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Juan Bravo: “Los catchers de hoy no tienen que hacer mucho, ni siquiera pensar”

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Juan Bravo: “Los catchers de hoy no tienen que hacer mucho, ni siquiera pensar”
Juan Bravo: “Los catchers de hoy no tienen que hacer mucho, ni siquiera pensar”

LA HABANA, Cuba.- Hay quien dice que la década de los ochenta fue el teatro dorado de las Series Nacionales. Exacto o no, al criterio le sobran elementos para fundamentarlo. Y el primero de todos, obviamente, es la explosión de grandes peloteros que se vivió en aquella época.

Partiendo de ahí, es fácil advertir que ganarse un puesto titular exigía de talento contrastado para el juego, más aún si la plaza te la tenías que agenciar en un equipo de la élite. Dicho en pocas palabras, había que ser bueno. Y, por ende, Juan Bravo lo fue.

Competencia no faltaba, pero el espigado moreno nacido en San Francisco de Paula se las ingenió para adueñarse de la careta, el peto y las chingalas en el poderoso Industriales de los años ochenta. Eran tiempos de Latino repleto y Guillermón colmado, y Bravo estuvo allí, tras el plato, dando señas y poniéndole el cuerpo a los disparos.

En esas andadas se le fueron 17 de los 61 abriles que ahora cuenta, en un periplo que lo llevó a vestir también los colores de Metropolitanos y la Isla de la Juventud. Y aunque nunca mereció los galones de las superestrellas, sí que impuso respeto sobre la base de regularidad y entrega.

Su promedio ofensivo de .272 habla por sí solo de que el hombre nunca fue el clásico out por regla, como ocurre a menudo con los enmascarados. Tanto así, que se gastó el alarde de ser campeón de bateo en una Serie Nacional, a contrapelo de rivales como Omar Linares y Luis Giraldo Casanova o coequiperos de la talla de Lázaro Vargas y Javier Méndez.

Sin embargo, su aporte y sacrificios fueron mal recompensados. Le fallaron cuando estaba en activo, pero también una vez que se convirtió en entrenador. Se sintió repetidamente traicionado, y hubo un día en que la copa por fin se desbordó. Decepcionado, optó por emigrar…

Actualmente Bravo sigue vinculado a la pelota. “Gracias a Dios me encontré con un muchacho llamado Mario Mérida que tiene una de las academias más prestigiosas de Miami —relata— y ahí me encuentro hasta ahora”.

Juan Bravo durante una sesión de entrenamiento. (Foto: redes sociales)

—Usted estuvo en la pelota cubana como atleta y posteriormente como entrenador. ¿Qué cambios para bien y para mal notó entre una etapa y la otra?

—Entre mis etapas como atleta y como entrenador hubo varios cambios positivos, entre ellos el relativo al hospedaje, que cambió de los albergues en los propios terrenos de béisbol a hoteles. El segundo punto fue la alimentación, la cual mejoró mucho. Y otro punto importante fue la transportación, pues se empezó a viajar en los mejores ómnibus que estaban circulando en el país.

Como grandes errores puedo señalar el retiro masivo de atletas, que atentó contra el béisbol en general, y la eliminación de los Metros, lo cual provocó el traslado desmedido de jugadores de una provincia a otra. Y otro elemento que me parece negativo fue la introducción de los refuerzos, pues acabó con aquel principio de que cada quien defendía los colores de su territorio, sin importar la calidad del equipo al que pertenecía. Para unir a peloteros de distintas provincias estaban las Selectivas.

—¿Por qué eligió la posición más sacrificada del juego? ¿Cuáles considera que fueron sus mayores virtudes como receptor?

—Yo no elegí esa posición. Yo comencé con nueve años en la categoría 11-12 porque entonces ese era el nivel inferior. Tenía buena talla y un domingo no asistió el catcher del equipo; yo jugaba right field y el manager me designó. No me quedó otra opción así que me puse los arreos que me prestaron, jugué el partido como receptor y a partir de ahí me empezó a gustar.

Tenía buen brazo, bloqueaba muy bien, pero había algo sumamente importante: la comunicación con el pitcher y con los managers de aquel tiempo. Creo que eso lo cumplí y justamente fue lo que me llevó a estar varios años con los Industriales y los lanzadores que había en ese gran equipo. Y te digo algo: el béisbol ha cambiado y los catchers ya no tienen que hacer mucho, ni siquiera pensar, pero antes sí, porque eran los que conducían el juego completo.

—¿Quiénes fueron los pitchers más difíciles que le tocó conducir y por qué?

—Entre los pitchers más difíciles estuvo Pablo Miguel Abreu en su primer año. Acababa de salir de los juveniles, tiraba 90 y tantas millas, pero la curva le picaba siempre delante del home plate. En ese tiempo él no gozaba de buen control: era capaz de dar escón de ponches pero después de llenar las bases por boletos. De manera que siempre tenía corredores en las bases y uno era rodilla al suelo y bloqueos durante todos los innings.

Otro que se me hizo difícil fue Ariel Prieto, al que le recibí en el ocaso de mi carrera. Tiraba duro y muchas veces enterraba la pelota con rectas a mucha velocidad.

—¿Cómo era el ambiente interno de aquellos Industriales?

—Nosotros éramos una familia y no solo en la Serie Nacional, porque cuando ésta terminaba, una semana después comenzaba la Provincial y muchos de los integrantes de Industriales y Metropolitanos estábamos juntos. Vale recordar que en ese tiempo existían equipos como la Industria Ligera, el Hospital Psiquiátrico, la Antillana… formados en su mayoría por jugadores de esas escuadras.

