Rusia ha logrado establecer en los últimos años una campaña continua de desinformación en América Latina que ha calado hondo y que está teniendo consecuencias. La principal, concluye un extenso informe publicado en octubre por el United States Institute for Peace (Usip), es que está impulsando una “nueva ola antiliberal” contra los valores occidentales encabezados por Estados Unidos.
El texto menciona al respecto una encuesta de 2021, que mostraba que el apoyo a la democracia en la región había caído al 61% y la tolerancia hacia los “golpes ejecutivos”, mediante los cuales los presidentes usurpan las leyes garantistas, había crecido “significativamente”.
El informe, firmado por Douglas Farah y Román D. Ortiz, analistas de la firma IBI Consultants, especializada en organizaciones criminales transnacionales y actores externos al hemisferio occidental, concibe las campañas de desinformación como todo un “ecosistema”, conformado por medios de comunicación afines a Moscú y redes de actores influyentes –periodistas, políticos, diplomáticos e intelectuales– tanto de izquierda como de derecha.
“Para que Rusia ocupe el lugar que le corresponde como potencia global”, se lee en el reporte, Putin “debe recuperar su posición histórica y la primacía cultural”
Esta “exitosa” estrategia, tal y como la definen sus autores, explota la desconfianza hacia EE UU, al que caracterizan como un mero extractor de recursos y promotor de una política económica perjudicial para América Latina, y, por el contrario, presenta a Rusia como un país “amistoso” y una alternativa menos “intrusiva”.
El “ecosistema” se puso en marcha, recuerda el texto, en el año 2000, cuando Vladímir Putin asumió la presidencia de Rusia, como parte de su aparato de seguridad nacional. La explicación se encuentra en la visión de Putin del colapso de la Unión Soviética como un “evento catastrófico”.
“Para que Rusia ocupe el lugar que le corresponde como potencia global”, se lee en el reporte, Putin “debe recuperar su posición histórica y la primacía cultural”, tanto en las repúblicas ex soviéticas como en América Latina, “región clave de influencia estadounidense” para los estrategas del Kremlin.
En el contexto de la Guerra Fría, se mencionan las revoluciones armadas de Cuba y Nicaragua, aliadas de los soviéticos, así como los partidos prosoviéticos que proliferaron en la misma época, como “reacción al apoyo estadounidense a dictaduras y modelos económicos represivos”.
Después de la Guerra Fría, los objetivos estratégicos de EE UU en el continente pasaron de la lucha contra el comunismo a la creación de una “región de Estados-nación democráticos estables”, que respetaran el Estado de derecho, fueran socios comerciales confiables y socios también de seguridad “en la lucha contra amenazas extrarregionales y transnacionales del crimen organizado”, indica el informe.
Sin embargo, esta labor se vio frenada con el ascenso del movimiento bolivariano en Venezuela. La elección del presidente Hugo Chávez, en 1998, y, cinco años más tarde, la creación junto a Fidel Castro de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba) se aunaron con el ascenso de Putin en Rusia. Y así se abrió una “nueva dinámica” para Moscú, explica el texto: “Chávez y sus aliados desplazaron a gran parte de la izquierda tradicional en América Latina e identificó a Estados Unidos como el principal enemigo de la región, al tiempo que abrazó un populismo radical y autoritarismo”.
“Rusia se presenta a sí misma como un país benigno o una alternativa amistosa a Estados Unidos y al orden mundial existente, a pesar de violar los principios más básicos del derecho internacional”
En el presente, “al igual que lo hizo la Unión Soviética, Rusia se presenta a sí misma como un país benigno o una alternativa amistosa a Estados Unidos y al orden mundial existente, a pesar de violar los principios más básicos del derecho internacional, como la no intervención en los asuntos de los países soberanos y la no agresión”, explican los autores. “Relaciones históricas, afinidad ideológica y una historia de autoritarismo populista ayudan a explicar por qué algunos países latinoamericanos son receptivos al nacionalismo de Moscú y a los mensajes anti estadounidenses”.
Detrás de esa estrategia, analiza el informe, se encuentra la doctrina de Aleksandr Gelyevich Dugin, cuyo libro Fundamentos de geopolítica (publicado por primera vez en 1997) modernizó el nacionalismo ruso, mezcla de misticismo, religión ortodoxa y fascismo.
Como recuerdan los autores, Dugin aboga por un programa “sofisticado y no militar” de “subversión, desestabilización y desinformación” en América Latina como medio para “alterar el orden geopolítico actual y acelerar el colapso de Estados Unidos”.
Para ello, son primordiales los medios alineados con Rusia en América Latina, “al repetir y amplificar los mensajes de Moscú en canales de comunicación influyentes y populares”, sin olvidar la difusión en redes sociales. No en vano, cita el informe a Margarita Simonyan, jefa del conglomerado estatal Rossiya Segodnya, dueña de Russia Today (RT) y la agencia Sputnik, quien considera a este grupo de comunicación como un “ministerio de Defensa”.
