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La administración Trump y el eje La Habana-Caracas-Managua

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La administración Trump y el eje La Habana-Caracas-Managua
La administración Trump y el eje La Habana-Caracas-Managua

PUERTO PADRE, Cuba.- Múltiples obstáculos y muchos de ellos preñados de mala fe, debió enfrentar Donald Trump antes de llegar a Washington D.C. el 20 de enero y convertirse en el presidente 47 de Estados Unidos.

Paradójicamente, llegado a la Casa Blanca, las dificultades a vencer son mayores. Verbigracia. Sanear la economía estadounidense constituye una tarea ciclópea; del mismo modo que no se podrá de un día para otro zurcir el tejido social nacional, rasgado por tirones de la propia sociedad desde sus mismos centros de pensamiento unas veces, y otras, por influencias foráneas; tampoco serán operaciones sencillas sino como de hormigón armado, las dirigidas a contener mareas de emigrantes que, incontroladas, dañan, sí, pero que con esclusas, son y han sido beneficiosas para los Estados Unidos desde sus mismos orígenes, como nación y Estado.

Consabidos los peligros provenientes de Rusia, de China, de Irán, en la arena internacional los desafíos para la administración Trump son apremiantes, dada la naturaleza misma de esos oponentes de Estados Unidos, ya sea por su hostilidad por razones ideológicas, económicas o la conjunción de esos motivos.

En algunos, como garantes para la perpetuidad en el poder –ya fuere de una familia, un partido político o un clan de criminales, y este es el caso de los regímenes que desde La Habana, Caracas y Managua–, en diferentes momentos y por muy diversos procederes, han enfrentado al que llaman “imperialismo yanqui”, lucha fratricida en la que han involucrado a no pocos países de Las Américas, haciéndolos antagónicos, con pérdidas humanas y económicas, ahondando en desigualdades, invocando “injusticia social” en las ya ancestrales heridas nacionales, cuando han sido y son ellos mismos, los propiciadores de revoluciones y golpes de Estado, los actuales avasalladores de estas naciones.

Ocurrió antes y después de la Segunda Guerra Mundial cuando, cual supuesta contención de la amenaza comunista, con la connivencia de la comunidad internacional, proliferaron en la región dictaduras de derecha, de los supuestos “hombres fuertes” –Trujillo, Somoza, Duvalier, Batista–, pero que en realidad y por violaciones continuadas de los derechos humanos, fueron detonantes de estallidos sociales que todavía sufrimos hoy, al convertirse, los “justicieros”, en dictadores por miopía de sucesivas administraciones estadounidenses que, prestando toda su atención a Europa, Asia o el Oriente, descuidaron el objetivo estratégico que es Latinoamérica y el Caribe, anglófono y español.

Afortunadamente, aunque han debido transcurrir 25 años, un cuarto del siglo XXI, recién se ha producido un cambio cualitativo a la hora de Estados Unidos justipreciar sus relaciones con América Latina, y, particularmente, con el Eje La Habana-Caracas-Managua.

Ese incremento de calidad en el servicio exterior se ha producido con la elección, como secretario de Estado, de un descendiente de cubanos, casado y con hijos con una colombiana, el senador Marco Rubio, nombramiento que dota a la administración Trump de un estratega de una experiencia única, al aunar el conocimiento y las aptitudes profesionales en asuntos de seguridad nacional y relaciones internacionales a la comprensión íntima de una región, de su gente, de su cultura, de sus caracteres, y no solo por oficio, sino también por raíces de familia.

Y, por haberlos estudiado, investigado y entrevistado desde sus responsabilidades en el Congreso, Marco Rubio conoce a los diplomáticos estadounidenses como quizás pocos oficiales del Gobierno. Es esta cualidad un importante atributo para el Secretario de Estado, existiendo, como existe –y con hechos probados, confesos, juzgados y sancionados–, la penetración castrocomunista en altos niveles del Gobierno de los Estados Unidos, y no en una, sino en diferentes administraciones.

No pudiendo derrotar a la nación estadounidense en el terreno militar, económico o tecnológico, el régimen castrocomunista apostará por atrincherarse, esperando mejores tiempos, resistiendo a la defensiva los cuatro años de la administración Trump, y hasta quizás, influyendo en el surgimiento de un nuevo líder.

Pero esa postura defensiva durante este cuatrienio será sostenida por una ofensiva de labores de inteligencia, con reclutamientos de agentes que ya estaban seleccionados y en estudio desde hace tiempo, en zonas de influencia, como son las universidades, la prensa o las artes, con medidas activas y combinaciones operativas, no simples, sino del vuelo más alto posible, según los objetivos a lograr.

Ningún análisis, ni humano ni de inteligencia artificial, negará ese despliegue de ofensiva operativa, siendo –como ha sido– el castrocomunismo por más de 60 años los ojos y el cerebro subversivo en América y no solo del Eje La Habana-Caracas-Managua, sino también de todos quienes han procurado y procuran hostigar a Estados Unidos desde cualquier lugar del mundo pasando por esta región.

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