Home Cuba Marlon, una víctima de la explosión del hotel Saratoga que sigue esperando

Marlon, una víctima de la explosión del hotel Saratoga que sigue esperando

0
Marlon, una víctima de la explosión del hotel Saratoga que sigue esperando

LA HABANA, Cuba. – No es por hacer “contrarrevolución” ni nada por el estilo. María Cos dice que no se trata de eso, sino de que atiendan a su hijo y cumplan lo que prometieron. Es lo primero que quiere dejar claro. Teme que la visiten de nuevo la Contrainteligencia y las autoridades locales de Marianao, el municipio donde reside en La Habana.

Han transcurrido casi dos años desde que, a ella, a Milagros, su madre, y a su hijo, Marlon Orlando Martínez Cos, les dijeron que las condiciones de su vivienda mejorarían y que les iban a otorgar algunos muebles, equipos y otros artículos de necesidad. Peor aún: han transcurrido casi dos años desde que la explosión del hotel Saratoga, en La Habana Vieja, cambiara las rutinas y urgencias de sus vidas, sin vuelta atrás. 

Marlon fue uno de los sobrevivientes de aquel accidente en el que murieron 47 personas y un centenar resultaron heridas. Aun cuando las autoridades explicaron que se debió a una fuga de gas en el momento en que un camión abastecía el hotel, persisten las incógnitas y no hay un informe oficial sobre la investigación que habría empezado luego del hecho.

El impacto de la explosión, los pedazos del edificio que se desplomaron y que le cayeron encima, y las tres horas que permaneció bajo los escombros, fueron suficientes para que la vida de Marlon, de 17 años en aquel entonces, pendiera de un hilo. 

“Él está ahí vivo de milagro”, dice Milagros, su abuela, una señora diminuta y muy elocuente, con una vitalidad que no se sabe si la tiene porque, en efecto, está entre sus cualidades, o si ha tenido que forjarla con los golpes de los últimos años. “Tuvo fractura de coxis, de pelvis, fractura craneal, hizo un neumotórax, tiene un golpe en la cadera que a cada rato le duele, dolores en una pierna y en la columna, que la tiene desviada, y una herida en un brazo que hay que volver a abrir para sacarle un cuerpo extraño”.

“Además, tiene la uretra desbaratada”, añade María, su madre. “Hay que reconstruírsela; por eso usa sondas vesicales directas a la vejiga, para que pueda orinar”.

Marlon y su abuela
Marlon y su abuela (Foto de la autora)

 Las que hablan la mayoría del tiempo son ellas. Marlon no habla mucho, si acaso para precisar algunas de las cosas que ellas dicen, ofrecer un detalle más o enseñar las heridas que mencionan.

María es una mujer cuarentona y maciza, cuya mirada, no obstante, parece estar avisando que ya no puede más, que en cualquier momento las fuerzas le fallarán. Narra que fueron alrededor de 20 los días que Marlon estuvo en una sala de terapia intensiva y 45 en el Hospital Pediátrico “Juan Manuel Márquez”. El día que le dieron de alta médica fue lluvioso. Y pasó lo que madre y abuela tanto temían.

“Cuando llueve mucho, la fosa se desborda y toda esa agua entra para mi casa, más las goteras del techo”, cuenta María. “Para que tengas una idea, en este último aguacero que hubo, el agua de la fosa tapó la taza del baño. Con eso te lo digo todo”.

Así se les han dañado paulatinamente los pocos equipos y muebles con los que contaban. Primero las camas: los colchones se le han podrido. En otra ocasión, el nivel del agua subió hasta alcanzar la máquina del refrigerador. Desde entonces permanece roto: la puerta se le desprendió y apenas enfría. Los fogones están podridos por tanta agua que les cae encima a través de las goteras del techo de la cocina. Hasta los pies a María se le han deteriorado.

“Mira cómo los tengo, mira. Enfermos, podridos. Imagínate, eso es agua sucia”, dice.

A su vivienda se accede por un trillo estrecho que viene desde la calle y que, justo antes de llegar a su entrada, se abre al espacio que alberga la fosa. En esa área, a un costado del trillo, hay un derretido de concreto que la propia María echó para tapiar algunos agujeros de la fosa. Lo hizo aprovechando unos materiales de construcción que dejó en su patio una pequeña brigada que envió el Gobierno a repararle la casa. De este modo, le entraría menos agua con las crecidas de la fosa.

Derretido de concreto sobre la fosa (Foto de la autora)

Más al fondo, está la vivienda. Consta de dos instalaciones pequeñas de mampostería, roídas, con entradas diferentes, como si se tratase de dos casas independientes. En la primera, el espacio alcanza para una camita personal, unos bancos para sentarse y una escalera que asciende hacia la azotea. La segunda cuenta con una salita estrecha, el baño, la cocina y un cuarto. 

