AREQUIPA, Perú.- Eulalia de Borbón, miembro de la Casa Real española, realizó la primera visita oficial a La Habana el 8 de mayo de 1893, convirtiéndose así en el primer miembro de la realeza en hacerlo. Su estancia en la Isla duró apenas una semana.
Durante su estadía fue alojada en el Palacio del Capitán General, frente a la Plaza de Armas. La princesa y Antonio de Orleans, su esposo, fueron huéspedes de la máxima autoridad en el país.
Así pues, Eulalia exploró el palacio, admirando sus dimensiones y su diseño armonioso, desde el fresco y sombrío patio hasta la elegante sala de fiestas y el salón del trono con sus muebles de damasco rojo y maderas doradas.
Aunque pasaba solo el tiempo necesario en el inmueble debido a la constante celebración y agasajo por parte de la ciudad, Borbón demostró una curiosidad insaciable, deseando verlo todo y conversar con todos.
La sociedad habanera la cautivó, considerándola culta y refinada, mientras que la mujer cubana la impresionó con su belleza y distinción. Sin embargo, tras la cortesía y trato exquisito, Eulalia percibió la llama de la revolución en Cuba, donde los habitantes no se sentían españoles, sino enemigos de España.
Precisamente, su visita se enmarcó en la Exposición Universal de Chicago, en la cual España estaba representada y buscaba mejorar las relaciones con Norteamérica y apaciguar tensiones en Cuba.
Eulalia, una mujer culta, bella y de ideas liberales, deseaba formar su propia opinión sobre la situación cubana, más allá de lo que se informaba en los periódicos o las declaraciones oficiales.
Para ello, buscó entrevistarse con el mayor general Calixto García, líder revolucionario, y Rafael Montoro, político autonomista. Ambos le proporcionaron una visión más cercana a la realidad del país.
Después de comprender la complejidad de las circunstancias de Cuba, Eulalia sugirió en la Corte la autonomía para la Isla, una propuesta que desató la cólera del presidente del Gobierno, Cánovas del Castillo.
Si bien le encantó La Habana, rica y espléndida, la princesa no se engañó sobre la realidad política de la urbe capitalina. Al regresar a Madrid, expresó en sus memorias y declaraciones que la causa española en Cuba estaba definitivamente perdida, siendo juzgada inicialmente como mal orientada.
A pesar de las objeciones y la falta de apoyo, la hermosa española persistía en abogar por un tratamiento diferente para el país, desafiando las expectativas y la posición oficial de la época.
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