El 29 de junio de 1856 el toldero portugués Matías Pérez se montó en su globo y ascendió por los aires para desaparecer.
Algún tiempo después, en pleno siglo XXI, 12.000 médicos se esfumaron del territorio nacional, nadie sabe si por aire, por mar o por tierra. Desde entonces, los habitantes de la isla, ante cualquier problema de salud, miran al cielo, no se sabe si esperando a Matías Pérez o la intervención divina.
Por eso, caído ya el cartelito de “Potencia médica”, el que se corte al afeitarse en Cuba ya no corre a ningún cuerpo de guardia, sino que espera por la llegada de una infección mayor y que el problema lo resuelvan Dios o el forense. El primero que llegue, que normalmente no es el que hace las autopsias.
Otros que han sufrido cortadas y cuchilladas agudas bastante graves, en vista de que la experiencia le ha enseñado a no buscar el auxilio de un médico, y como tampoco hay anestesia, hilo, presillas u otros aditamentos de sutura, se conforman con sentirse como piensan que se sentía el Titán de Bronce, Antonio Maceo, que cargaba no sé cuántas cicatrices en el cuerpo. Dicen los investigadores que un día el general Antonio se atrevió a enseñárselas a su madre, Mariana Grajales, y ella lo botó de la casa.
En el Anuario Estadístico de 2022, de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, aparece una noticia que lo deja casi enfermo a uno: “En 2022 hubo en Cuba 12.000 médicos menos que en 2021”. ¿Y dónde están los galenos? ¿Todos manejaron su cuatrimotor? Pero en la canción infantil el doctor llegaba, manejando su vehículo. Estos de ahora desaparecen. Dicen los que saben, y te lo dicen en voz baja, que, si tienes turno con tu médico, saques pasaje para Angola, Venezuela, México, Qatar o Jamaica.
Entre los que no resisten más las bondades de la revolución, y la ardiente naturaleza de la construcción del socialismo, sumada a la ineficiencia de los dirigentes en la economía, la política, la historia, la agricultura, la ganadería y el urbanismo en Cuba, y los que el gobierno “exporta” y renta como si fuera maquinaria agrícola o grúas, en cualquier momento, para atenderse una enfermedad tendrá uno mismo que estudiar medicina. Y no graduarse, por supuesto, no vaya a ser que termines en una aldea de Surinam o un iglú del ártico, alquilado por el gobierno.
Una posible solución es no aspirar a la carrera de medicina en la isla, y hacer una carrera paralela como curanderos. Sin diploma, por supuesto, nada de medicina seria mientras exista ese “dadivoso gobierno” que dice practicar el internacionalismo proletario sirviendo a otros países. Si esos dirigentes creen firmemente en esa idea ¿por qué no se van ellos a prestar su ayuda solidaria, dirigiendo cualquier bobería que esos países amigos quieran echar a perder?
Pero no se podrá, por culpa del bloqueo. Si te cortas afeitándote posiblemente te desangres también por culpa del bloqueo, y si alguien necesita urgentemente una cesárea, aunque sea hombre, se la tendrá que practicar él mismo, ¿Por qué? Por culpa del bloqueo criminal, miserable y asesino al que somete a Cuba ese emporio patibulario que es el gobierno cubano.
En la isla es totalmente absurdo preguntar, gritando, en medio de una película o una obra de teatro, si hay un médico en la sala. Debiera haber alguno, pero en otra sala, en otra ciudad y otro país. Por eso sería conveniente, en algún momento no muy lejano, fundir dos ministerios en uno solo: el de salud pública y el de turismo. Así usted podría sacar un pasaje a donde sea que hayan enviado a su médico en la sala de urgencias del Calixto García. Y debería extenderse a los departamentos de admisión de los hospitales provinciales y municipales que queden. Y en la puerta un inmenso y colorido afiche que diga: “Opérese de las amígdalas con su médico en Luanda”.
De todos modos, las posibilidades de estudiar la carrera de medicina dentro de la isla se van escurriendo y agotando. Una de las últimas noticias es que, siguiendo la filosofía de la tienda sueca IKEA, donde uno mismo está obligado a armar los muebles que compre, ya no solamente se envían médicos al extranjero, sino quienes los fabriquen allá: “el segundo jefe de la misión diplomática de La Habana en el país vecino, Nelson Ocaña, “dio la bienvenida en el Aeropuerto Internacional de Morelia, Michoacán, a 100 profesores de las Universidades de Ciencias Médicas Cubanas que laborarán en 50 sedes municipales de la Universidad para el Bienestar Benito Juárez”.
La noticia es como para que se abran los puntos de la operación y empezar a suspender en anatomía: “Los profesionales de La Habana hoy desplegados en México reportarían al régimen de la Isla más de 1.177.300 euros mensuales, el equivalente a 1.195.936,66 dólares, según indicó el acuerdo firmado entre las autoridades de ambos países, y que legisladores locales denunciaron”. El gobierno cubano funciona con la medicina como si tuvieran una piquera de taxis, sin disparar un chícharo, solamente esgrimiendo la monserga de la educación (mala) gratis, se embolsillan casi todo. Es como cambiar oro por hebillitas: “La Habana se queda con al menos el 75% del salario que pagan por los médicos los países receptores”.
Pero hay otros trucos: “Los colaboradores en Brasil no reciben salarios, porque no son empleados del sistema de salud, sino becarios que prestan servicios especializándose en servicios primarios de Brasil, que es lo permitido por la Ley Federal del Programa Más Médicos”. Así que, quien quiera comprender el funcionamiento de la mal llamada “revolución cubana” está obligado a ver, al menos, la primera parte de la trilogía de “El Padrino”. Un funcionario gubernamental dijo, o se le fue, que “Cuba ofrecía “precios ventajosos a sus socios”, entre los que mencionó a “Argelia, China, Jamaica, Portugal, Qatar y Surinam, además de Venezuela”.
Nada, que hay que cuidarse de los catarros, heridas de bala de la policía, chikungunya, piojos, covid-19, garrapatas, dengue, rabia, apagones, pinchazos, enfermedades estomacales, mesas redondas, padecimientos mentales, puñaladas, machetazos, rasguños hechos “Con filo”, ofensas de Humberto López y cortaditas en los dedos, porque hay otras muy malas noticias: “En los últimos 20 años, 120 hospitales y 20.000 camas han ‘desaparecido’ de las estadísticas oficiales”. Lo único que no puede curarse uno mismo es el encabronamiento”.
Matías Pérez ha resultado ser, en nuestra historia, un verdadero vidente. Supo espantar la mula a tiempo avizorando, el paisaje desde arriba. Si siguen alquilando médicos y perdiendo hospitales por churres y abandonos, rentándoselos a los estafilococos dorados y de otros colores, en un futuro no muy lejano será uno mismo quien tenga que llevar la cama al hospital, y sacar de la mochila al médico y las medicinas.