“Pues el día del alta de Marlon cayó tremendo palo de agua y todo estaba inundado aquí”, relata María. “Dos horas estuvo él allá afuera dentro de la ambulancia, con truenos y todo, esperando ver si el agua bajaba, porque en esas condiciones él no podía entrar para acá ni estar aquí. Todo esto era fosa y la sonda se le podía infectar. Entonces yo me alteré, él también se alteró… y fue que pasó lo que pasó…”.

Desesperada, María hizo una transmisión en Facebook que más tarde eliminó por las amenazas recibidas de parte de las autoridades. En la directa la mujer contó la situación delicada de su hijo, su legítima preocupación como madre, y mostró las condiciones precarias e insalubres de su vivienda anegada. 

“Me cayó la Contrainteligencia, el Partido, la Federación, la gente de Reforma Urbana y la gente de Educación. Me amenazaron con quitarme el celular y llevarme detenida. Entonces yo borré la publicación, ¿qué iba a hacer?”, se pregunta.

La cocina de María (Foto de la autora)

María y Milagros aseguran que el jefe del Gobierno de Marianao y el director municipal de Educación, al ver el panorama, se convencieron de que Marlon no podía permanecer en ese lugar; sería ponerlo en riesgo de infecciones y hacer más difíciles sus cuidados especiales. Alrededor de las 7:30 de la noche lo trasladaron a un cuarto que habilitaron para él y un familiar, en este caso, su abuela Milagros, en Ciudad Escolar Libertad, en Marianao, entretanto se resolvían los problemas de la vivienda.

Ciudad Escolar Libertad, más conocida como Ciudad Libertad, fue la primera fortaleza militar del régimen de Fulgencio Batista que, a partir de 1959, pasó a manos del Ministerio de Educación y recibió el nombre que hoy lleva. Desde entonces y hasta la actualidad funge como centro educativo que alberga todos los niveles de enseñanza, desde el círculo infantil hasta la universidad.

“El jefe de Gobierno me dijo que en un mes me iban a arreglar la casa para que mi niño pudiera venir”, apunta María. “¡Un mes! Y ya vamos para dos años en esta historia…”.

La supuesta reparación comenzó luego de que albergaran a Marlon y a su abuela en un cuarto en Ciudad Libertad. Según María, lo único que hizo la brigada que envió el Gobierno fue una pared intermedia para delimitar la sala del cuarto en el segundo inmueble. Con esa pared lo que en realidad evitaban era que la placa se cayera, ya que está bandeada; lo otro que hicieron, a duras penas, fue darle el fino al baño y ponerle parches de cemento a las goteras del techo. Ella considera que lo que debieron hacer era tumbarlo todo y hacerlo nuevo. 

“Lo repararon como a ellos les dio la gana, por eso se sigue chorreando. Por la cocina lo que cae es una cortina de agua; el techo de ahí está en peligro de derrumbe. Eso que hicieron yo lo hubiera hecho mejor”, dice.

Uno de los cuartos de la vivienda (Foto de la autora)
Otro de los cuartos de la vivienda (Foto de la autora)

Por los cuidados especiales que requiere Marlon y la situación de su vivienda, Bienestar Social acordó otorgarle algunos equipos y muebles, en reposición de los afectados. Sin embargo, María asegura que no le han entregado casi nada. Ni siquiera las camas que les vendrían bien para sustituir los colchones mojados y podridos de tanta agua de lluvia y de fosa. 

“Lo único que me dio el Gobierno, y fue porque armé bateo allá arriba, fue el juego de mueble este ―señala un sofá y dos butacas de vinilo― y un juego de mesa que se lo di a mi mamá porque como aquí todo se moja…”.

3.700 pesos cubanos es la pensión mensual que el Estado le otorga a Marlon y a su familia por los daños provocados por el accidente. No hace mucho, cuenta Milagros, a su nieto se le obstruyó la sonda y pasó cinco días de extremo dolor. Cuando esto ocurre, le extraen la orina con una jeringuilla, lo que es un procedimiento molesto. Tuvieron que comprar entonces una nueva sonda que les costó 1.200 pesos cubanos. Estas sondas se le cambian cada 21 días aproximadamente, pero si se le obstruye antes, como ha ocurrido varias veces, porque ya él debió haber sido operado hace tiempo, hay que ponerle otra.

“Ahora, a esos 3.700 pesos mensuales quítale los 1.200 de sondas”, dice la señora. “¿Con qué compro comida, con qué compro pollo, porque en la tienda ya no entra el pollo, entra el picadillo cuando le parece? Y él tiene que alimentarse porque va a someterse a dos operaciones. Bienestar Social ya no le está dando el módulo que le daba, con el que podíamos comprar en la tienda cuando le tocaba… No es fácil lo que estamos pasando; suerte que la madre se volvió a tirar para las redes y por lo menos logramos conseguir varias sondas y medicamentos”.

