LA HABANA, Cuba.- En la mañana habanera de este viernes supe que, en una de las islas del Archipiélago Gulag de Putin, murió el gran demócrata y líder opositor ruso, Alexéi Navalny. El deplorable suceso se produjo en el Campamento Correccional Nº 3 del distrito autónomo de Yamalia-Nenetsia, conocido coloquialmente como “Prisión del Lobo Polar”.
Para mejor información de los lectores, les comunicaré algunos datos extraídos del viejo Diccionario Enciclopédico Soviético que conservo desde mi lejana época de estudiante universitario en Moscú. Ese distrito autónomo se encuentra en la llanura de Siberia Occidental, en el curso bajo del río Obi. En enero, la temperatura media es de entre 22 y 26 grados Celsius bajo cero… ¡Como que el territorio es atravesado por el Círculo Polar Ártico, que lo divide en dos partes de similar extensión!…
Fue ese lugar tan “acogedor” el que escogieron los represores al servicio de la dictadura putinesca para enclaustrar al valiente luchador prodemocrático. Fue esa, entre todas las islas del mencionado “Archipiélago”, la seleccionada para que el líder, moscovita de domicilio, cumpliese la arbitraria pena a él impuesta. Hace unas semanas, esta había alcanzado la friolera de 19 años tras la adición de un decenio adicional, fruto de una nueva farsa judicial.
No es la primera vez que escribo sobre Navalny. Años atrás lo hice para denunciar la tentativa de asesinato perpetrada por “segurosos” al servicio de Putin. En aquella ocasión, la fulminante gravedad del líder opositor obligó a aterrizar de emergencia el avión en que viajaba.
Horas más tarde, Alemania brindó un hospital volante en el que fue trasladado a Berlín. Allí, competentes peritos dictaminaron que el paciente había sufrido un intento de envenenamiento con “Novichok”, una sustancia ideada por incondicionales de Putin.
El intento de asesinato
El aspecto más escandaloso del turbio asunto fue la descarada impunidad con que el régimen rodeó a los involucrados en el intento de asesinato. Paso a explicarme: Se supone que las listas de usuarios de vuelos sean confidenciales.
No obstante, en medio de la corrupción galopante que ahoga la Rusia putinesca, esos datos son objeto de un activo comercio. Entre los compradores nunca faltan esposas y maridos celosos que andan a la caza de posibles amantes que viajen junto a sus parejas.
Los amigos de Navalny aprovecharon esta situación para averiguar los nombres de los “segurosos” que habían acompañado al líder prodemocrático. La pifia de ellos consistió en haber coincidido con el primero en varios de sus vuelos por Rusia y haber usado, además, sus documentos de identidad legítimos.
De ese modo resultó facilísimo detectar las coincidencias en las diferentes listas. La relación de los sospechosos (con todos sus datos personales) fue facilitada a las autoridades; ¡pero estas nada hicieron! ¡Prueba irrebatible de la involucración del régimen en el turbio asunto!
¿Asesinado en prisión?
Por consiguiente, si se comprobara que ahora Navalny fue asesinado en prisión, ¡no se trataría de la primera intentona del régimen de Putin! Pero es que la probable intervención de este último en la extemporánea muerte del opositor cuarentón ha sido denunciada ya.
Y esto ha sido señalado tanto por destacados líderes extranjeros como por valerosos defensores de los derechos humanos radicados en la misma Rusia.
Entre estos últimos puedo señalar a mi amigo personal Alexánder Podrabínek, activista ya encarcelado en tiempos de Leonid Brézhnev por documentar el uso de la psiquiatría para reprimir a disidentes de la era soviética.
Él acaba de publicar en su muro de Facebook: “Los asesinos, sin dudas, atribuirán la muerte (…) a un trombo desprendido, a un infarto, a una desgracia, una fatal coincidencia de circunstancias o cualquier otra casualidad; pero yo sé lo que suele pasar en la cárcel, y sé que esos pretextos no valen un centavo”.
Solidaridad con Navalny
Entre los líderes extranjeros que se han solidarizado con el desaparecido opositor, cabe mencionar a los presidentes Biden y Macron, al canciller federal alemán Scholtz y al primer ministro británico Sunak. Especial destaque merecen el presidente ucraniano Volodymir Zelensky, para quien resulta evidente que Navalny fue asesinado por Vladimir Putin; y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, quien declaró que ese bloque considera a Rusia “única responsable” de la “trágica muerte”.
La Televisión Cubana, por su parte, en el Noticiero del Mediodía de este viernes, se hizo eco de los descargos formulados por el régimen de Putin, a través de sus portavoces, quienes califican la muerte de Navalny como un “valioso activo de Occidente” y repite las palabras de María Zajárova, quien rotula lo sucedido como ¡un medio para exacerbar “la rusofobia mundial”! ¡Como si el occiso no fuese también un ruso de pura cepa!
No obstante, en esta competencia de la desfachatez se ha llevado las palmas —creo—Vyacheslav Volodin, presidente de la Duma Estatal de Rusia, con un post de título difamador y truculento: “Los culpables de la muerte de Navalny son Washington y Bruselas”. Para hacer tan peregrina y arbitraria afirmación, el líder parlamentario al servicio de Putin aventura respuestas a su propia pregunta: “¿A quiénes les resulta útil hoy la muerte de Navalny?”.
De semejanzas con Cuba
No deseo finalizar estas citas sin recoger las declaraciones que, en exclusiva, formuló para este periodista otro destacado defensor de los derechos humanos, que también trabaja en Rusia y que asimismo me honra con su amistad; me refiero a Azgar Ishkildín. Él comenta que la extemporánea muerte despierta sentimientos que “es probable que recuerden a los cubanos la muerte en prisión de Orlando Zapata Tamayo”.
Y continúa el valeroso disidente y amigo: “Alexéi Navalny fue conducido a su muerte por el torturador régimen de encierro” que padeció. “Fue un hombre del deber, que sabía que habrían de matarlo, y que entregó su vida a un elevadísimo precio”.
Los cotorrones de Putin afirman (y lo repiten sus aliados extranjeros, como los de La Habana) que es necesario esperar a que la comisión creada al efecto —¡nombrada por el mismo régimen!— emita su dictamen sobre las causas de la muerte. Pero no creo que sea lícito calificar de “prematuras” las afirmaciones que desde ahora mismo culpan de lo sucedido al Kremlin moscovita.
El régimen…
Esclarecedor resulta en ese sentido el trabajo de las colegas Gólubeva, Zótova y Focht publicado en las páginas de la BBC en ruso. Ellas recuerdan que el líder demócrata era “saludable como un toro”, pero fue afectado por las agresiones que sufrió durante años.
Esto incluye el envenenamiento con “Novichok” que lo mantuvo en coma durante semanas, las diversas enfermedades que sufrió en prisión, las condiciones de frío y hambre que padeció cuando estaba en régimen de aislamiento, y las huelgas de hambre que se vio obligado a realizar para que le fueran reconocidos sus derechos. Todo lo anterior, responsabilidad del régimen.
Esperemos que el martirio de Alexéi Naválny galvanice al gran pueblo de Rusia a luchar con mayor denuedo por la democracia, la prosperidad y por el fin de la guerra y de la dictadura de Putin. Y en el ínterin, que su deplorable muerte sirva para mantener la atención sobre Vladímir Kará-Murzá y los restantes cautivos que todavía padecen en las cárceles rusas.
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