LA HABANA, Cuba. – Menos de 24 horas después que en el Noticiero de la Televisión Cubana aseguraran que cualquier rumor sobre la huida de Bashar al-Assad era parte de un plan de desinformación de algunas agencias de prensa, la dictadura cayó, y lo hizo —mediante negociación apresurada con la oposición— tal como decía que jamás lo haría ese gran aliado del castrismo que ha ido a refugiarse en Moscú, el mismo destino que probablemente tengan planificado sus amigos de La Habana, puesto que no hay otro lugar donde esconderse y recibir protección en un mundo donde los dictadores ya no son bien vistos.
No obstante, aunque a algunos a veces nos guste imaginar que la caída de una dictadura por obligación trae consigo el final de las otras, sobre todo cuando se trata de aliados, lo cierto es que pasará mucho tiempo para que en La Habana se puedan dar circunstancias similares a las que se dieron en Damasco, aunque no demasiado para que veamos a los de aquí negociando (públicamente o en secreto) con el “enemigo” una salida a la crisis actual que sin dudas es terminal, pero no con la oposición, que no tiene el poder ni la articulación internacional necesarios para ofrecer garantía alguna.
Siendo realistas, el final de la dictadura cubana en muy poco se parecerá a lo sucedido en el país árabe, ni siquiera por la coincidencia de tener al mismo protector ruso que, indudablemente, ordenó la pasividad y el repliegue de su ejército cuando ya desde días antes sabía de la caída inminente pero, sobre todo, de la posibilidad de negociar en un momento en que se le ha vuelto insostenible mantener varios frentes de combate, siendo Ucrania el principal desvelo.
Por informaciones provenientes del lugar, hemos sabido que desde la Plaza de la Revolución han observado con “suma preocupación” lo sucedido y, sobre todo, han quedado traumatizados con la ineficacia del ejército ruso pero aún más con esa jugada “sucia” de Putin que lo revela completo en su faceta de tratante truhan y veleidoso, lo que ha derribado en un segundo toda la confianza que habían depositado en un protector que bien pudiera abandonarlos en el mismo instante que Donald Trump, otro negociador de gran calibre, se lo pida. De hecho, este último se ha mostrado confiado en poder manejar con éxito el conflicto en Ucrania, y en parte se debe a que conoce bien cómo dialogar con el exoficial de la KGB.
Están los castristas y continuistas tan conmocionados con los acontecimientos, tan inseguros, que respondieron con la negación hasta el último minuto, aferrándose instintivamente a la estrategia desinformativa que Russia Today e ITAR-TASS desplegaron por orden del Kremlin para cuidarle las espaldas a Bashar al-Assad mientras recogía sus matules y corría al aeropuerto.
No lo negaron como cómplices de la escapada sino como verdaderos ingenuos desinformados que ahora se hunden en el terror de una certeza: la protección de Rusia no es garantía alguna para bravuconearle al vecino del Norte, mucho menos para impresionar e intimidar a una Casa Blanca que, visto lo visto en Siria durante las últimas horas, entiende que la cercanía de La Habana y Moscú puede ser preocupante para la seguridad nacional de Estados Unidos pero no tanto como unas bases de espionaje chinas que cada vez aparecen mejor definidas y localizadas en las imágenes satelitales.
Rusos armados a 90 millas son un problema, sin duda alguna, más cuando les pasan rozando las narices, lo mismo como soldados en submarinos que disfrazados de turistas a los que una petrolera paga vacaciones en el Caribe, pero igual sabrá Trump cómo alejarlos sin disparar un solo tiro, apenas negociando una retirada que igual tome por sorpresa a los jerarcas cubanos, ahora convencidos, después de lo ocurrido en Siria, de su peligrosa posición en un tablero de juego internacional donde ni siquiera son piezas, tan solo algo mínimo, como polvo que cae por accidente.
Rusia como carta bajo la manga, ya descubierta por el jugador contrario, y Siria como aliado político (y proveedor petrolero si las situación hubiera torcido a su favor con el apoyo ruso) se han perdido como posibilidad realista, y aunque saben que, al menos por ahora, no terminarán sus días presionados por una guerra civil ni por una invasión externa, también se dan cuenta de que viven sus últimas horas, que la impopularidad y el malestar crecen, a un ritmo similar a la ingobernabilidad pero, sobre todo, que hay una fuerza considerable dentro de sus propias filas comunistas que están pujando (y conspirando) por un cambio de rumbo, y que ya las cacerías de brujas no son suficientes para mantener el control.
Si hace poco más de una semana lanzaron una señal de auxilio a Donald Trump para abrir la posibilidad de un diálogo, teniendo a Putin como guardaespaldas, ahora están conscientes de que —espías chinos aparte, en tanto el éxito del espionaje está en pasar inadvertidos, y no hay pruebas irrefutables de su existencia— casi irán al desnudo y mendigando por un trapito para abrigarse.
La dictadura cubana caerá o cambiará lo suficiente para sobrevivir bajo el disfraz de una democracia, sin dudas, pero no como por carambola por la caída de Bashar al-Assad, sino porque ya va cerrando su ciclo “vital” con la muerte de sus “históricos”, sumada a la guerra de revancha de sus herederos (naturales y de artificio), y ese detalle fundamental lo conoce bien Moscú, así como lo conocía cuando se enroló en el conflicto sirio por conveniencia personal, estratégica, y no por verdadera ayuda a un aliado.
Los rusos saben que la dictadura cubana posiblemente está en las últimas, así como los jerarcas cubanos acaban de descubrir otra vulnerabilidad, quizás la más letal de todas. De modo que, tanto para una mesa de diálogo (simulado) como para una salida (igualmente simulada, por supuesto) comienza el conteo regresivo.