La cocina de María (Foto de la autora)
La cocina de María (Foto de la autora)

Esta vez se refiere a una publicación que María hizo en su perfil personal y en un grupo de Facebook llamado “Madres cubanas por un mundo mejor” contando el desamparo en el caso de su hijo y pidiendo ayuda para que este recibiera atención médica y, por fin, se le practicara la operación que más urge, la de la uretra. A partir de esa publicación la contactaron y la agregaron a un grupo de medicinas en WhatsApp. Ahí le donaron varias sondas y medicamentos, entre ellos sulfaprim, que es lo que Marlon debe tomar ahora cada 12 horas. El blíster, según su abuela, le costaba 400 pesos. Pero no solo eso, también debe tomar sertralina y levomepromazina; así lo orientó el psiquiatra que lo atiende luego del accidente.

“La situación está muy dura y somos dos mujeres solas”, prosigue Milagros. “Ella tiene tres hijos, y uno es menor de edad, tiene 10 años. Aquí viven siete personas en total. Yo tengo 69 años, yo era trabajadora pero no me quieren jubilar porque me faltaban dos años, pero por la edad ya deben jubilarme y no lo han hecho. Y estamos dedicadas al cuidado del muchacho. Nadie pidió que sucediera lo que sucedió, ¿tú me entiendes?”.

Estar en el lugar y la hora equivocados. Eso es lo que dicen María y Milagros cuando piensan en el día del accidente. El viernes 6 de mayo de 2022, Marlon había ido desde Marianao a La Habana Vieja a comprarles un regalo. El domingo siguiente, como es costumbre, se celebraría el Día de las Madres. El muchacho no fue solo. Con él iban su novia, una amiga de la novia y un amigo de él. A las 10:51 de la mañana, cuando se produjo la explosión, caminaban por la acera del hotel. No dio tiempo a nada. En segundos, Marlon quedó atrapado bajo los escombros y ahí permaneció por tres horas. 

“Pedí auxilio y lo único que recuerdo es que un muchacho me encontró porque se me quedó un pedazo de la mano afuera”, cuenta. “Y ahí no supe más nada de mí”.

Su novia y la amiga murieron al instante. Solo él y el otro muchacho con el que andaba se salvaron, pero el más grave, acota la abuela, fue él: “Date cuenta que él estuvo con pronóstico reservado y todo”.

Como en el momento del accidente aún era menor de edad, lo ingresaron en el Hospital Pediátrico “Juan Manuel Márquez”. Ahí recibió los cuidados intensivos y le realizaron algunas intervenciones. No obstante, su madre explica que a Marlon aún hay que hacerle otra operación en el cráneo y también extraerle el cuerpo extraño de la herida del brazo. Pero lo que más le urge y preocupa es la rotura de la uretra ocasionada por la fractura de la pelvis. Un médico conocido le explicó que si le siguen alargando la operación puede llegar a necesitar hemodiálisis.

Heridas en el rostro de Marlon provocadas por la explosión (Foto de la autora)
Heridas en el brazo provocada por la explosión (Foto de la autora)

“A él había que operarle la uretra a los seis meses y ya ha pasado año y medio”, se queja María. “Todo era un problema: el equipo del Pediátrico funcionaba pero era por mínimo acceso; los médicos que lo atendían se han ido del país y hasta de licencia de maternidad; le indicaron una placa con contraste, pero para hacerla hay que esperar que haya más niños, porque el frasco cuando se abre tiene que utilizarse completo”.

Una placa con contraste, grosso modo, es una placa que se hace introduciendo previamente en el organismo sustancias que ayudan a diferenciar mejor los órganos y tejidos, lo cual permite ver con mayor precisión si están sanos, lesionados o con alguna enfermedad.

María cree que donde pueden atender mejor a su hijo es en el Hospital “Hermanos Ameijeiras”, pero las gestiones, asegura, son difíciles y hace falta tener un “conecto”. Por eso en su publicación en Facebook lo pidió.

“Y ya me lo resolvieron. Me resolvieron un médico para la operación, en el mismo grupo donde conseguí las sondas y los medicamentos. El martes lo tengo que llevar”.

En el momento de la entrevista, Milagros y su madre esperaban que este martes 16 de abril, de una vez, fuera el inicio del fin de su batalla por el bienestar y la salud de Marlon. De lo contrario, continuarán interpelando a las autoridades y visibilizando su caso.

“Mi hijo tiene solo 19 años. Merece una mejor calidad de vida. No es justo lo que todavía estamos viviendo dos años después”, termina la mujer.

Sigue nuestro canal de WhatsApp. Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de Telegram.

Exit mobile version