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Cuba “ni canta ni come frutas” y Nicolás Maduro siembra marañón

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Cuba “ni canta ni come frutas” y Nicolás Maduro siembra marañón
Cuba “ni canta ni come frutas” y Nicolás Maduro siembra marañón

PUERTO PADRE, Cuba.- En alusión a la persona ociosa e insignificante, o a la situación que no fluye ni refluye, el viejo adagio dice: “Ni canta ni come frutas”.

Esa sentencia parece un retrato de la muy menguada producción frutícola de Cuba que, de los extensos cultivos de piña y de las plantaciones de naranjas y toronjas, luego diezmadas por plagas y enfermedades, así como por el variopinto surtido de frutas desaparecido junto con la población rural cubana, ahora, según la estación, debemos “conformarnos” –gruesa billetera mediante– con alguna de estas tres frutas: mango, guayaba, o frutabomba.

Y no estamos hablando de plantas exóticas, de difícil cultivo, sino de especies autóctonas o introducidas hace muchísimos años, de gran rusticidad.

Por ejemplo, es el mango una planta que puede darse silvestre, dentro del monte, pero que sin grandes costos de producción, hoy ocupa algo así como el 50% de la tierra dedicada a la fruticultura cubana; mientras que la guayaba se cultiva en el 13% de las áreas frutales, siendo, también, otra planta que perfectamente se reproduce dentro del monte, diseminadas sus semillas por la fauna, y que precisamente, es esa variedad silvestre la mejor para mermeladas, compotas, pastas y jaleas.

Asimismo, en tercer lugar, ocupando el 10% de las plantaciones frutícolas, está la frutabomba que, abaratando sus costos de producción, es una planta que puede producir cosechas asociada con otros cultivos, hortícolas o vianderos, o en los primeros estadios de una plantación forestal, por lo que cuando pagamos 200 o 300 pesos por una frutabomba, o 70 u 80 pesos por un mango, o 60 pesos por una guayaba, cualquiera experimenta la sensación de haber sido robado.

Y como en Cuba no fueron cultivos de plantaciones, sino árboles aislados o pequeños grupo de árboles plantados alrededor de los bateyes y de las viviendas campesinas, con la desaparición de la familia rural también se fue extinguiendo el frutal cubano, y hoy es difícil, sí, muy difícil, encontrar anón, guanábana, mamey colorado, ciruela, anoncillo, tamarindo o algún marañón, que puede costar 100 pesos la libra.

También 100 pesos pueden pedir por un vaso de ciruelas, que es menos de un cuarto de libra del fruto de una planta de rápida y fácil reproducción, no por semillas, sino mediante una estaca, introducida y mantenida en suelo húmedo, hasta que enraíce, cuando ya no precisa de riegos.

No. Ni por ser un fruto que en otro tiempo mató el hambre a los pobres en Cuba, hoy es posible que los cubanos pobres atenúen sus hambres con un dulce o un “chocolate” de marañón, planta hoy escasa, de frutos carísimos. “En los distritos de tierra pobre donde abunda el marañón, los vecinos muelen la semilla tostada y hacen un chocolate que resulta muy agradable y nutritivo”, dijo allá por los años cuarenta del pasado siglo Alberto Fors, que puede considerarse el padre de la silvicultura cubana.

Y no de balde en el campo cubano al alelado solía decírsele que si “estaba pensando en los marañones de la estancia”, porque esta planta además de frutas, produce madera, resinas y aceites, pudiendo elaborarse turrones también a partir de las semillas tostadas. Pero el marañón hoy aunque escaso, quizás tenga un resurgir en Cuba por efecto de “mono”, y cuando digo efecto de “mono”, quiero decir imitativo, de clan.

Resulta que a las ya conocidas bondades del marañón ahora se le añade otra y, quizás, sea su cualidad más importante. Siendo árbol de hojas perennes, tiene gran capacidad restauradora de ecosistemas severamente contaminados por labores industriales, como la prospección petrolera.

Como se sabe, por estar ahora muy en boga, no sólo por su utilidad para el medioambiente, sino también por las compensaciones económicas que de esas plantaciones resultan para personas y empresas dedicadas a esas tareas, ciertos árboles, perennifolios, siempre verdes, utilizando la energía de radiación solar, convierten el CO2 atmosférico en compuestos orgánicos, y en este caso, se ha descubierto que el marañón (anacardium occidentalis), que en Venezuela llaman merey, tiene gran capacidad para el secuestro de metales pesados mediante la fotosíntesis, liberando agua y oxígeno.

Nicolás Maduro y cofradía están distribuyendo (lo que es muy bueno) posturas de marañón por las consabidas zonas contaminadas de Venezuela, por lo que no sería raro que –por efecto mono (lo que es muy malo)– Miguel Díaz-Canel y sus cofrades comiencen una campaña para llenar a Cuba de “merey”, mientras los árboles frutales que sembraron nuestros abuelos y padres, los anones, guanábanas, mameyes, ciruelas, anoncillos, tamarindo y nísperos, terminen por desaparecer.

Y no sería raro en un país que de tanto cantar cívicamente terminó afónico, ni cantando ni comiendo frutas.

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