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El último truco del mago Isasi

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El último truco del mago Isasi
El último truco del mago Isasi

LA HABANA, Cuba.- El hombre que escondía la pelota, Félix Isasi Mestre, dijo adiós a la vida en la Matanzas donde fue amo y señor de los diamantes.

Desconozco la causa de su muerte (los reportes oficiales de la Isla no son dados a precisar detalles) pero imagino que partió con descontento. “Ya no escondo la bola: ahora me la esconden a mí”, le comentó el año pasado al periódico provincial Girón.

Isasi, un camarero de relumbrón que brilló sobremanera en las Series Nacionales y el team Cuba, se sentía desatendido por las autoridades deportivas. Después de tanta gloria y tanto elogio, después de sacar outs imposibles y dar líneas de oro, la vejez le deparó cientos de ponches ante el pitcher más cruel entre los
pitchers, el olvido.

Nada extraño. El destino de Isasi se suma al de una legión de estelares que, una vez en el retiro, se vieron ignorados por los mismos funcionarios y organismos que antaño les rendían pleitesía. Esto es, la vieja práctica del trapo que se tira a la basura tras usarse.

Por fortuna, la gente –¡sus fanáticos!- no le dieron la espalda. “Tengo lo que tenía que tener: un pueblo que me quiere”, declaró al citado diario. “Adonde llego, una cola o cualquier cosa, todo el mundo me saluda. Voy a veces al estadio Palmar de Junco a ver a los muchachos jugar y ellos suben para las gradas cuando me ven. Eso se agradece”.

Allí mismo, en el sagrado templo del Palmar, se velaron los restos del hombre que, junto a Wilfredo Sánchez y Rigoberto Rosique, escribió una versión memorable de Los Tres Mosqueteros. Un promedio ofensivo de .293 en 18 temporadas respalda las tesis sobre su calidad con el barquillo.

Centenares de engarces que van de boca en boca, transmitidos entre generaciones a manera de riquísima herencia beisbolera, dan fe de su maestría con el guante. Y si la cosa iba de pícaro, Isasi se graduaba con honores. Los abuelos recuerdan que tomaba la pelota, se dirigía al box, simulaba entregarla al
lanzador y volvía a su posición para pararse a pocos metros de la base.

Entonces el corredor, ingenuo, se disponía a adelantar y ¡zas! era hombre muerto. Cuando se habla de los grandes custodios de la intermedia en el béisbol nacional, nadie puede pasar por alto a Isasi.

Por ahí transitaron Pacheco, Padilla, Yobal, poco antes estuvieron Anglada y Urquiola, y en los años sesentas y setentas -hagamos reverencia- se lució el flamante
mago que corría como pocos (231 estafas en 316 intentos) y pensaba más rápido que nadie. Tanto, que desaparecía la pelota.

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