AREQUIPA, Perú. – En la Ilíada de Homero ya se relatan duelos notables como el de Paris y Menelao, o el de Héctor y Aquiles. De la misma manera, otras de las primeras muestras de literatura en el mundo ya describían la costumbre de evitar conflictos colectivos al reducirlos a un combate singular entre campeones o grupos pequeños de guerreros.
Aun así, el duelo, en su forma más formalizada, se practicó desde el siglo XV hasta principios del siglo XX en las sociedades occidentales, evolucionando a partir de las justas o torneos medievales.
La apropiación de esta costumbre en Cuba adquirió tintes muy distintivos. Llegado el siglo XIX, eran famosas las características de ferocidad del duelo en la Isla.
El sable, con filo, contrafilo y punta afilados en piedra, se utilizaba de manera más agresiva en comparación con Europa, donde se prefería mantener el filo romo. Además, en los duelos con espada se permitía el combate cuerpo a cuerpo, y la distancia establecida para los duelos a pistola era más corta que en el Viejo Mundo.
Entre 1843 y 1893, se registraron un total de 202 duelos en Cuba: 103 a sable, 30 a espada, 66 a pistola y tres a revólver. Durante este medio siglo, hubo 13 muertos y 152 heridos, cifras considerablemente superiores a las de otras regiones.
En La Habana de los años 40 del siglo pasado, aún se celebraban duelos, una práctica que, aunque no era ilegal en sí misma, involucraba aspectos punibles como su planeación y las consecuencias que de ella se derivaban.
A pesar de estas implicaciones, los hombres públicos que se consideraban ofendidos solían designar padrinos para plantear “la cuestión de honor” al presunto ofensor. Si este aceptaba el desafío, seleccionaba sus propios padrinos y elegía las armas para el enfrentamiento.
Se acordaba la fecha y el lugar del duelo, y participaban el ofendido, el ofensor, los padrinos, jueces, un árbitro, un médico para cada contendiente e incluso invitados especiales.
En esta época, muchos conocían de memoria los códigos del honor de figuras como el conde Athos de San Malato o el marqués de Cabriñana, que establecían normas para los duelos.
Los duelos habaneros de la década del 40 ya no se pactaban hasta la muerte, ni siquiera hasta la primera sangre. Simplemente, el ofendido y el ofensor se enfrentaban, intercambiaban algunos sablazos o uno o dos disparos, y con eso se consideraba que la cuestión personal estaba resuelta.
Durante la pugna, los contendientes debían seguir las órdenes del árbitro de campo, que imponía las reglas y podía suspender o interrumpir el enfrentamiento. Aunque en la práctica no siempre se cumplía, se suponía que en un duelo el vencedor era aquel que tenía la razón.
Se decía también que, después de un duelo, la ofensa quedaba perdonada, independientemente del ganador, y los contendientes debían reconciliarse.
Si bien muchos duelos eran más una comedia que un enfrentamiento real, hubo algunos memorables en Cuba. Un ejemplo es el duelo entre los médicos Ricardo Núñez Portuondo y Pedro Palma en una clínica de Jesús del Monte, que atrajo la curiosidad de 200 espectadores.
En esa oportunidad el enfrentamiento culminó con una herida de 15 centímetros que Núñez Portuondo infligió a su oponente con su sable, cortándolo desde la frente hasta el pecho.
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