LA HABANA, Cuba.- La mayoría de mis amigos saben que soy fan de ‘Pito’ Abreu. Que lo considero el mejor bateador natural que ha pasado por las Series Nacionales (con perdón de Omar Linares, el All Around más grande de esos campeonatos). Que me lamento un día sí y otro también de que no partiera antes a buscar su lugar en las Mayores.
Demoró su salida, es verdad, y se le fueron varios años que pudieran haber engordado sus récords en el mejor béisbol del mundo. Es una pena, porque quizás a estas alturas estaría camino de 400 bambinazos y 1.500 impulsadas. Pero los que lo vimos en Cuba no podemos dejar de agradecerle aquella plenitud en el home plate.
A lo largo de casi una década, ‘Pito’ se echó a Cienfuegos a la espalda. En su momento dije que le pegaba a la bola con esa fuerza más del pelotero extraordinario, embistiéndola (haciéndola volar) por medio del contacto de 230 libras conducidas con técnica perfecta.
Igualmente escribí que ningún antesalista le jugaba al nivel de la almohadilla y ningún fanático quería verlo en contra de su equipo. Y para colmo, esperaba el envío indicado con la calma de un inglés en la estación de trenes.
Fuerza, armonía y paciencia. En una pelota que agonizaba por el estímulo exterior y el desaliento interno, las virtudes del gigante de Mal Tiempo sembraron el caos hasta el punto de que en sus últimas contiendas insulares peleó siempre por la Triple Corona. Solo Alfredo Despaigne se atrevía a plantarle cara…
Señores: entre 2009 y 2012 ‘Pito’ firmó el mejor trío de temporadas consecutivas de la historia de la pelota cubana. Ni Casanova, ni Cheíto, ni Kindelán, ni Junco. Nadie logró una gesta parecida y la estadística no me deja exagerar: 98 jonrones (uno cada menos de ocho veces al bate), 268 empujadas, average de .411 y una tasa de boletos/ponches de 207/121.
Estaba sobrado, y ni siquiera lo desmejoraba su pasión por la bohemia. Alguna que otra vez le pasó justa factura, como en una ocasión que lo vi desplomado por los tragos en un banco del Parque Vidal de Santa Clara y al día siguiente Freddy Asiel le sirvió tres cafecitos. Pero no era la norma: en Abreu, lo de cada jornada era el batazo.
Afortunadamente, cruzó el charco. Le tocaba probar que podía cantar en la Scala de Milán de la pelota, y allá se fue a lidiar con las temporadas largas, los viajes infinitos, el frío de Chicago, los misiles a 100 mph, y al final sonrió frente a un público que no paraba de aplaudir su Novato del Año con 36 cuadrangulares y 107 carreras remolcadas.
Pero algunos cegatos suspicaces —siempre los hay— pensaron que había soplado la flauta. Entonces José Abreu no tuvo de otra que hacer uso de la bola de derribo: primero se convirtió en uno de tres peloteros de la historia con 25 jonrones y 100 impulsadas en sus primeras cuatro campañas (los otros fueron DiMaggio y Pujols), luego hizo el back-to-back en el liderato de remolques y conquistó el MVP de la Liga Americana en 2020.
Recuerdo que cuando anunciaron ese premio yo no cabía dentro de mí. “¡MVPito y bien!”, titulé el texto que escribí, y de allá para acá ya no volvieron a discutirme que el número ‘79’ de los Elefantes y los Medias Blancas es el uno en la cola de los bateadores que saltaron de las Series Nacionales a la MLB.
Eso, por mucho, hasta tanto Yordan Álvarez no logre demostrarnos otra cosa.
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