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Lázaro Arturo Castro: “Estoy muy resentido y sigo sin entender lo que me hicieron”

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Lázaro Arturo Castro: “Estoy muy resentido y sigo sin entender lo que me hicieron”

LA HABANA, Cuba.- Ser sobrino de Juan Castro, el receptor más virtuoso que ojos humanos hayan visto, no fue obstáculo para que Lázaro Arturo se ganara un nombre propio en la exigente pelota cubana de los años noventa. Bueno detrás de home y oportuno con el bate, el muchacho deparó innumerables alegrías a una afición pinareña que lo recuerda con respeto y gratitud.

Tanto prestigio se granjeó en los diamantes de pelota, que hace dos años lo nombraron al frente de la escuadra de Artemisa de cara a la 61 Serie Nacional. La expectativa se generó enseguida alrededor del manager debutante. Sin embargo, un año después fue reemplazado en el puesto por el otrora lanzador Yulieski González.

Lázaro Arturo aún no asimila el golpe. Asegura que no cree que la sustitución se debiera al resultado conseguido “porque en la provincia todos eran conscientes (tanto el Partido y el Gobierno como la dirección del INDER) de que la preparación no había sido buena en ningún sentido”.

Según cuenta, los entrenamientos no pudieron hacerse en el estadio 26 de Julio y hubo que improvisar en un campito donde era imposible coger rollings debido a la cantidad de piedras que tenía. 

“Los jugadores practicaban asustados, pero eso fue lo que se resolvió”, apunta. “Ni siquiera se pudieron hacer debidamente las prácticas de bateo porque el terreno era muy corto y se perdían las pelotas. A eso súmale que no había un gimnasio para trabajar la fuerza, y que el hospedaje que yo mismo debí gestionar en el campismo de Soroa no reunía las condiciones adecuadas. Imagínate, la mayoría de los peloteros me cogió catarro por la frialdad que hace en aquellas lomas”.

Después de ese calvario el equipo arrancó bien el campeonato, pero la gasolina solo le alcanzó para cumplir el primer tercio. A partir de ese momento se acumularon las derrotas y a la postre cerró con 27 triunfos y 46 reveses, en el lugar 14 de la etapa clasificatoria.

“La mala preparación nos pasó factura. Yo fui atleta y sé que el terreno te la cobra. Pero al parecer no se tuvo en cuenta eso. Decidieron quitarme del cargo sin hablar conmigo ni darme excusa alguna. Me queda la satisfacción de que mejoré un lugar con respecto a la Serie anterior pese a la situación catastrófica vivida con los entrenamientos. Lo confieso: estoy muy resentido y sigo sin entender lo que me hicieron”.

Es en medio de ese dolor que el otrora enmascarado me concede esta entrevista donde repasa su carrera de 17 temporadas, valora técnicamente a varios de los mejores receptores que pasaron por las contiendas domésticas y compara la pelota que le tocó jugar con la de hoy. Todo ello, en medio de constantes alusiones a ‘Juanito’, el tío legendario.

¿Cómo era la disputa por la titularidad de la receptoría en el Pinar de tu época?

—Los tres catchers del equipo, Pedro Luis Dueñas, Yosvany Madera y yo, estábamos bastante parejos. Entonces, cuando el contrario ponía a un pitcher zurdo, como yo era bateador de esa mano el mentor Jorge Fuentes optaba por poner a uno de los otros dos. No sé por qué esa creencia; yo pienso que el que batea contra derechos puede hacerlo también contra zurdos. Pero bueno, era su teoría y yo se la respeté siempre. Por eso es que nos turnábamos. A mi criterio, el que tenía que jugar de titular era el que mejor estuviera.

Entonces, ¿sientes que se era injusto contigo?

—Me parece que en ocasiones se fue injusto porque podía haber jugado muchos más encuentros a la defensa. Modestia aparte, era inteligente, tiraba bien a las bases, tenía buena mecánica… Aprendí mucho de mi tío ‘Juanito’, que Dios lo tenga en la gloria. De él cogí muchas habilidades; siempre estuve mirándolo, copiándolo y escuchándolo. Recuerdo que nos sentábamos a hablar y yo captaba cada una de sus opiniones y sugerencias para luego emplearlas en el juego.

¿Nunca te defraudó la suplencia?

—Jamás. Siempre fui positivo en el equipo y conmigo mismo. Me decía que yo podía y que si otros lo hacían, yo también. A la defensiva mis números no son malos: por lo que he visto, aparecen dentro de los tres mejores del país cuando analizamos integralmente los errores, passed balls, cogidos robando y esas cosas.

¿Hasta qué punto trataste de imitar al gran Juan Castro?

—De ‘Juanito’ imité hasta la forma de caminar, de hablar, de gesticular. Era mi ídolo, mi padre, mi tío, mi todo. Yo veía por sus ojos y hacía todo lo que él hacía.

Te voy a dar algunos nombres de catchers ilustres y quiero que me los definas desde tu experiencia en la posición. Empecemos por el que mejor conoces.

—‘Juanito’ fue una enciclopedia. Hizo de la receptoría un arte, ante todo porque tenía una elegancia única. Sus habilidades eran extraterrestres. Nunca he visto a un receptor con tan buena mano para recibir. El único defecto que le pude ver era que tiraba a las bases a tres cuartos y por eso la bola le ‘sinkeaba’ para arriba del corredor. Fue una eminencia.

Lázaro Arturo Castro, Cuba
Lázaro Arturo Castro y Juan Castro. (Foto: cortesía)

Yosvany Madera…

—No era muy técnico, pero poseía un brazo formidable. Era imposible adelantarle un metro en las bases porque no solo brillaba por lo duro que tiraba sino por la precisión de su brazo.

