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La Habana, contada a través de su basura desbordante

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La Habana, contada a través de su basura desbordante

Celia todos los días aguanta la respiración cuando pasa por la esquina de Industria y Ánimas, en la barriada de Colón (Centro Habana). Los contenedores de basura están desbordados de desechos y escombros. La acera hace rato dejó de ser transitable y los peatones se mezclan con los vehículos y los bicitaxis que transitan por la calle. Unas chapas de metal oxidadas tapan las entradas al edificio frente al que crece la montaña de residuos.

“Antes, cuando venía un ciclón, la empresa de Comunales recogía la basura y limpiaba las alcantarillas pero con Idalia ni se aparecieron por aquí”, lamenta Celia, mientras señala la hilera de latones atiborrados. Cerca de ellos, un enorme recipiente de carga de un camión contiene restos de construcción, partes de muebles desvencijados y la basura que genera un cercano negocio destinado a la venta de animales para el sacrificio religioso.

A pesar de lo feo del panorama y de los malos olores, la gente que pasa reacciona con normalidad. La suciedad se ha vuelto tan familiar en La Habana que lo sorprendente son aquellas cuadras donde la limpieza, las fachadas pintadas y el orden marcan la diferencia con el resto de la ciudad. La gente parece haberse acostumbrado a convivir con las inmundicias ante la incapacidad de las autoridades de recogerlas a tiempo.

A pesar de lo feo del panorama y de los malos olores, la gente que pasa reacciona con normalidad. (14ymedio)
A pesar de lo feo del panorama y de los malos olores, la gente que pasa reacciona con normalidad. (14ymedio)

La basura es también la forma de sobrevivir de muchos. Los buzos buscan en los contenedores materias primas para vender, frascos de perfume vacíos que rellenar y estafar a algún incauto cliente, residuos de comida para alimentar a los cerdos, pedazos de electrodomésticos que sirvan para reparar otros y hasta ropa que ayude a resguardarse de la brisa y la humedad durante las madrugadas. Donde unos ven despojos, otros encuentran su modo de sustento.

La basura en La Habana es también una de las formas más evidentes de medir el estado de la economía de la capital cubana. Durante la crisis de los años 90 los vertederos solo tenían lo que ya no podía usarse para casi nada. Ni siquiera los trozos de madera vieja llegaban a los latones porque la gente les prendía fuego para cocinar. Encontrar sobras de comida entre los desperdicios era un milagro en aquel Período Especial.

Luego, la basura habanera comenzó a llenarse de bolsas de nailon que hasta entonces habían sido consideradas un símbolo de estatus para quienes compraban en las tiendas dolarizadas. Poco a poco, con la apertura a los negocios privados, la extensión de los mercados en pesos convertibles y la llegada de más turistas, aparecieron en las esquinas latas, envases de plástico y cajas de dispositivos electrónicos.

“La basura olía distinto”, recuerda Genaro, de 68 años y residente a pocos metros de la esquina de Industria y Ánimas. En aquellos años, este habanero tenía junto a sus dos hijos un pequeño negocio de recogida de latas vacías de cerveza y refresco. “No había la miseria de ahora, se le podía sacar algo a los latones pero ya no vale la pena”, asegura a 14ymedio. “Hasta la basura está en crisis”.

Unos rostros de piedra asoman en la fachada del edificio que hace esquina frente a los contenedores. Llevan unas pelucas de rizos que remedan algún tocado europeo y que desentonan totalmente con los balcones destrozados, los umbrales sin puertas y un par de arbustos que han crecido en los aleros de la edificación semiderruida. Desde allá arriba parecen los guardianes de los desperdicios, los veladores de los despojos de la ciudad.

La suciedad también afecta a los emprendedores. Lourdes ha visto languidecer la clientela de su cafetería en la barriada de Colón en la misma medida en que el basurero frente a su local crece. “¿Quién va a querer tomarse un batido o comerse una pizza con esta peste”, lamenta. El periplo de los vecinos para erradicar el enorme vertedero los ha llevado desde las reuniones con el Delegado del Poder Popular de la zona hasta “escribir cartas al Consejo de Estado”, cuenta a este diario la mujer.

“¿Quién va a querer tomarse un batido o comerse una pizza con esta peste”, lamenta

El resultado de las quejas ha sido nulo. Con los años, la acera alrededor del vertedero se ha ido perdiendo, “porque en lugar de recogerla con los camiones correctos traen una motoniveladora y han arrancado todo el contén”, denuncia Lourdes. En el hueco que han dejado las pesadas maquinarias se acumula el agua y “se forma un criadero de mosquitos que no nos deja vivir”.

Colgando del techo de la cafetería, Lourdes ha puesto unas bolsas de nailon transparente con agua que, alguien le comentó, “ayudan a espantar las moscas”. Pero el curioso invento no parece estar dando resultado. Este miércoles varios insectos estaban posados en las bolsas y bajaban sobre la comida de los escasos clientes que se acercaban a comprar. La mano de la propietaria sacudía constantemente un cartón para alejar a los intrusos voladores que iban a veces desde los residuos tirados en la calle hasta el merengue de unos pequeños dulces.

A mediodía, frente a la casa de Lourdes pasó una impecable patrulla policial blanca, y con una cámara instalada en el techo. Con los cristales cerrados y algo empañados, delatando el aire acondicionado al interior del vehículo, los uniformados recorrían las calles de un barrio donde la pobreza y el descontento son el caldo de cultivo para la queja y la protesta. Las ruedas del carro pasaron sobre algunas bolsas de basura y siguieron su rumbo hacia la próxima cuadra. Y así, cuatro o cinco veces cada día.

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