Las ruinas de Cuba tienen un factor común: las consignas pintadas con grandes letras sobre los trozos de pared. En el caso del antiguo hospital materno Lebredo, ubicado en el municipio habanero de Arroyo Naranjo, el mensaje –una pulla contra el ex presidente estadounidense George Bush– acaba sonando a ironía: “No hay agresión que Cuba no aguante”.
Lo que sí aguantó, aseguran los vecinos, es la sólida estructura del edificio, fundado en 1936, que hoy recuerda a una gigantesca colmena de varias plantas rodeada por herbazales. “El Gobierno vino hace unos años con una grúa y por más que le dieron para tumbarla, seguía sin ceder”, cuenta Tomás, de 67 años, a este diario. “Al final se rindieron”.
“La idea era demoler el hospital y construir una villa de descanso para los militares”, dice Julián, de 42 años e hijo de Tomás. Ambos viven cerca del Lebredo y han sido testigos de su decadencia desde el año 2000, cuando Salud Pública abandonó las instalaciones. “Todos los equipos y máquinas del antiguo materno se los llevaron al Julio Trigo, que no queda lejos de aquí”, añade.
Al cabo de veinte años, el panorama es desolador. El perímetro del edificio está lleno de escombros y basura. “Es el vertedero de La Habana”, lo define Tomás, que explica que, por encontrarse en la periferia de la ciudad, el espacio se ha convertido en un lugar ideal para descargar grandes cantidades de desechos sin que a nadie le interese la higiene de la zona o los peligros de la ruina.
“El Lebredo sigue siendo una zona de derrumbe”, advierte, señalando un fragmento de pared en la que alguien escribió, con triunfales caracteres azules: “¡Viva el 1 de mayo: Todos a la Plaza!”.
Un testimonio del activista Agustín Figueroa –que trabajó como médico en el Lebredo durante el Período Especial– señala que, tras la caída de la Unión Soviética, el hospital había llegado a una fase de “destrucción casi total”. La fuga de los médicos, los robos de materiales y la desidia de las autoridades aceleraron su decadencia.
Para Figueroa, el Lebredo parece “salido de una película de terror” y no recuerda en nada al flamante hospital de los años 30, utilizado primero como sanatorio de tuberculosos, al que el Gobierno revolucionario de 1959 añadió dos plantas adicionales y convirtió en materno. Tras su abandono, lo poco que quedaba –puertas, tuberías y materiales rescatables– fue sustraído por ladrones o por los mismos vecinos de Arroyo Naranjo.
Otro documento que da fe del antiguo esplendor del edificio apareció en la revista Arquitectura, en el número de noviembre de 1937, pocos meses después de su inauguración. El hospital, una iniciativa de la Liga Cubana Anti-Tuberculosis, tenía capacidad para albergar a 400 enfermos.
El buen estado de las carreteras –se había construido una avenida para facilitar el trayecto desde La Habana– y la amplitud de las obras, encargadas al arquitecto Luis Echevarría, sorprendieron a varias delegaciones de médicos extranjeros de visita en la Isla.
La descripción de las instalaciones deja poca duda de que el Lebredo llegó a ser uno de los mejores hospitales de la región: “Cuenta con sala de operaciones, departamento de rayos X, fluoroscopia, farmacia, laboratorio clínico. Servicio de refrigeración completo, con departamentos para carnes, viandas, pescado, leche, medicinas y una morgue con capacidad para doce cadáveres, conjuntamente con la sala de autopsias. Cuenta con magníficas cocinas y crematorio; en el sótano se encuentra la lavandería, departamento de desinfección de ropas, calefacción, estación de bombas, planta de transformadores, calderas, garajes, etcétera”.
De ese inventario no queda nada en el Lebredo, excepto la ruina y las consignas. “Pensar que Fidel Castro llegó a decir que este era el mejor hospital materno de Cuba”, remata Tomás.
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