Salamanca/Marcada por cifras limítrofes –murió con 32 años, uno menos que Cristo, en 1999, antes de empezar el milenio–, Belkis Ayón creó un mundo no menos dividido entre dos dimensiones: la del color y la del espíritu. Observar sus grabados y pinturas deja una duda metafísica: si Ayón nos muestra ya el otro mundo, el plano espiritual, ¿por qué da la sensación de que sigue habiendo mucho más, escondido detrás de esas caras abakuás?
El suicidio de Ayón –que se encerró en un baño y se disparó en la cabeza con el revólver de su padre– no hace más que reforzar el misterio. Su silencio desespera. Durante el Período Especial, cuando el país se sumergía en la miseria, la artista se centró en sus obras en blanco, negro y gris. Los temas de la lealtad y la traición, del paraíso perdido y el deseo, además de la cosmovisión religiosa abakuá –el sacrificio de la diosa Sikán–, la rodearon en su última década.
En 2021, el Museo Reina Sofía de Madrid le dedicó una gran exposición retrospectiva, comisariada por Cristina Vives, su amiga. Era la señal de que Ayón había despertado el interés del público y los críticos de todo el mundo. Este noviembre, la editorial española Turner publica Nkame mafimba, un contundente catálogo razonado de su obra que amplía una versión anterior.
Nkame mafimba significa “elogio, conversación en lo profundo”. La frase sintetiza la relación de Ayón con sus grabados y también la lectura ideal que exige para su obra. Con textos en inglés y español, el libro explora cómo profundizó la artista en el universo abakuá, las investigaciones que realizó y cómo se produjo la traducción simbólica de esos mitos.
Ayón nació al final de una década de entusiasmo internacional por la Revolución de Fidel Castro
Ayón nació al final de una década de entusiasmo internacional por la Revolución de Fidel Castro. En 1960, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir viajaron a La Habana para ver con sus propios ojos el “huracán sobre el azúcar”. Su impronta en la generación de los jóvenes intelectuales cubanos fue mayúscula. Los periódicos de la época se llenaron de artículos sobre los dos visitantes.
Sartre y Beauvoir en Cuba. La luna de miel de la Revolución (Casa Vacía) reconstruye paso a paso esa visita y la cronología de ese año decisivo para la imagen internacional de Castro. Compilado por Duanel Díaz Infante y Marial Iglesias Utset –autora de un fascinante estudio del nacimiento de la República en 1902, Las metáforas del cambio en la vida cotidiana–, el volumen recoge el significado de la presencia de ambos intelectuales franceses en un país que, según Sartre, “debía triunfar”.
El cineasta Pavel Giroud, que protagonizó múltiples polémicas el año pasado tras el estreno de El caso Padilla, debuta en la novela con Habana Nostra. La narración recobra un antiguo guion del director sobre el gángster Lucky Luciano, un habitual en la capital cubana durante los años 40. Finalista del Premio Azorín de Novela, fue publicado por la editorial Traveler y ya ha tenido presentaciones en España y EE UU.
Una antología del narrador Alberto Garrido, Gritos y susurros, fue publicada este mes por Ilíada Ediciones. De estos cuentos ha dicho el novelista Amir Valle que “estremecieron de muchos modos el panorama de la literatura nacional. Sin dudas, piezas de excelencia de un auténtico cuentista cubano a la altura de Alejo Carpentier, Lino Novás Calvo, Virgilio Piñera y Onelio Jorge Cardoso”.
Una antología del narrador Alberto Garrido, ‘¡Gritos y susurros’, fue publicada este mes por Ilíada Ediciones
Con la muerte, el pasado 26 de noviembre, de Juan Manuel Salvat, el exilio cubano pierde al hombre que más hizo por que el patrimonio literario cubano estuviera al alcance de la mano. Nacido en Sagua la Grande, Villa Clara, formó parte de una generación que, sin olvidarse de Cuba, supo rehacer su vida y pensar en el futuro.
El Gordo, como lo llamaban sus amigos, no dudó en empuñar las armas primero contra Batista y luego contra Castro. Protestó contra la visita del líder soviético Anastas Mikoyán y fue expulsado de la Universidad de La Habana. Salió de Cuba clandestinamente y retornó por mar. Fue encarcelado. Huyó nuevamente y se exilió en Miami, donde comprendió que tenía que cambiar de estrategia.
Un exiliado necesita libros, y Salvat se convirtió no solo en el rescatador de viejos autores, que también abandonaron la Isla, sino en el editor de los nuevos. De Lydia Cabrera a Reinaldo Arenas, nutrió su catálogo con nombres de excelencia. Gracias a esos libros, me dijo, podía pronunciar la frase en la que se resume su legado: “He logrado vivir como cubano toda mi vida, aunque haya estado alejado de la tierra”.