MIAMI, Estados Unidos.- “Las paredes oyen”, es una frase relativa a la paranoia que desencadenan los regímenes totalitarios sostenidos, en una de sus atribuciones, sobre el quebrantamiento perverso de la sagrada privacidad del ser humano.
Las paredes oyen, se titula una obra de teatro drástica, turbulenta, sobre el quebranto que ocasionan las dictaduras en el seno de las familias, escrita por Robby Ramos, bajo la dirección de Gabriel Bonilla.
La historia acontece sobre un escenario interactivo y sumamente funcional, donde la iluminación se encarga de dirigir la atención de los espectadores.
Los puntos focales se mueven entre una estación de radio en el sur de la Florida —la legendaria WQAM—, escuchada en Cuba, así como una sala de interrogatorios y la prisión, propiamente.
La obra sucede en el aciago año de 1962, donde el castrismo se siente acosado por el “enemigo imperialista” y arrecia su instrumental opresivo. No hay medias tintas, ni moderados: “dentro o fuera de la revolución”.
Los manuales comunistas saben que atomizar la familia, dañarla, dividirla, desacreditarla, anonada al enemigo potencial. Nunca en su historia moderna, la familia cubana se vio sometida a tanto desagravio. Escindida en bandos, como una suerte de guerra civil.
Las paredes oyen exhibe la maquinaria siniestra que ha mantenido tantas décadas de dictadura con la supuesta venia del pueblo, sometido por carencias éticas y materiales.
La actriz todo terreno y ubicua en la cultura cubana que es Susana Pérez, interpreta el personaje llamado “Madre”. Progenitora de la revolución, capaz de ejecutar sus más abyectos designios, sin miramientos, porque hay muchas deudas acumuladas que cobrarle al enemigo.
Pérez es la policía buena y la mala al unísono. Manipula física y moralmente a sus víctimas. Es el modelo de interrogador que sufrieron y padecen aún los antagonistas cubanos. Simula compresión y afecto antes de golpear y herir. La infamia personificada pero convencida de que opera en el lado de la justicia.
La carismática Susana Pérez desaparece y emerge la personificación del mal. Alrededor de su doctrina, siguiendo sus artimañas, se establece el eje argumental de la obra.
Ariel Texidó, Papo, es tal vez el personaje más sufrido y contradictorio porque encarna la desilusión del guerrillero, sobre todo cuando se revela ante sus ojos incrédulos la impiedad del régimen. De cómo una supuesta utopía nacionalista deriva hacia la dictadura intolerante con premura. “Esta no fue la revolución por la cual luchamos”, se ha repetido tantas veces en similares circunstancias históricas. Texidó es paisaje después de la batalla en su corpulencia desolada, el soldado vencido por tanta farsa y desentendimiento.
Héctor Medina interpreta a su hermano menor Rafa en la antípoda ideológica. Ha sido apresado por burlarse del Ernesto Che Guevara y manifestar su decepción con la dictadura. La policía política lo tiene fichado y le aplica todo tipo de martirios para que se confiese culpable. Medina nos seduce con su vulnerabilidad. Es muy triste ver el proceso donde cede tan acendrado idealismo ante la insoportable presión.
Dianne Garriga completa el trío de parientes en desgracia que convoca Las paredes oyen. Es Ava, la hermana, estudiante de enseñanza secundaria, quien se resiste a comulgar con el adoctrinamiento y en la escuela escribe un poema entre sexy y burlón sobre la dictadura que la coloca junto a los infidentes.
Garriga es la tersura e ingenuidad de la juventud sometida a la indecencia del deshonor y el suplicio mental. Ya no puede sentir amor por su hermano el combatiente, mientras se acrecienta el miedo ante el daño que le ha sido propinado a Rafa.
Bill Schwartz encarna al DJ americano de la emisora WQAM. Mediante su humor, travesuras y música, la obra respira. Es como una ventana de libertad y desenfado en la claustrofobia que acecha a noventa millas. El vecino de Estados Unidos que nos observa a la distancia y trata de comprender el camino tomado por la supuesta independencia cubana.
Cuando las dictaduras totalitarias son diseccionadas por el entendimiento estético y conceptual, brotan las perversidades de la condición humana. Bobby Ramos y Gabriel Bonilla articulan el espanto sufrido por generaciones de cubanos.
Desde los iniciales años sesenta, que no fueron nada esperanzadores, hasta la debacle contemporánea, la única vía de emancipación parece seguir siendo la aniquilación de la trampa totalitaria de hacer creer a los cubanos que viven en el mejor de los mundos posibles.
Las paredes oyen, que se presenta en el Museo Americano de la Diáspora Cubana, en Miami, se refiere al origen del caos castrista. Es el huevo de la serpiente. La especulación artística de un modus operandi siniestro para que las nuevas generaciones no olviden.
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