lo convirtió, en detrimento de su obra, en el burócrata en jefe de la cultura oficialista. Pero tuvo que tragar buches amargos, como cuando en 1971 tuvo que fingirse enfermo para no asistir a la reunión para presenciar la autoinculpación de Heberto Padilla; o cuando soportó el irrespetuoso regaño público de Fidel Castro, quien lo calificó de “vago”, porque “en la UNEAC solo se dedicaba a alimentar a las palomas”.

El régimen sacó provecho del nacionalismo idílico antiliberal y la visión teleológica de la historia de Cuba de los poetas del Grupo Orígenes, fascinados en sus inicios por la Revolución de Fidel Castro. Pero pronto le molestó que fueran burgueses y católicos y utilizó diferentes raseros para medirlos y utilizarlos.  

A Lezama Lima lo criticaron inicialmente por lo que consideraron “el hermetismo elitista de su poesía”. Luego, le censuraron Paradiso, la novela cumbre de la literatura cubana, porque a la moralina homofóbica de los comisarios les disgustó el capítulo VIII. Por haber formado en 1968 parte del jurado que, pese a todas las presiones, concedió el premio de poesía a Fuera del juego, de Heberto Padilla, lo condenaron al ostracismo hasta su muerte en 1976. Pero, como mismo hicieron con Virgilio Piñera, que fue condenado al ostracismo por su homosexualidad hasta el final de su vida, Lezama fue rehabilitado póstumamente por la cultura oficial al convertirlo en un escritor de culto solo para iniciados. Quieren hacer ver que nunca fue enemigo del castrismo, citando la ambigua invocación de Lezama al Ángel de La Jiribilla y aquella muy usada y abusada frase del escritor cuando en 1959 afirmó que “la Revolución Cubana significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados”.

El reconocimiento oficial de Cintio Vitier (y también de su esposa Fina García Marruz) demoró décadas, hasta la década de 1990, cuando el castrismo, al sumar el nacionalismo martiano al marxismo-leninismo, lo incorporó a las filas de sus intelectuales orgánicos.  

Eliseo Diego, que nunca negó su catolicismo y que a diferencia de otros origenistas, se limitó a una lectura alegórica y menos teleológica de la historia,  tuvo más reconocimiento. Pese a que la Seguridad del Estado encomendó vigilarlo a su hijo Eliseo Alberto, según confesó este en su libro Informe contra mí mismo, nunca dejaron de publicarle, ni siquiera durante el Decenio Negro. Tal vez por eso, en agradecimiento al reconocimiento oficial, se sintió obligado a escribir en 1980, durante el éxodo de Mariel, el infame soneto “A uno que se va”, y aquella ridiculísima y forzada nota prosoviética al pie del prólogo de Noticias de la quimera, de 1975, donde comparaba “los siniestros insectos de guerra norteamericanos devastando la tierra en Vietnam” con “las pacíficas grúas y candorosos tractores que vemos en Cuba y vi hace poco en Uzbekistán, trabajando, no en provecho de un solo vientre de Moloch, sino para el bien de todos”.    

A Lina de Feria, Delfín Prats, Nancy Morejón y César López, una vez marginados, los rehabilitaron y concedieron el Premio Nacional de Literatura.  

Nancy Morejón, que fue una de las decenas de autores represaliados luego del cierre de Ediciones El Puente, a mediados de la década de 1960, por órdenes de Fidel Castro, confesó en cierta ocasión, muchos años después, que sentía miedo cada vez que en su presencia se hablaba de “la gente de El Puente”.

Es de suponer que le pase lo mismo, aunque no lo admita, a Miguel Barnet, que también se inició en El Puente.

En 1988, Carilda Oliver Labra fue golpeada cuando un grupo de paramilitares agredieron a los poetas que participaban en una tertulia literaria presidida por ella en la librería El Ateneo, en Matanzas.

Y está el patético caso de Raúl Hernández Novás que, en 1993, echó de su casa, a cajas destempladas, a uno de sus mejores amigos, también poeta, y  nunca volvió a dirigirle la palabra porque se atrevió en presencia suya a hacer un comentario contrario al régimen. Unos meses después, Hernández Novás se suicidó. Tomó esa decisión desesperada porque él y su anciano padre se estaban literalmente muriendo de hambre, luego que un comedor estatal dejara de darles el mísero rancho que diariamente le entregaban. Había caído en desgracia y la UNEAC no atendía sus peticiones de auxilio.

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