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Con el grito “¡Seremos como el Che!” se intentó erradicar el espíritu de Jesús

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Con el grito “¡Seremos como el Che!” se intentó erradicar el espíritu de Jesús

Por si alguien me preguntara a qué personaje de la historia universal deberíamos tomar como ejemplo de conducta a seguir, no vacilaría ni un segundo en contestar: al Jesús verdadero.

Jesús no solo practicaba la no violencia en sus actos, sino, además, en sus palabras. Jamás maldijo a nadie, ni siquiera a aquellos que lo sometieron a torturas, azotes, burlas, coronas de espinas, y finalmente, a la crucifixión. Por el contrario, pidió a Dios que tuviera indulgencia con ellos: “Perdónalos, Dios mío, porque no saben lo que hacen”. Hoy muchos que se dicen cristianos manifiestan que solo merecen perdón quienes se arrepientan de sus pecados, pero aquellos soldados que se discutían con dados la túnica de Jesús al pie de la cruz, no se arrepentían de nada, y menos quien lo había condenado a aquel horrible tormento.

Jesús lo había predicado en el Sermón de la Montaña: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio …Oísteis que fue dicho, amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. Y con esta fórmula verbal, “oísteis… pero yo os digo”, estaba rechazando el paradigma de un mundo decadente, el de “los antiguos”, y al mismo tiempo anunciando el “Nuevo Pacto” del mundo que aún estaba por nacer y cuya semilla iría germinando, a lo largo de dos milenios, un nuevo paradigma que él resumiría en pocas palabras: “Amad los unos a los otros como yo os he amado”.

Y dos mil años después, tanto Gandhi como Martin Luther King, lograron sin violencia ni odio, el triunfo de sus causas justas, el primero, la independencia de la India, y el segundo, el respeto de los derechos civiles en Estados Unidos. Y ambos reconocieron que se inspiraron en Jesús para sus luchas no violentas. Luther King resaltaba esta conexión: “Gandhi fue el primer hombre de la historia que situó la ética del amor de Jesús por encima de la simple relación individual, elevándola en gran escala a una potencia formidable y socialmente eficaz. El amor fue para Gandhi un poderoso medio de transformación social y colectiva. En su método basado en el amor y en el empleo de la no violencia, descubrí la vía para una reforma social que había buscado durante tantos meses”.

Y dos mil años después, tanto Gandhi como Martin Luther King, lograron sin violencia ni odio, el triunfo de sus causas justas

Y, sin embargo, alguien del mismo siglo, en su combate por lo que creía justo, enarbolaba “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo”. El odio, decía, convierte al que lucha, “en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Y en las escuelas cubanas, para crear al “hombre nuevo” al que se aspiraba, se instaba a los niños a ser como él y gritar: “¡Seremos como el Che!” Y se intentaba erradicar, en todas partes, el espíritu de Jesús. Pero como el odio destruye, así como el amor construye, y el odio se impuso en todas partes en ese país con sus secuelas de patíbulos, cárceles y destierros, todo se ha ido derrumbando en una sociedad enferma que contagió de odio incluso a muchos de aquellos mismos que intentaron derrocarlo.

Si con odio te enfrentas a un monstruo, la monstruosidad hará presa en ti y entonces serán dos los monstruos. Ningún intento violento pudo fructificar para poner fin a ese régimen de oprobios, ninguna conspiración, ningún alzamiento, ningún desembarco. Y en cambio, media docena de hombres casi desnudos y entre rejas, inició una lucha pacífica tan desigual como nunca la había habido. No practicaron la violencia, ni siquiera la violencia verbal. En sus denuncias no se condenaba a los represores con palabras altisonantes, no se les satanizaba. Solo se describían los desafueros perpetrados, y los que leían sacaban sus propias conclusiones. No se insultaba a los carceleros, sino que se les hablaba las verdades como a un padre o a un hermano que había extraviado el rumbo, y las palabras calaban hondo. Y así como logró sentar a ese gobierno en el banquillo de los acusados en Ginebra por sus violaciones de derechos humanos, ese núcleo se convirtió en la célula madre de un amplio movimiento nacional de muchas agrupaciones pacíficas, de defensa de derechos humanos, de defensa de los religiosos, de los artistas, de periodistas independientes, de las mujeres, del medio ambiente, de los trabajadores, el único movimiento que ese poder no ha podido nunca derrotar.

Uno de sus fundadores, Gustavo Arcos Bergnes, luego secretario general del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, había pasado varios años incomunicado en una celda aislada, y sin embargo, jamás sintió odio por nadie. Y Oswaldo Payá Sardiñas, líder del Movimiento Cristiano de Liberación, cuando un represor se le acercó intimidante y amenazante, le respondió: “Hermano, yo no te odio, pero no te tengo miedo”.

Jesús ha sido un ejemplo vivo que deberíamos imitar, tanto para una vida armoniosa entre todos los seres humanos como para la lucha de los que aspiran a un mundo mejor

Jesús ha sido un ejemplo vivo que deberíamos imitar, tanto para una vida armoniosa entre todos los seres humanos como para la lucha de los que aspiran a un mundo mejor. No hay nada más antagónico con el espíritu de su mensaje que el militarismo, el armamentismo y las políticas belicistas de muchos gobernantes, algunos de los cuales se autoproclaman “cristianos”. Si todos siguiéramos su ejemplo, no habría más guerras, y por tanto, tampoco ejércitos, por lo que podríamos, con los recursos con que gastamos en armas, comprar tractores para hacer producir la tierra y llenar los platos de todos los que padecen hambre en este mundo. En el Sermón de la Montaña Jesús pronunció frases como éstas: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad… Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios….” (Mateo 5:5 y 9).

Seamos como Jesús. Ese es y no otro, el hombre nuevo que necesitamos. Y esto es válido para todos los pueblos, sin que nadie tenga que renunciar a sus creencias, tanto para judíos como para musulmanes y budistas. El propio Gandhi, que nunca dejó de ser hinduista, se expresaba así de Jesús: “Las vidas de todas las personas han quedado más o menos cambiadas por su presencia, por sus acciones y por las palabras pronunciadas por su voz divina. Yo creo que Jesús pertenece no sólo al cristianismo, sino al mundo entero, a todas las razas y a todos los pueblos”.

Solo con ese espíritu podrá reinar la reconciliación en su propia tierra entre judíos y palestinos a los que él habría apoyado, tanto a unos como a los otros, contra todos los gobiernos terroristas que los han dividido, y en todo el mundo dejar para siempre las guerras como memorias nefastas de los tiempos en que el ser humano fue capaz de tantas monstruosidades, y todos los pueblos disipar las tinieblas para abrirse paso a un despertar luminoso.

Todos somos hermanos de la misma tierra.

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