LAS TUNAS, Cuba. — “Este hombre tan famoso, tan importante, tan afortunado, a quien llaman Superman, Superstar, Superkraut, que logra paradójicas alianzas y consigue acuerdos imposibles, tiene al mundo con el alma en vilo como si el mundo fuese su alumnado de Harvard. Este personaje increíble, inescrutable, absurdo en el fondo, que se encuentra con Mao Tse-Tung cuando quiere, entra en el Kremlin cuando le parece, despierta al presidente de los Estados Unidos y entra en su habitación cuando lo cree oportuno, este cuarentón con gafas ante el cual James Bond queda convertido en una ficción sin alicientes que no dispara, no da puñetazos, no salta del automóvil en marcha como James Bond, pero aconseja las guerras, termina guerras, pretende cambiar nuestro destino en incluso lo cambia. En resumen, ¿quién es Henry Kissinger?”, escribió el 4 de noviembre de 1972 la periodista italiana Oriana Fallaci en la entrevista que le hiciera al entonces asesor de Seguridad Nacional Henry Kissinger en la Casa Blanca.
Elogiado por unos y vilipendiado por otros, el pasado miércoles murió en su residencia de Connecticut Henry Kissinger. Tenía 100 años. No fumaba. Pero le obsequiaban Habanos. Fue la suya una vida entre la fuerza del titán y el oropel del histrión. Y un buen ejemplo de la hipocresía contra Kissinger, fue Fidel Castro. Mientras públicamente lo acusaba de genocida, de alentar dictaduras y propiciar golpes de Estado, como el de Chile en septiembre de 1973, ya para el verano de 1974, Fidel Castro, que mantenía conversaciones secretas con el gobierno de los Estados Unidos, envió a Kissinger como un obsequio personal suyo una caja de tabacos cubanos, de suprema calidad. Era el reinicio de las conversaciones ocultas iniciadas por Kennedy en 1962; pero, qué mejor muestra al evaluar erupciones sociales cruzados de brazos, que lo conceptuado por el mismo Kissinger al pronosticar su propio futuro como “un período tan revolucionario que planificar la propia vida, hoy, es una actitud de pequeño burgués del ochocientos”.
Catedrático de Harvard, devenido diplomático eminente, Kissinger había sido nombrado Asesor de Seguridad Nacional por el presidente Richard Nixon en 1969, cargo que mantuvo cuando fue nombrado secretario de Estado en 1973, única persona en la historia de Estados Unidos que, al mismo tiempo, ha desempeñado tan altas responsabilidades.
Ocasionando el disgusto de Nixon, que se sintió preterido, Kissinger dijo a la periodista Oriana Fallaci —como siempre aguda y despiadada en sus entrevistas— que quizás su éxito se debiera al hecho de “haber actuado siempre solo” como el “cowboy que entra solo en la ciudad”. La metáfora, aunque muy criticada por los medios, no dejó de ser cierta: Kissinger había entrado en Pekín, en Moscú, como un cowboy solitario, con el revólver enfundado, consiguiendo así, en plena Guerra Fría, conversaciones civilizadas para dar apertura a las inexistentes relaciones de Estados Unidos con China y de poder militar y político con la Unión Soviética, y aunque dejó la Casa Blanca hace más de 46 años, cuando Carter sucedió a Ford, así y todo Kissinger asesoró a 12 presidentes, desde JFK hasta Biden, y mantuvo, hasta su muerte, relaciones con importantes líderes mundiales, por lo que es considerado el diplomático más influyente del siglo XX, trascendiendo esa nombradía hasta el pasado miércoles, día de su muerte.
Líderes de izquierda, siniestros, diría yo, critican a ucranianos e israelíes por las posiciones de fuerza por ellos mantenidas frente a sus agresores; invasores los rusos en Ucrania, terroristas los de Hamás en Israel; pero a ellos, como respondió a Fallaci cuando preguntó: “Usted no es pacifista, ¿verdad?”, diría Kissinger: “No, no creo serlo. Aunque respete a los pacifistas genuinos, no estoy de acuerdo con ningún pacifista y en especial con los pacifistas a medias: los que aceptan la guerra por una parte y son pacifistas por la otra… La guerra no es una abstracción, es una cosa que depende de las condiciones (…). Quiero decir que existen principios por los cuales las naciones deben estar preparadas para combatir (…). Cuando un país está involucrado en una guerra no basta decir: hay que terminarla. Hay que terminarla con criterio.”
Respecto al poder, y preguntado por Fallaci, “¿en qué medida le fascina el poder?”, Henry Kissinger dijo: “Cuando se tiene el poder en la mano y cuando se tiene en la mano por mucho tiempo, se acaba por considerarlo como algo que nos incumbe. Estoy seguro que cuando deje este puesto, notaré la falta del poder. Sin embargo, el poder como fin en sí mismo, el poder por el poder, no me fascina en absoluto (…). Lo que me interesa es lo que se puede hacer con el poder. Se pueden hacer cosas espléndidas, créame…”. Así mismo, Kissinger se consideró un hombre muy frío “en la táctica”, pero no así “en la estrategia”, pues se creía, en cierto sentido, “fatalista”. Creo en el destino, dijo, “más en las relaciones humanas que en las ideas”, aunque dijo estar convencido “sí, que hay que luchar por lograr algo. Pero también creo que estamos limitados en la lucha por conseguirlo”.
El pasado 4 de noviembre se cumplieron 51 años, cuando en 1972, a Oriana Fallaci, Henry Kissinger confesó ser un hombre tímido, “pero en compensación, creo ser equilibrado”, dijo. Y a continuación, afirmó: “Hay quien me pinta como un personaje atormentado, misterioso, y quien me pinta como un tipo casi alegre que sonríe siempre, que ríe siempre. Las dos imágenes son inexactas. No soy ni uno ni otro. Soy… No le diré qué soy. No se lo diré jamás a nadie.” Y se fue para siempre Henry Kissinger este miércoles 29 de noviembre, sin decir qué era, pero ni falta que hizo su confesión, porque, aunque unos lo creyeron un genocida, otros un ególatra, y otros, un benefactor al que deben su existencia, todos, por igual, coinciden que fue un genio.
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