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Cuba: ¡el último, el de la peste!

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Cuba: ¡el último, el de la peste!
Cuba: ¡el último, el de la peste!

LA HABANA, Cuba. – El régimen habla de 10 millones de habitantes. Sospechamos que somos menos porque las ausencias en nuestros barrios son notables, y los que le han echado cuentas al asunto —con datos más serios, que no se reducen a las bajas de la Oficoda— han calculado que vamos quedando poco más de 8 millones, con tendencia a seguir disminuyendo rumbo a la despoblación, en tanto solo quedará en Cuba un par de millones de ancianos que quizás tendrán por compañía otro par de millones de cuarentones y cincuentones que por determinadas razones no querrán o no podrán escapar.

Es evidente que no se trata de procesos migratorios y de despoblación “normales” (como quieren los comunistas que asumamos), sino de un zafarrancho, una estampida al estilo de aquel juego infantil donde alguien gritaba “¡El último, el de la peste!”, y todos abandonaban el lugar a la carrera. 

Eso es exactamente lo que está pasando en Cuba ahora y no hay “estrategia comunicacional” ni “trabajo político” capaz de detenerlo porque ya se agotaron todas las alternativas de sobrevivencia: va quedando muy poco que robar en las empresas estatales; el turismo no acaba de remontar y el que llega no es “jineteable”; se ha vuelto evidente que no dejarán que surja, prospere y se organice un sector privado con capacidad para convertirse en fuerza política, y el régimen responde con más represión a los reclamos populares, incluso en su desesperación pacta con el Kremlin en un momento cuando lo más prudente para cualquier gobierno sería mantenerse a buena distancia de la locura rusa. 

Cuba es un barco que hace aguas y nadie quiere hundirse con él. Se habla incluso de personal diplomático que no retorna a la Isla, de decenas que han huido de las embajadas y consulados, de falta de confianza más que de personal para reemplazarlo, y hasta de funcionarios en el exterior que rezan por que prorroguen sus misiones por tal de no regresar ellos ni sus hijos a este país que representan oficialmente pero que a la vez, en silencio, consideran un infierno.

He escuchado a más de un vecino y amigo hablar de cómo ya no reúnen dinero para la fiesta de los 15 años de sus hijos, o para comprarles un teléfono o una moto como regalo de graduación, sino para que puedan emigrar y ponerse a salvo antes de que sea demasiado tarde. Nadie quiere legar el fracaso a su descendencia, y si nos ponemos a hablar de “invertir” dinero en un país donde todo negocio fracasa, la mejor inversión de todas es ayudarlos a huir.   

Así, el futuro del socialismo “próspero y sostenible” no “pinta” nada bien para una Cuba que, a juzgar por los lugares diversos y dispersos del mundo donde vivirá la mayoría absoluta de su población, será una verdadera nación en la diáspora, que si llegara a coordinarse bien y organizarse —aprovechando las bondades de las tecnologías y las redes sociales—, podría hasta reclamar con total acierto ante las Naciones Unidas el derecho a ser reconocida como la más legítima y auténtica Cuba, quedando el archipiélago así nombrado como una curiosidad geográfica e histórica del pasado, un trozo de tierra en medio del mar Caribe donde alguna vez existiera un país. 

Esto que ahora digo como fantasía pero que cada día tiende a convertirse en posibilidad real, lo saben o al menos lo intuyen con mucho miedo quienes han ordenado redactar a toda prisa una ley con la que pueden otorgar o retirar la ciudadanía a conveniencia, como si fuese un premio y no un derecho, y ya pronto veremos, en el momento cuando se vean perdidos, cómo la usarán como castigo así como usan las deportaciones y las prohibiciones de salida, las negativas de entrada al país, contra los más desobedientes. 

¿Se atreverán a usarla ahora, durante los Juegos Olímpicos, también contra deportistas “desertores”? ¿Y contra los médicos que se nieguen a continuar siendo “comercializados”? Porque el concepto de “ciudadanía” para los comunistas es, lamentablemente, sinónimo de “propiedad”. Así como lo es el concepto de “país”, y es quizás por eso que intentan apropiárselo como “marca”, previendo lo que ocurrirá cuando los leales y represores sean pocos “adentro” y los disidentes sean muchísimos “afuera”.  

De continuar las cosas por donde van, no pasará mucho tiempo para que asistamos a ese momento ficticio, simbólico, en que apagar definitivamente el faro de El Morro deje de ser motivo de risas para convertirse en una realidad que nos saque las lágrimas a todos. 

Cuba fue un país hasta que el castrismo con sus egoísmos, incapacidades y fracasos lo transformó en un espacio inhóspito, incómodo, salvaje y miserable donde ni siquiera los jefazos mismos desean permanecer, y la prueba está en los rostros felices, divertidos, rozagantes que exhiben cuando viajan al exterior, en contraste con las caras “de tranca” que muestran en sus recorridos por las provincias y municipios.   

Y prueba también hay en los miles de represores, policías, militares, “cuadros”, jueces, fiscales, “dirigentes”, directivos, voceros, hijitos de papá y demás cómplices del régimen que se han marchado desde siempre, y además los que por estos días esperan por asilo político en la frontera o en el campamento de refugiados a donde han huido, después de machucar las vidas de millones de cubanas y cubanos a los que ahora ruegan por piedad, perdón y olvido.

Cada día, y con cada ley, con cada decreto, con cada experimento económico e improvisación, con cada congreso del PCC, con cada cacería de brujas y “orden de combate”, Cuba se aproxima más a convertirse en un barco abandonado al que los amantes de los naufragios se acercarán como hoy lo hacen —por morbosidad o curiosidad—  con los restos del Titanic. Esperemos entonces, casi como un milagro, a que de la tripulación o de los pasajeros surjan quienes tomen a tiempo el timón y lleven esta pobre nave a aguas menos turbulentas.      

ARTÍCULO DE OPINIÓN Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

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