Ambos medios tienen servicios en español, con financiamiento garantizado por parte del Kremlin, y con relaciones con otras empresas afines a Moscú. Las entrevistas con “expertos” no cualificados y respaldados por Rusia y el fomento de grupos de teorías de conspiración varios también se consideran parte de esta estrategia.
A este propósito, se refieren a tres ‘influencers’ prorrusos o “súper difusores” con nombres propios: el chileno Pablo Jofré Leal, la rusa Inna Afinogenova y el español Pablo Iglesias
“Las operaciones subversivas soviéticas, y ahora rusas, siempre han empleado una estrategia de quinta columna”, detalla también el informe, “utilizando instituciones e individuos, consciente o inconscientemente, dentro de la sociedad enemiga, que a menudo se expresan sobre quejas existentes o preocupaciones genuinas”.
A este propósito, se refieren a tres influencers prorrusos o “súper difusores” con nombres propios: el chileno Pablo Jofré Leal, la rusa Inna Afinogenova y el español Pablo Iglesias Turrión, a quien los autores del informe definen como “el rostro de la Alianza Bolivariana en España” y cuyo partido de extrema izquierda, Podemos, forma parte actualmente del Gobierno de Pedro Sánchez.
Pero, destaca el texto, “ningún medio ha sido más importante como fuerza de legitimación de las narrativas rusas, amplificador de sus mensajes y portador de contenido ruso directo (a menudo sin identificarlo como tal) como TeleSur, la red regional establecida por Hugo Chávez en Venezuela en 2005”.
También resalta el texto el papel de embajadas y diplomáticos como “actores claves” en la estrategia, así como el de empresas rusas como Rosatom, responsable del desarrollo de proyectos nucleares civiles, que en Bolivia ayudó a la financiación de la tercera campaña presidencial de Evo Morales.
¿Y cuál es el relato que difunden estos medios y agentes de influencia? Varios. Uno de ellos, que EE UU está creando una crisis alimentaria mundial al sancionar los fertilizantes rusos y las exportaciones de alimentos. Otro le es familiar a los cubanos: que los embargos económicos contra Cuba, Nicaragua y Venezuela, los tres principales aliados de Rusia en la región, son la causa principal de la pobreza, la migración masiva y la crisis humanitaria en América Latina. Un tercero, que Estados Unidos apoya a los “nazis” en Ucrania y que estos “nazis” cometen atrocidades mucho peores que las tropas rusas.
La actividad del “ecosistema informativo” descrito por los autores del reporte aumentó, precisamente, en torno a dos momentos: la toma de la península de Crimea por parte de Moscú en 2014 y la invasión de Ucrania en 2022.
También tuvieron su papel durante distintas protestas masivas en América Latina, “ejemplos claros”, para los autores, “de cómo Moscú aprovecha las cuestiones locales o regionales para servir a sus objetivos de política exterior”
Pero también tuvieron su papel durante distintas protestas masivas en América Latina, “ejemplos claros”, para los autores, “de cómo Moscú aprovecha las cuestiones locales o regionales para servir a sus objetivos de política exterior”. Mientras que de Chile (2019-2020), Colombia (2019), Ecuador (2022) y Perú (2020) los medios estatales rusos hicieron hincapié en la “injusticia de las medidas sociales y económicas” como desencadenante de los disturbios, le dieron mucha menor cobertura a las protestas de Nicaragua (2018) y Bolivia (2019), países aliados del Kremlin.
En cuanto a las elecciones de México y Colombia, el informe analiza los mensajes de apoyo en medios prorrusos y redes afines a dos candidatos concretos: Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro.
Más excéntrico es el caso de Brasil, donde primero apoyaron a Jair Bolsonaro y, desde las más recientes elecciones, a Luiz Inácio Lula da Silva.
Lo que es un hecho es que, con un costo “relativamente bajo”, estas operaciones de desinformación han tenido un “alto rendimiento”, dice el informe. Sus efectos también se pueden ver en la reticencia de los países latinoamericanos a proporcionar material de guerra para Ucrania o en la negativa generalizada –con la excepción de Costa Rica– a participar en sanciones contra Rusia.
O, sin ir más lejos, en la propuesta del pasado enero del mandatario Nicolás Maduro de formar un nuevo bloque latinoamericano para ayudar a crear una “economía multipolar”, uno de los objetivos de Vladímir Putin. La nueva alianza estaría conformada por Venezuela, Argentina, Brasil y Colombia, estos tres últimos históricamente aliados de Estados Unidos y ahora “amigos de Rusia”, menciona el texto.
El informe pretende servir de herramienta inicial, concluyen los autores, para que Estados Unidos comience a contrarrestar la influencia rusa en América Latina. Los consultores recomiendan a Washington, entre otras cosas, la identificación y evaluación exhaustiva de las campañas de desinformación rusas y de sus agentes, el nombramiento de embajadores “experimentados” en países “estratégicos clave” y la promoción de intercambios en la sociedad civil de toda la región para difundir los principios del Estado de derecho
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