La verdad es que estábamos muy unidos. Hasta el punto de que un gran por ciento de los integrantes del equipo vivíamos en la zona este de La Habana, y entonces terminando el juego nos reuníamos y salíamos todos juntos.

—¿Por qué no pegaba jonrones cuando su físico daba la sensación de que podía lograrlos a menudo? ¿Faltaba fuerza o había alguna deficiencia en la mecánica de bateo?

—A todo bateador le gusta dar jonrones. A mí me encantaba. Pero en el momento que yo estaba viviendo no podía aventurarme a tratar de dar jonrones cuando tenía cuatro o cinco catchers optando por lo mismo que yo. Nuestro catcher era Pedro Medina, y al mirar para la Selectiva había que luchar con Pedro Luis Rodríguez. Entonces yo me basaba más bien en el sistema de juego que les gustaba a los managers: o sea, prefería tocar la bola, correr, robar una base…

Incluso en más de una ocasión salí a cubrir la posición de algún jugador que se sentía mal. Esas cosas me dieron buenos resultados, y sin haber sido un super estelar fui tanteando y tanteando para poder sobrevivir en ese cielo lleno de estrellas. En los entrenamientos conectaba jonrones, pero ya cuando llegaba el juego me centraba en mi objetivo y en lo que yo necesitaba para poder jugar hoy, mañana y pasado. Ahora bien, igual debo decirte que sí, yo estaba muy fuerte, pero mi velocidad de swing no era la óptima.

—En 1988-89 vivió su mejor momento a la ofensiva cuando fue líder de bateo. ¿Había hecho alguna preparación especial para esa temporada?

—El champion bat de 1989 fue la coronación del trabajo que venía realizando desde años anteriores. Sabía que de un momento a otro Medina iba a retirarse, y mi objetivo —y el de todo el que era catcher allí— fue jugar el día inaugural. Al irse Pedro, sentí que había llegado la hora de lograr mis sueños de ser el receptor regular en una Serie Selectiva. Buenos catchers sobraban en la capital: Armando Ferreiro, Humberto Casamayor, Iván Correa, Ricardo Miranda…

—Pese a eso, poco tiempo después lo dejaron fuera de la Selectiva. ¿Hasta dónde lo desalentó eso?

—En 1990 llegó aquel fatídico viernes donde escucho que mi nombre no estaba dentro de los catchers del equipo. Eso fue un desaliento muy grande al extremo que fui a parar a trabajar a un agro. No quería saber nada de béisbol.

—Después de retirarse de la vida deportiva, como entrenador siguió siendo objeto de injusticias. Una, cuando lo sacaron del Cuba B que iría a Holanda. Otra, cuando lo dejaron fuera del grupo que trabajó con la selección para el tope con Tampa Bay. ¿Qué recuerda de esos dos momentos?

—Esos dos momentos fueron grandes decepciones. El primero porque después de participar con los Industriales campeones de 2010, se alegó que como ya estaban Linares y Julio Romero en la preselección, había que estimular a personas de otras provincias. Así fue como salimos perdiendo Amado Zamora y yo, coaches del subcampeón Villa Clara y el campeón Industriales. Y el otro caso determinó mi salida del país, porque yo trabajé con el grupo hasta el día que confeccionaron el equipo. De repente un día en la mañana dieron a conocer el equipo, y me golpeó tanto que eso fue en San José y en vez de salir para mi casa partí caminando rumbo a Güines. 

—En su período en activo había varios catchers muy buenos en Cuba. ¿Cuál lo impresionaba más? ¿Quiénes cree que han sido los mejores que dieron las Series Nacionales?

—En mi etapa vi jugar a catchers muy buenos, unos más integrales que otros. Te hablo de Medina, Pedro Luis, Alberto Martínez, Juan Manrique… Antes de eso vi a Lázaro Pérez, Evelio Hernández y Jesús Escudero. Pero de todos el que más me impresionó detrás del plato fue Juan Castro porque jugaba con una maestría de altos quilates. Y del período posterior tengo que mencionar a Ariel Pestano.

—¿Siente rencor por el trato que le dieron en el béisbol de la capital? ¿A qué se debía que lo menospreciaran así?

—Hoy no siento rencor, pero en aquel momento sí porque no solo me estaban destruyendo a mí, sino a mi familia. Hoy todavía puedo decir que nadie, absolutamente nadie, se acercó a mí para decirme que ese año en que dirigió Servio Borges se me eliminó por esto o por aquello. Al final yo saqué mis conclusiones y me convencí de que fue por una reunión a la que yo dejé de ir. Por lo demás, nunca fui falta de respeto o indisciplinado y siempre estuve en función del equipo; o sea, no había por dónde agarrarme. Entonces ahí tú te ponías a pensar en tantas injusticias que se cometieron en esa pelota como con Cheíto Rodríguez, Rey Vicente Anglada, Agustín Marquetti, Lázaro Junco, etcétera, y te decías que si eso les sucedió a los que estaban por encima de casi todo el mundo, qué quedaría para los demás.

Te digo, si algo fue viral durante una gran etapa en la pelota cubana fue menospreciar a los atletas que lo dieron todo, que dieron su vida, su amor, que dejaron su familia y rechazaron propuestas, que sacrificaron todo para al final ser eliminados por alguien que no quiso que ellos fueran integrantes de un equipo determinado.

Juan Bravo, segundo de derecha a izquierda, junto a otras estrellas industrialistas como Arocha, Vargas y El Duque. (Foto: redes sociales)

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