Pedro Medina…

—Un receptor muy metódico. Podemos decir que muy habilidoso tanto para batear como para recibir. No me parece que sobresaliera detrás de home pero tampoco desentonaba. Carecía de un brazo muy potente pero tenía buena mecánica y metía out en las bases gracias a su técnica y maestría.

Pedro Luis Rodríguez…

—Él y Medina han sido los dos receptores que más batearon en Cuba, con perdón de Rolando Meriño y Juan Manrique. A Pedro Luis lo que lo golpeó fue el brazo, que no era potente. Me gustaba su mecánica para recibir wild pitches, y sobre todo admiré su pericia para los bloqueos de home en los tiros de los jardineros.

Ariel Pestano…

—Después de ‘Juanito’, lo mejor que ha dado Cuba. Jugamos bastante tiempo juntos y recuerdo que se acercaba a mi tío y a mí y nos sentábamos a hablar de la receptoría. Era buenísimo recibiendo, muy técnico y guapo.

Ángel López…

—Otro de los buenos. Participamos juntos en eventos como las Universiadas de Búfalo en 1993 y estaba dotado de un brazo fuerte, tiraba bastante bien a las bases, era excelente recibiendo lanzamientos contra el piso y llevaba muy bien el pitcheo de un equipo Villa Clara que disponía de varios lanzadores de calidad.

Alberto Martínez…

—Fue muy habilidoso, inteligente y soltaba rapidísimo la bola. Su mecánica era perfecta y así sacaba muchos outs. Fue una estrella a la que le tocó coincidir con ‘Juanito’, quien indudablemente lo superaba en elegancia.

Eriel Sánchez…

—Lo asocio con Madera en el hecho de que su punto fuerte era el brazo, pero no tenía una buena mano zurda ni se posicionaba bien para los lanzamientos. Eso sí, era muy guapo y un magnífico bateador.

Roger Machado…

—Muy bueno en todos los sentidos, aunque por desgracia no tuvo la oportunidad de ser titular en campeonatos internacionales. Aquí sí demostró su calidad: recuerdo que quedaba constantemente entre los primeros en cogidos robando. Tenía un brazo educado y soltaba la bola por encima, que es lo correcto.

Juan Manrique…

—Mi amigo en lo personal. Un receptor aceptable con buenas condiciones ofensivas. Él me decía “oye, ¿cómo tú puedes coger esas bolas que coges?” y yo le respondía que con lo que había aprendido del Master. Mi tío decía que las manos de un catcher eran las manos de un pianista, que había que ponerlas suaves y partir la muñeca hacia atrás para recibir los envíos, porque si uno empuja la mano hacia adelante le da un golpe a la bola y ahí es donde vienen los passed balls. Llevando atrás la muñeca el golpe contra la mascota es más débil y por ende si la bola se cayera, quedaría más cerca del cuerpo.

Alberto Hernández…

—A pesar de su constitución física, fue un catcher estelar con una maestría enorme para recibir. Su brazo no era potente pero tiraba perfecto a las bases.

Un elemento singular de tu carrera es que destacaste muchísimo como bateador emergente. ¿Cuáles son las condiciones que requiere ese rol?

—Lo principal es estar concentrado en el pitcher contrario; o sea, no perder nunca de vista el ángulo por el que suelta los rompimientos y las rectas. Cuando yo salía de emergente ya iba preparado para algún lanzamiento y ahí es donde conectaba con facilidad. Eso es lo que no hacen los atletas actualmente. Hay que estar atento todo el tiempo en el dugout porque empiezan nueve peloteros, pero no sabes cuántos de ellos van a terminar el juego. Yo me la pasaba concentrado, pensando que en cualquier momento podía tocarme salir. Eso es lo que hacía Lourdes Gurriel, un bateador al que admiré mucho y del que recibí muy buenos consejos.

Mucha gente de la capital te tenía mala voluntad por el daño que le hacías a Industriales…

—El béisbol es un juego y yo salía a divertirme. Nunca salí presionado al bate ni a la defensa, por mucho público que hubiese. Millones de veces me gritaron porque el deporte es así: cuando uno hace una mala jugada o comete un error a la hora buena, la gente le cae arriba. Pero yo siempre di un paso al frente y me crecí. Me gustaba mucho jugar contra los Industriales, lo mismo en La Habana que en Pinar del Río, y la verdad es que les bateé mucho en una época donde su pitcheo era muy respetable. Inclusive Julita Osendi me bautizó como “El Verdugo de Industriales”.

¿Consideras que has sido el mejor emergente de Pinar?

—El mejor, no. En Pinar tuvimos a Bienvenido Castanedo, que era al seguro. A él lo ponían de titular y no producía, pero cuando lo sacaban de emergente era tremendo.

¿Qué distancia cualitativa separa el béisbol que se jugaba en Cuba en tu época con el de ahora?

—Es grande. Ante todo, en aquel tiempo los atletas dejaban el pellejo en el terreno. Nosotros íbamos al juego a darlo todo por nuestra camiseta. Me acuerdo de los playoffs que jugamos contra Industriales, contra Villa Clara, contra Santiago de Cuba… Los estadios se ponían que daba gusto. En ese tiempo debajo de cualquier piedra salía un pelotero porque todo el mundo vivía con un bate, una pelota o un guante en la mano. Ahora es como un béisbol de laboratorio. Uno no ve esa entrega. Los muchachos juegan mucho para ellos, preocupados por lucir ante alguien para que aparezca un contrato. No hay ese interés colectivo que nos caracterizó a nosotros. Hay demasiada individualidad.

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