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Sears en La Habana: la tienda de mis recuerdos

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Sears en La Habana: la tienda de mis recuerdos
Sears en La Habana: la tienda de mis recuerdos

LA HABANA, Cuba. — La céntrica esquina de Reina y Amistad, en La Habana, fue el sitio escogido para fundar (en noviembre de 1942) la primera tienda por departamentos en Cuba de la cadena norteamericana Sears Roebuck and Company, creada por Richard Warren Sears y Alvah Curtis Roebuck en el siglo XIX y que aún es propiedad del magnate mexicano Carlos Slim.

Sears tuvo en La Habana varias tiendas que competían con ella: Precios Fijos, Almacenes Ultra, El Encanto, Fin de Siglo y La Época. Pero de esas tiendas hoy solo queda La Época, que vende en divisa (MLC). El Encanto fue destruida por un sabotaje en 1961, Precios Fijos fue demolida, Ultra fue cerrada debido a las filtraciones y Fin de Siglo hace varios años que está cerrada por reparaciones.

El elegante edificio de la tienda Sears, que tenía enfrente el Parque de la Fraternidad y a un lado el Palacio de Aldama, tenía tres pisos, un sótano para la venta y al fondo, los almacenes. La mayor atracción de la tienda  eran las escaleras eléctricas. Cuando yo era niño, durante los paseos que daba con mi madre, le insistía en que entráramos a Sears, aunque no fuéramos a comprar nada, solo por montar en las por entonces novedosas escaleras.

Ya mayor fui en muchas ocasiones a esa tienda, que invitaba a ser visitada por la disposición de su mobiliario, su aire acondicionado, la gentileza de sus empleados y las atractivas vidrieras que rodeaban el local por su parte exterior, donde se exhibía la mercancía: efectos electrodomésticos, útiles para el hogar, telas, confecciones, peletería, ferretería, alimentos y hasta juguetería.

Cada vez que entraba en Sears, a inicios de los años sesenta, iba invariablemente al sótano, donde estaba la discoteca, a comprar discos.

Un hecho en mi memoria marca a esa tienda como un lugar maravilloso. Se acercaba el 6 de enero, yo me hallaba en su amplio portal con mi madre, y, de pronto, por una promoción comercial de varios empresarios por las fechas navideñas, desfilaron por algunas de las principales calles habaneras los Reyes Magos montados en camellos verdaderos. Esa imagen, aquella ilusión de fantasía, se mantiene imborrable en mí.

Después de estar cerrada por varios años, a inicios de la década de 1980, establecieron en la antigua Sears un mercado paralelo que duró hasta poco antes del Periodo Especial. Acudía al lugar una inmensa cantidad de personas, que incluso marcaban desde la noche anterior para adquirir productos como quesos, yogurt, carnes y latería rusa y búlgara.

Por los alrededores de la tienda proliferaron los revendedores. Pero un día, a fines de los años ochenta, aquel comercio terminó como la fiesta del Guatao, con una redada policial contra los merolicos, término este tomado por Fidel Castro de la por entonces muy popular telenovela mexicana Gotita de gente y del que se apropió para denigrar a los que hacían negocios al margen del Estado, a quienes calificaba como “vagos sin oficio ni beneficio”.

Después que cerraron la tienda porque no había productos para surtirla, esta estuvo clausurada hasta que restauraron el inmueble, y establecieron allí el Palacio de la Computación, que aún brinda servicio, y eliminaron el enorme letrero con el nombre original que allí había.

Hubo una sucursal de Sears que se estableció en la calle 51 entre 116 y 118, en Marianao, y otra en Santiago de Cuba. La tienda de Marianao, que se mantuvo hasta hace unos años con el nombre de Amistad, ha sufrido tal deterioro por la falta de mantenimiento que hoy da grima. Sus techos tuvieron filtraciones, por lo cual la tienda estuvo un  tiempo cerrada. El sótano está clausurado, debido a aguas subterráneas que lo inundan. El parqueo posterior ahora pertenece a una empresa estatal. Para llenar el amplio salón, alquilaron espacios a cuentapropistas, que en su mayoría venden calzado. Otros venden efectos de plomería, electricidad y bisuterías. Queda solo como superficie estatal una quinta parte, con mostradores y estanterías casi vacías.       

De aquellas preciosas tiendas Sears que existieron, no queda ni el nombre. Solamente los ancianos tenemos memorias de cómo fueron.

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