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Conozca el extranjero primero y a Cuba después

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Conozca el extranjero primero y a Cuba después
Conozca el extranjero primero y a Cuba después

Antes de 1959 sonaba constantemente en la radio un tema compuesto por Eduardo Saborit, que Ramón Veloz cantaba con recia voz: “Conozca a Cuba primero y el extranjero después”.

Era una invitación a valorar nuestras riquezas, a reconocer la belleza de una isla que impresionó a Cristóbal Colón (y eso que él venía “de afuera”), a agrandar el patriotismo, el sentido de pertenencia y comprobar que la isla estaba levantando vuelo hacia otras dimensiones mundiales. Que tenía el interior muy bonito, y el exterior también, y que los habitantes de ese tesoro debían recorrer el país, disfrutar cada rincón y entender la felicidad de los taínos, siboneyes, guayabos blancos y cayos redondos. Y, si podían, ser como ellos. Cosa esta que solamente se está logrando ahora, con muchos sacrificios.

Pero había un problema. A Saborit no se le podía hacer mucho caso, porque en otro temita, con cierto pelo patriótico, decía: 

Oye, tú que dices que tu patria no es tan linda,
Oye, tú que dices que lo tuyo no es tan bello,
yo te invito a que busques por el mundo
Otro cielo tan azul, como tu cielo. 
Una luna tan brillante como aquella, que se filtre en la dulzura de la caña,
un Fidel que vibra en la montaña, un rubí, cinco franjas, y una estrella.

El rubí, la luna brillante, las cinco franjas y la estrella estaban bien. Pero ya cuando metió a Fidel, afeó el paisaje, lo echó a perder para siempre, porque fue Fidel quien acabó con la luna, la montaña, las cinco franjas y la dulzura de la caña, o peor, extinguió la caña para siempre con sus vibraciones a cualquier hora del día o de la noche. 

Dicho eso, muchísimos países en el mundo respiraron aliviados mirando sus cielos feos, sus lunas carcomidas, porque no tenían un Fidel vibrando en la montaña, y eso les daba tranquilidad y le permitía a sus  habitantes buscar por el resto del orbe, para decidir por ellos mismos qué cielo les acomodaba mejor, hubiera luna o no. Sin embargo, en aquel entonces todavía tenían los cubanos ganas de conocer a Cuba primero. Por eso Saborit se atrevió a retarlos a buscar otros cielos, para comparar y quedarse con el suyo propio, el que estaba encima de la isla, hasta que los inventos sin sentido del Delirante en jefe comenzaron a desteñir el tono azul del techo de Cuba.

Lo primero que sucedió es que daba lo mismo el sitio donde habitaras o el rincón que miraras. Todo se fue volviendo gris, aunque primero se puso verde, pero no el verde hermoso que tienen las praderas en las películas, sino el verde olivo repugnante que huele a guerra, a combate, a arrastrarse por la tierra y llegar a tener cara de imbécil esperando un enemigo con el que te asustan desde que naces. Un verde-caca.

Al principio había una alegría desbordante y un entusiasmo desbordado por conocer a Cuba primero, porque todavía el extranjero quedaba muy lejos y era malo. Y a la gente común, que era lo que se llama el cubano de a pie, aquel nuevo gobierno empezó a enviarlo a estudiar, a trabajar, a alfabetizar o a combatir en lugares remotos de esa isla que debía conocer y querer, para comprobar que era cierto lo que proponía Eduardo Saborit como un reto. La intención era que el pueblo estuviera en cualquier parte de la isla, menos en su casa.

La gente se veía de pronto en las estribaciones del Escambray o en Minas del Frío, desyerbando, sembrando, haciendo guardia. Durmiendo en lugares inhóspitos y peligrosos, que les iban quitando los deseos de conocer a Cuba primero y al extranjero después. Todo se parecía o era lo mismo. Y no importaba el lugar donde pretendieras esconderte para relajarte, hasta allí llegaba la voz de ese que vibraba en la montaña, y la gente se preguntaba para qué rayos había bajado, si estaba mejor allí, y podía vibrar todo lo que le diera la gana sin jeringarle la vida a los demás. 

Era que aquel vibrador había salvado a Cuba. La gente se alegró muchísimo y tuvo que pasar mucho tiempo para que comenzaran a preguntarse de qué la había salvado, y si no hubiera sido mejor que la dejaran tranquila, si tenía el cielo azul, la luna brillante y dulzura en la caña. Todo eso lo perdió, porque había llegado la revolución, su revolución, y la caña no podía ser dulce porque eso dañaba la salud y era de bitongos, y la luna brillante era mala para camuflarse en la trinchera esperando al enemigo imperial. Hasta el cielo tan azul resultaba algo negativo, porque así era como lo tenían los burgueses de antes y recordaba el pasado.

Entonces fue que, lentamente, en silencio, como había indicado acertadamente José Martí (que perdió el pelo cuando el vibrador de la montaña comenzó a utilizarlo en beneficio propio), los cubanos comenzaron a darse cuenta de que un poquito después del horizonte, tal vez había otra vida, o tal vez era la vida real, la que se veía en cualquier película que no fuera soviética. 

Y en ellas, la gente compraba en los mercados cosas para comer, y entraban en los bares y había bebidas, y el que podía pagarlo, tenía un carro, y los que no, se montaban en los metros, o trenes o autobuses, y hasta había taxis que iban hacia donde tú les decías. Y lo más importante, el cielo era igual de azul que cuando lo metió Saborit en su cancioncita. Y uno no perdía nada soñando caminar por Paris o Madrid; sentarse en un paseo de New York o Barcelona y fumarse un cigarro, no los que te tocaban por una cuota que inventó el que salvó a Cuba. Y valía la pena conocer eso a aventurarse a viajar a Puriales de Caujerí, o Bolondrón, o Puerta de Golpe, si en cualquier lugar te daban golpes en la puerta, porque sospechaban que le estabas perdiendo el cariño al Fidel que vibra en la montaña.

Comenzó a cambiar todo, y mientras más malo se ponía, era por culpa del bloqueo y no porque los que habían salvado a la patria eran unos bestias llenos de envidias y rencores, y nada funcionaba, porque la cosa era sufrir, y mientras más se sufría, más derecho tenías a colgar un diploma en la pared, aunque la pared estuviera a punto de derrumbarse. Lo más impresionante es que ya a nadie le importaba conocer a Cuba primero. Si había que comparar la isla con otra cosa, Centro Habana tenía menos agua que el desierto de Gobi, y posiblemente en Gobi hubiera más luz y menos imbéciles. 

El vibrador se apagó por suerte, muy tarde, por desgracia. Pero siguen los desmanes: “Lis Cuesta, la esposa de Miguel Díaz-Canel, inauguró un evento de lujo que intenta promover la culinaria cubana. El embajador de España en la isla dijo en la inauguración que: “La idea es que la gente diga: ‘Voy a La Habana a comer, porque se come muy bien'”. 

Pero nadie dice nada de los cientos de miles de cubanos que se van a comer en otra parte. Es lo que antes se conocía como “ir a comer fuera”.

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