PUERTO PADRE, Cuba. – Los regímenes autoritarios, entiéndase los sistemas políticos dictatoriales en los que los gobiernos tienen ilimitados poderes, sean de derecha o izquierda, y salvo pocos casos con economías de mercado, abiertas, como por ejemplo la España de Franco o el Chile de Pinochet, existen gracias al militarismo, esto es, el predominio de la clase militar en el gobierno del Estado, que suele generar privilegios para la institución armada, sus jefes y familiares; pero en países comunistas, deben su existencia, sobre todo, a reglas clásicas del totalitarismo, entiéndase: una ideología de continuidad; un partido único; un sistema de terror físico, o emocional, ejercido por el partido a través de la policía política, las fuerzas militares y paramilitares; un control sobre los medios de comunicación que, además de la prensa escrita, radial y televisada, incluye el cine y la internet, con leyes prohibitivas de contenidos considerados contrarios a la Seguridad del Estado; un control sobre todas las armas, no sólo de combate, sino hasta las de caza; y un absoluto control y dirección centralizada de la economía, de comando, que funciona bajo condiciones de monopolio.
Esa concentración de todos los poderes del Estado, gubernativos, legislativos y judiciales, y, precisamente, para servir de escudo protector al régimen totalitario, en el caso de Cuba, se sustentan como anteriormente observamos en conceptos constitucionales de 1976 reiterados en 2019, inamovibles, dichos como, es “irrevocable” el sistema socialista, o, pretendiendo remachar el futuro de la nación toda expresando que, “en ningún caso resultan reformables los pronunciamientos sobre la irrevocabilidad del sistema socialista establecido en el artículo 4”, siendo el Partido Comunista de Cuba (PCC) y según expresa el artículo 5, “único”, y “fidelista”, “la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Bajo esas condiciones opresivas, desde hace más de 60 años ha sido conducida la sociedad cubana por el régimen totalitario castrocomunista. Luego, cabe preguntar: ¿Cómo lograr la democracia si la sociedad cubana está sujeta por un inmovilismo absoluto…?
Decíamos que, frente a los derechos usurpados por la dictadura, no hay más armas que el derecho propio, ejercido de forma pacífica, pero que cruzar ese puente sólo es posible mediante la unidad nacional, una armonía de difícil consecución pues ha sido el propio régimen, y según sus conveniencias, quien en demasiadas ocasiones promovió la desunión entre los cubanos, como de la misma forma aviesa, maligna no sólo por sus actos sino sobre todo por sus resultados catastróficos para toda la nación, el arribismo, que es un mal endémico en política, sin más credos que la ambición personal de supuestos líderes, quienes, aunque aparentan representar intereses de justicia social, en realidad han actuado como meros mercaderes del poder, disfrazados de guías, y en Cuba teníamos el precedente Batista-Castro, uno de derecha y el otro de izquierda, así y todo, dos dictaduras a no olvidar si queremos una nación verdaderamente democrática. Más que individuos palabreros urge la acción individual; sí, moral, ética, apegada a la buena fe de las personas, donde no hay espacio para lo fraudulento; ya entonces como atraídos por fuerza de gravedad, los seres humanos se unirán sin más discurso que el de la gestión de sus actos, conforme las buenas costumbres que un día tuvieron nuestros mayores, obligando al díscolo, al sinvergüenza ramplón, a enmendarse o a permanecer como un paria, ya sea entre familias, vecinos, o la nación toda. Y, esto, es precisamente lo opuesto a la cotidianidad de la sociedad cubana gobernada por los comunistas, donde impera el robo, el crimen, el beneficio propio sin importar el daño ajeno, donde se excluye o autoexcluye la persona de buena fe, en una cofradía dominada por vándalos de toda laya y desde hace más de medio siglo, donde el político vive del adulador y el ladrón del político a quien aplaude.
Si el artículo 5 de la Constitución de 2019 y refiriéndose al PCC dice de partido “único”, el artículo 102 de la Constitución de 1940 afirma que, “es libre la organización de partidos y organizaciones políticas”, eso sí, en el pasado fue imprescindible, como lo será en un futuro democrático y según ese precepto constitucional, presentar, junto con la solicitud de inscripción del nuevo partido, “un número de adhesiones igual o mayor al dos por ciento del censo electoral correspondiente, según se trate de partidos nacionales, provinciales o municipales”. Dicho de otro modo: si el censo electoral nacional cuenta con digamos, 8.705.723 electores, el dos por ciento de esa cifra sería algo así como 174.115, que sería la cifra mínima de afiliados, necesaria para formar un partido, pero más que triplica los 50.000 electores exigidos por el ordenamiento castrista para solicitar una reforma constitucional. Por supuesto, pedir a la jefatura de la dictadura castrocomunista una reforma constitucional, para que cese el PCC como “fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”, es de resultado ilusorio por irreal, pues, convocar a elecciones generales con seis meses de anticipación para la formación de partidos políticos, siguiendo el precepto del artículo 102 de la Constitución de 1940, significaría el fin del régimen; incluso, sólo estimando que en una Cuba democrática, parece poco probable que un partido comunista alcance entre sus afiliados el dos por ciento del padrón electoral, por lo que quedaría fuera de toda elección posible.
Pero no se trata de pedir. Se trata de no dar. Si lícito es hacer lo justo, lícito también es no hacer lo injusto. No digan los camioneros, los boteros, los campesinos, las madres y padres de familia, los estudiantes, los profesionales, los intelectuales, los artistas, los idos que son negociantes o sufridores nostálgicos, repito, no digan los cubanos cuales actores de teatro que apoyan el socialismo en Cuba cuando en realidad lo sufren, y entonces, sin discursos, sin formar partidos políticos porque la política la llevamos en nuestra honestidad, en silencio, sin discursos ni aplausos la dictadura habrá terminado. Ese es el Rubicón de los cubanos. Crucémoslo.
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