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El futuro del pasado cubano: un experimento maléfico

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El futuro del pasado cubano: un experimento maléfico
El futuro del pasado cubano: un experimento maléfico

MIAMI, Estados Unidos. – Desde su principio, el régimen cubano ha contado con un coro de apologistas orwellianos en los sectores académico y periodístico, aunque desde el cómodo extranjero: ninguno de ellos residiría en la Cuba socialista ya que, hipócritamente, ellos requieren libertades para sí mismos. No obstante, siguen pregonando los mitos fraudulentos —estilo eslóganes propagandísticos— de los supuestos logros del Gobierno cubano. Comencemos por exponer que la Cuba socialista representa una colección de 65 años de anomalías, de mal en peor.  La crisis actual, más bien duradera (financiera, sociopolítica, alimentaria, energética, de higiene y salud pública, etc.) se agrava vertiginosamente.

Los privilegiados que creen ser gobierno, porque mantienen prácticamente secuestrados a los cubanos —de todas las generaciones y orígenes étnicos— parecen no saber cómo salir de ella, excepto por empecinarse en su perpetuación en el poder y en continuar transmitiendo sus quimeras al resto del mundo, así como en insultar a todo aquel (nacional o extranjero) que se atreve a diferir de la línea oficial. En efecto, es un verdadero nudo gordiano que nadie puede, o se atreve a cortar, mientras la población que queda atrapada allá marcha inexorablemente hacia la prolongación de una pesadilla dantesca, tan innoble que es difícil describir. Nos preguntamos cómo se llegó a esta encrucijada.  

A pesar de las toneladas de tinta derramadas en escritos acerca de la Cuba contemporánea, las Ciencias Sociales —trabajando separadamente cada una por su cuenta— no parecen tener las respuestas satisfactorias, aunque quizás los lectores nos puedan asistir con sus propias observaciones a nuestro intento de análisis; damos bienvenida a todo comentario constructivo.

Los estudios del campo de la Economía, por ejemplo, identifican varios de los problemas claves, pero no los resuelven por razones psicológicas o políticas; el “daño antropológico” que apunta el respetado disidente cubano Dagoberto Valdés es dificultoso de medir. El fenómeno multisocial que se manifiesta en el país antillano bajo el rubro de “revolución” se transfiguró en algo monstruoso que entrampa al país, aparte (o a pesar) del costo de tantas vidas sacrificadas. Este fenómeno, que amenaza la existencia de la cubanidad con su misma desaparición, debe ser analizado con una nueva estrategia, un enfoque epistemológico valeroso diferente.    

La historia de Phineas Gage pudiera ser didáctica para el caso cubano. Gage era un obrero ferroviario estadounidense que sufrió un accidente en 1848, cuando una barra de hierro le destrozó parcialmente el lóbulo frontal del cerebro.  Irónicamente, fue gracias a ese espantoso accidente de trabajo —del cual sobrevivió— que las ciencias médicas pudieron ampliar los conocimientos sobre el cerebro humano. 

La Filosofía de las Ciencias nos recuerda que las Ciencias Sociales son aún menos experimentales. Por ejemplo, no podemos imponer como ensayo una dictadura de corte fascista en una nación X, y otra de corte marxista en otro país para contrastar sus resultados en nuestro experimento de laboratorio sociopolítico ficticio. No obstante, hemos escuchado a ciertos académicos —bien arrellanados en el extranjero (incluso algunos nacidos en Cuba y hasta localizados en el mismo Miami)— que a estas alturas todavía se refieren vergonzosamente al fenómeno cubano como “un experimento revolucionario valioso”. Pero quizás sea más preciso un paralelo con el accidente de Gage.                 

Supongamos que el castrismo ha sido el equivalente de la barra que le atravesó el cráneo a Gage, una barra sociopolítica-económica aterradoramente maligna (aunque disfrazada de un benevolente “humanismo”) que traspasa toda una sociedad que languidece. Al igual que con el sistema nervioso humano, las sociedades no se prestan a experimentos horripilantes (aparte de los códigos de ética profesional), y a menudo dependen de accidentes para estudiar ciertos fenómenos. Así lo transcurrido en Cuba —que, de nuevo, rehusamos citar como “revolución” propiamente— debe reconocerse bajo otra etiqueta, además de servir como fuente de conocimiento en las diversas disciplinas científico-sociales dentro del marco de la Consiliencia propuesto hace unos años por el afamado científico estadounidense Edward Wilson.

Las innumerables decisiones descabelladas tomadas por la dirigencia en Cuba a partir de 1959 han tenido consecuencias destructivas de todo tipo que deben ser estudiadas fríamente desde diversos ángulos disciplinarios en combinación. Por ejemplo, vista desde el campo de la Economía, es imposible comprender el papel de la ideología en la forma que se toman decisiones de las políticas sobre la economía implementadas en Cuba si no se usan elementos de la Psicología Social, de la Antropología y de la Politología de las tiranías para lograr entender los efectos de los intentos de sovietización, incluyendo los elementos de control social con secuelas psico-sociales antes desconocidos por la población cubana.  

Mencionemos solo dos arquetipos de los “experimentos” más destructivos iniciados por Fidel Castro: a) la llamada “Ofensiva Revolucionaria” anunciada el 13 de marzo de 1968, medida extrema con el propósito de eliminar toda actividad económica privada como un paso a la desaparición de lo que él llamó las relaciones monetario-mercantiles. Su meta era ensayar con la desaparición del dinero como medio de cambio; b) la Zafra de los Diez Millones de toneladas de azúcar que, aunque no fue lograda, afectó negativamente casi todos los renglones socioeconómicos cubanos dada la movilización forzosa de la fuerza laboral nacional, en detrimento del resto de los renglones.  

Los efectos destructivos de tales medidas y muchas otras han resultado en la crisis presente, a pesar de los millones de dólares de subsidio del antiguo Bloque Socialista por tres sólidas décadas y de todas las llamadas “reformas” iniciadas más recientemente por Raúl Castro, el heredero del trono tropical, y las de su protegido en la sucesión dedocrática, Miguel Díaz-Canel.

Incluso ya en 1970 el antropólogo estadounidense Douglas Butterworth descubrió una “cultura de la pobreza” creada post-1959 durante sus pesquisas en una comunidad en las afueras de La Habana, donde los cubanos de a pie se quejaban abiertamente del régimen, aparte de que casi nada funcionaba en la localidad, ni siquiera el temido “comité de vigilancia” (ver The People of Buena Ventura, 1977).  Significativamente, Butterworth tildó la época de su estudio como “la Cuba post-revolucionaria”.

Los mundillos académico y periodístico extranjeros fallan al no reconocer que la dictadura socialista convirtió a Cuba en un laboratorio involuntario de la misma manera que el nazi Josef Mengele condujo experimentos espeluznantes con seres humanos en la Alemania hitleriana. El conocimiento así generado por accidentes socio-económico-políticos debe ser incorporado en las evaluaciones basadas en las Ciencias Sociales.  

Contrario a lo que pregonan descaradamente los defensores del rebatible régimen cubano, estimamos que la infortunada historia cubana reciente y su fracasado resultado actual sirven también de modelo preventivo a otras naciones. Ese puede que sea uno de los principales legados reales de la inverosímil tormenta gubernamental cubana. 

Es una lástima que sean los cubanos las víctimas, los conejillos de India —los Gage— y no los beneficiados, aunque confiamos que como Mr. Gage, Cuba sobreviva, milagrosamente, al lamentable accidente socialista.

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