LA HABANA, Cuba. – No existe la fórmula universal para el éxito en asuntos de negocios, pero en Cuba más o menos se ha ido perfilando alguna que otra clave para lograrlo, y la primera de ellas, la indispensable, es largarse del país.
No es una condición sine qua non apenas descubierta por los “emprendedores” del patio sino la constante (no la variable) impuesta por el régimen desde hace décadas, cuando descubrió que la emigración es una vaca que, bien o mal ordeñada, producirá el “milagro económico” que jamás logró con Ubre Blanca.
Casi el ciento por ciento de las llamadas mipymes en Cuba han sido creadas y financiadas por cubanos residentes en el exterior. Y casi el ciento por ciento de los principales clientes de estos negocios son personas que viven fuera de Cuba o que reciben ayuda económica de “afuera”.
De modo que para participar con relativo “éxito” en el “nuevo esquema económico” es obligatorio tener una conexión con el exterior; de lo contrario se está condenado a permanecer en los terrenos de la moneda nacional y los salarios estatales que ya nadie duda en reconocer como símbolos inequívocos del fracaso, mientras que “vivir fuera de Cuba”, siendo pobres incluso, es sinónimo de éxito y hasta clave “oficial” del milagro económico con que fantasea la dictadura.
“Milagro económico” que en lenguaje de los comunistas cubanos se traduce en realidad como “milagro político” puesto que la economía es apenas un objetivo secundario en tanto “cambios” y “aperturas” van en función de prolongar la vida de esa moribunda llamada “empresa estatal socialista” cuya existencia (o persistencia) no cumple objetivos económicos sino propósitos netamente políticos.
Así, la empresa estatal socialista en buena lid no se trata de un “conjunto de negocios estatales” sino de otra “organización política y de masas” que, articulada con el oficialista sindicato de trabajadores (CTC) y el Partido Comunista, constituye la principal fuerza de “apoyo” al régimen, aunque en realidad este se basa en una relación de chantaje entre empleador y empleado, incluso entre ladrones, corruptos y aquel que, en papel de víctima, les perdona la vida, se hace el de la “vista gorda”, por tal de no quedarse solo.
La mayor aspiración del régimen, su más querida fantasía, sería una empresa estatal socialista (tal como la he definido en el párrafo anterior) a la cual nos integremos todos —es decir, cada uno de los cubanos y cubanas— y de la cual no escape nadie (todos bajo control), aunque para eso necesita no producir ni exportar (eso solo es parte de la retórica) sino ser mantenido por otro régimen similar al estilo de los años 60, 70 y 80 con la Unión Soviética como sugar mommy o de Venezuela en los 90 hasta que la llevó a la ruina.
Muertos o arruinados aquellos viejos ricos de ayer, el régimen apenas es un anciano viudo que, en su desespero, enloquecido por la certeza de la muerte, acude a los hijos que una vez echó a patadas de casa y les reclama una “manutención” que él nunca les dio y les habla del amor por un hogar que no fue sino más bien lugar de sufrimientos, odios y desamores.
Por tanto, siendo “continuidad”, tal como se pregona, el régimen continuará siendo aquel señor abusador que no dudará en volver a apalear a sus críos cuando otra “pareja” rica aparezca, e incluso les lanzará huevos una vez más, como en los años 80, si el dinerito regalado por el nuevo sostén le alcanzara para importarlos desde Estados Unidos, Colombia o Qatar, que para esos excesos andamos de gira por allá bien lejos a ver quién nos lanza el piropo.
Pero, mientras no surge “nada serio” con China, Rusia, Irán y los países árabes, hay que consolarse con lo que se tiene a 90 millas, que a final de cuentas, cual hijos rechazados, siempre estarán ansiosos por demostrarle a papá lo mucho que lo extrañan o cuánto lo odian, y es mejor tenerlo cerca, sobre todo para empujarlo por las escaleras en la primera oportunidad.
Y el viejo es muy consciente de esas “buenas intenciones”, sabe que hoy le pagan viajes y placeres ya para restregarle en la cara lo que él les negó, ya para luego, mientras duerme, asesinarlo y quedarse con la casa. Lo sabe y, malvado de la mejor especie, hasta disfruta de ingenuidades y peligros porque las cosas, aunque a ratos caóticas, continúan transcurriendo de acuerdo con su plan, es decir, sacarles el dinero a los hijos hasta que aparezca la nueva “pareja”. Dejarlos regresar a la casa familiar pero solo de visita y a dormir al ático.
De modo que la “fórmula del éxito” —esa de marcharse para retornar y lucrar con nuestras miserias—, ni se trata de alcanzar el éxito en sí, rotundo e irreversible, ni la descubrió aquel ni este “emprendedor”, ni este ni aquel “camaján” sino que, siendo un sucedáneo del éxito, apenas es la reacción de los hijos tontos, bribones, a la llamada de auxilio de papá abusador, que con una mano los abraza y se seca las lágrimas y con la otra se aferra a la chancleta.
No obstante, siempre queda la posibilidad de que los planes de papá salgan mal o que, vencido por la vejez y el miedo a la muerte, quizás por la ambición que siempre lo ha dominado, termine sucumbiendo a los planes ajenos. Los que estamos fuera de ese tóxico “círculo familiar” (y sin embargo todavía a merced de él) deberíamos pensar en cómo alejarnos de este barrio o, con un algo de valentía y perseverancia, cambiarlo de manera definitiva, radical. Porque ni el padre ni los hijos son buenos vecinos.
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