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Cuba en blanco

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Cuba en blanco
Cuba en blanco

Cuba ha llegado a ser, a pesar del asfixiante bloqueo del enemigo y del poco seso de sus líderes, un país moderno. Ya tenemos peloteros en grandes ligas, boxeadores profesionales y mercenarios en una guerra europea. 

El país posee un ejército viejo y unos dirigentes más viejos aún. No es dueño de armas de largo alcance, porque lo de mayor alcance que tiene la isla son los propios cubanos, que llegan a los lugares más remotos cuando agarran impulso. También estrena ahora Cenas en Blanco, a pesar de ser un país en blanco y negro, donde el pueblo se va en blanco cada día en el desayuno, el almuerzo y la comida.

No sé si es bueno o malo. Si es para bien o para mal. Al menos sucede algo distinto de lo esperado, la abulia y la rutina de poner toda la esperanza al pollo que sacaron, al café que no asoma la cabeza (unos dicen que explota, y lo están probando, no vaya a ser que alguien se inmole con tres o cuatro paqueticos). Ahora hay algo francés en el ambiente que amenazaba con sonar a chino o a ruso; han llegado a Cuba eso que llaman “Diner en blanc”, oui, ouí, lalá.

De manera que, intrigado por la intrigancia, busqué la explicación, y encontré esto: “La idea vino de François Pasquier, un empresario francés retirado que soñaba con cenar al aire libre con sus amigos, en los lugares más hermosos de París. Llegó a organizar un primer picnic en Bois de Boulogne, en las afueras de la capital francesa, con instrucciones de vestirse de blanco para distinguir a los participantes de los simples peatones”. 

¿Una cena en blanco o cenar después de haberte ido tantas noches en blanco? Hasta pensé que por fin algún organismo internacional iba a ofrecerles una cena decente a las Damas de Blanco, esas mujeres que tanto han sufrido, apaleadas y postergadas. Pero no, es otra cosa, una sirigaña metaforosa de algo que es comer en grupo para celebrar la vida. ¿La vida de quién? Pregunté, porque si es eso mismo, suena a cumpleaños por los cuatro costados. O a nacimiento. O a resucite.

Una idea un poco extraña para el país y el momento, pero seamos positivos. Hay que ver qué bonitos lucen los proletarios y las proletarias vestidos de blanco. Hasta parece que se van a casar y que Carlos Marx hará de padrino (Lenin no, porque con dos tragos le da por fajarse con Trotsky). Claro que los pesimistas dirán: Pero ¿cómo vas a tener una ropa blanca si no hay jabón ni cloro? Pues si no se tiene, se pide. Eso formaría parte de lo que reclama el presidente Puesto a Dedo, que es un concepto de “resistencia creativa”. El blanco es, en definitiva, solamente un color que pudiera relacionarse con algunas emociones; por ejemplo, cuando “te pones blanco como un papel” porque tu pareja te ha dado tafia. O te quedaste en blanco cuando tu esposa te pregunta quién es Martha María después de revisar tu teléfono. 

Es de agradecer que ahora haya algo blanco, después de tanto verde olivo. Qué felices habríamos sido si los discursos del Delirante en jefe hubieran sido en blanco. Me gusta la idea de comer vestido de blanco, como si uno fuera médico o enfermero. Cualquiera podría pensar también que se está honrando a los abakuás, que les llegó la hora de ser reconocidos como una sociedad más productiva y honesta que cualquier núcleo del partido comunista, pero esos, los del partido, no se visten de blanco, sino que andan siempre de color caca, aunque parezca otro color.

También me extrañó que el estado admitiera, que nunca admite nada de lo que no se le haya ocurrido al propio estado, esa idea nívea ligada con lo gastronómico, sin meterle un toque patriótico. Algo como exigir que los hombres lleven al convite (que no al combate) una vestimenta blanca al estilo de los oficiales mambises, que consistía en sombrero Panamá, camisa y pantalón de hilo o de mezclilla blanca, con cinturón y cartuchera sobre el pecho y el sable o machete colgándoles, para que los demás vieran que estaban dispuestos a blandir el arma al primer llamado de la patria o si no les gusta la comida. Y las damas, con vestido de igual color, cerrado hasta el cuello, adornado con mariposas, la flor nacional de Cuba, que son, por tanto, mariposas inmóviles, que no van a ninguna parte. 

Y como la isla tiene sus peculiaridades, que la hacen parecer a veces como cualquier región abandonada de Haití y en otras ocasiones como Chernobil todavía con humito, estas cenas van a diferir de las que nacieron en Francia. Por ello se han bajado de arriba las orientaciones pertinentes para que nadie pierda los dientes: “en La Habana nada es igual, aunque el lugar exacto aún es un misterio, como manda la norma. “Dada la particularidad de la Isla, en este caso los invitados no tendrán que traer mesas, sillas plegables o platos, porque se ofrecerán en alquiler”.

Y ya eso es un alivio. No saben cómo calma los nervios no tener que llevar sillas plegables o mesas, que hace mil años no se venden en ninguna parte, o rastrear platos sin tener mucha suerte. Alguno pudiera aparecerse entonces con un par de bandejas de aluminio de las que se usaban en becas, comedores obreros y unidades militares, pero ese detalle desluciría el encuentro. 

Tal vez por ello la información ha sido abundante: “Travel Trade Caribbean añade que en esta edición se ha querido “rodear el motivo central del encuentro”, con otras actividades “que realcen la cubanía y contribuyan al reposicionamiento del Destino Cuba”. Es decir, que la intención es buena, aunque la idea de esa agencia de turismo de lo que es “realzar” la cubanía difiera de la que tiene el propio cubano de sí mismo y de su circunstancia. En primer lugar, habrá que ver qué expresiones llevarán en su rostro los asistentes, pues si no tienen cara de susto o de encabronamiento, probablemente no califiquen como cubanos.

Nada se ha dicho de prohibir que los asistentes lleven la consabida “jabita”, parte inseparable del cubano actual, para recoger todo lo que pudiera quedar en los platos. Los suyos y los que están a su alrededor. Máxime cuando no podrá ingerir los licores tradicionales y folklóricos. Ya lo dicen las normas: “Se especifica además, que durante la cena, de influencia francesa, “solo se permite el consumo de vino y/o champán, productos que los invitados deben reservar en línea a través de la tienda electrónica de Le Dîner en Blanc”.  

Todo por llevar a Cuba hacia la modernidad. Aunque, ya viendo el equipamiento actual de la policía, uno comprueba que la isla casi pertenece al primer mundo. Pero algo se les escapa a los organizadores cuando el lugar de la cena no se sabrá hasta el último momento. ¿Cómo pudieran trasladarse los comensales al evento con el problema que hay con el transporte? Y ¿cómo hallarán el lugar de la celebración en medio de la profunda oscuridad de los apagones?

Sería magnífico que el maestro de ceremonias fuera Pánfilo, que animara la noche gritando: ¡Jama, jamaaaaaaa!!

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