LA HABANA, Cuba.-Como iniciativa individual o de grupo, como gesto altruista con los vecinos, varias personas han decidido cocinar y regalar alimentos a los más necesitados. Dos huracanes devastadores —uno en Oriente y otro en Occidente—, varios temblores de tierra muy cerca de donde las aguas y deslaves dejaron poco más de una decena de víctimas mortales, apagones accidentales y programados de varios días, sumados a una economía que colapsó como consecuencia de políticas improvisadas y despiadadas, han avivado el descontento popular en muchos, así como la compasión en otros.
Se ensalza en las noticias de los sitios oficiales del régimen la acción de unos santiagueros que donaron cuatrocientas raciones de comida, así como de otra familia de Artemisa que cocinó de modo gratuito para más de un centenar de damnificados.
Lo publican con la intención de atribuirse la hazaña, de capitalizar el gesto a favor de apuntalar una imagen de la Revolución cada día más deteriorada, pero lo hacen, sobre todo, pretendiendo hacerle olvidar a la gente que precisamente los que tienen un poco más acuden a ofrecer caridad porque están conscientes del desamparo y la desfachatez del Gobierno, aunque algunos se nieguen a decirlo a las cámaras, más porque saben que una crítica abierta a la dictadura puede frustrar la iniciativa de caridad (y el objetivo inmediato es ayudar, no confrontar a la policía política).
Frente a la inacción y la premisa de “cero gratuidades” del castrismo, a los cubanos y cubanas de buen corazón —más allá de ideologías y credos— no les ha quedado más remedio que ayudarse entre ellos mismos, sabiendo que sería en vano esperar a que el Partido Comunista decida ofrecer ayuda verdadera y gratuita a esa pobre gente que jamás se atreven a llamar como es debido y que, por tanto, camuflan bajo el eufemismo de “personas en situación de vulnerabilidad”.
No porque eso los alivie o ayude a llevar la vergüenza de haber empobrecido con mala intención a todo un país —como estrategia de control político— sino porque se empeñan en seguir engañando al mundo con la fantasía terrorífica de la esencia “humanista” del comunismo y la vocación de servicio de sus gobernantes e instituciones, cuando la realidad es que ni siquiera en situaciones de crisis, de catástrofe, aflojan el bolsillo en tanto la construcción del socialismo, de acuerdo con la experiencia vivida por los cubanos durante más de medio siglo, precisa, en primera instancia, de la implementación del capitalismo más primitivo y despiadado que pueda existir.
Quienes a golpe de sacrificar remesas y ganancias personales ayudan a sus vecinos pobres, lo hacen porque saben que luego de pagar al Ministerio de Comercio Interior un colchón “de donativo” en cerca de 800 pesos, además de endeudarse nuevamente con el banco estatal para adquirir los materiales de construcción con los que deberá reparar la vivienda “con esfuerzo propio”, quienes reciben un salario o una pensión, por muy altos que sean, no les quedará dinero para alimentarse, mucho menos para medicamentos y ropas.
Lo hacen porque están seguros de que vecinos e hijos de estos morirán de hambre y desesperación si alguien no enfrenta como acción personal la responsabilidad que el régimen no asume como obligación, aún cuando el pretexto para convencer a los ciudadanos de que la represión política es necesaria, de que la democracia es peligrosa, porque solo un sistema comunista puede garantizar que “nadie quede desamparado”.
La pregunta más elemental e inmediata de quienes en estas circunstancias de crisis alcanzan a ver al rey desnudo, de los que descubren la mentira por la cual han mal vivido de sacrificio en sacrificio sin ver la luz al final del túnel, es precisamente por qué esas instituciones estatales del “sistema humanista” no son capaces de ofrecer comida gratuita, aunque sea un poco de arroz y calabaza, a esos millones de cubanos que tienen hambre, o al menos a esos miles que a la calamidad del estómago vacío ahora agregan la otra de haber quedado sin techo.
¿Por qué hay quienes por voluntad propia pueden quitarse lo que tienen para ofrecerlo al desamparado y por qué el sistema que les ha obligado a acatar el contrato de sometimiento a cambio de atender sus necesidades, siempre los condena al desamparo?
¿De qué les sirven el socialismo y el comunismo si cuando necesitan comida y techo se burlan de ellos cobrándoles los donativos y enviándoles una “guaguandunga” (un viejo y destartalado ómnibus Girón con altoparlantes), un adefesio que pudiera ser la materialización más perfecta de la chapucería de una dictadura obsoleta, ruidosa, innecesaria e hipócrita, puesto que es capaz de destinar petróleo y un generador eléctrico a su propaganda ideológica pero ni un centavo para servir gratuitamente una simple sopa.
Los ciclones y el terremoto han dejado a miles de cubanos en el desamparo total, y como si fuera poca la desgracia, ese mismo Gobierno (con ese mismo banco que cambió de nombre para esquivar una demanda en Londres), ese comunismo que en plena pandemia de Covid-19 saqueó los ahorros del ciudadano con la inoportuna y criminal Tarea Ordenamiento, ahora regresa con el circo de acorralar con nuevas deudas. Porque si las personas necesitamos de alimentarnos para vivir, el castrismo y su socialismo en construcción necesitan de la pobreza y las calamidades para justificar la ineptitud y camuflar las ambiciones.