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Caso Víctor Manuel Rocha: precisiones técnico-operativas (II)

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Caso Víctor Manuel Rocha: precisiones técnico-operativas (II)
Caso Víctor Manuel Rocha: precisiones técnico-operativas (II)

LAS TUNAS, Cuba. — Criminalistas especializados en labores de espionaje y contraespionaje organizados como equipos multidisciplinarios de inteligencia humana, dotados con técnicas operativas avanzadas y asistidos de inteligencia artificial y hasta de médiums también hubieran demorado esclarecer el presunto caso de espionaje del exembajador Víctor Manuel Rocha, sonsacado de la misma forma sencilla que fue atrapado otro diplomático-espía, Walter Kendall Myer, cuando en 2009 un agente de los servicios secretos estadounidense, haciéndose pasar por un oficial de la inteligencia castrocomunista, se le acercó y, felicitándolo por su cumpleaños, le pidió contactar con él, del mismo modo que sucedió con Rocha ahora. Pero en estas labores no hay casualidades, sino medidas activas y combinaciones operativas para hacer ver lo real como casualidad.

Desde mediados de los años noventa ya el Gobierno de Estados Unidos poseía las herramientas operativas —concretamente, claves de la “octava” (unidades de cifrado) del Ministerio del Interior (MININT)— para la transmisión y recepción de información clasificada que, entre otras acciones, le permitieron cortar las actividades de espionaje de la Red Avispa en 1998, de Ana Belén Montes en 2001 y del matrimonio Walter Kendall y Gwendolyn Myer en 2009… ¿Si según la acusación fiscal Víctor Manuel Rocha llevaba cuarenta años reclutado como agente del castrocomunismo, por qué no operaron contra él antes, demorando esa acción hasta estos días? Razones tendrá el contraespionaje estadounidense. Y razones de calado hondo serán.

Aún así, se han aventurado opiniones donde se ha dicho que al parecer a Rocha lo “quemaron”, como mismo ocurrió el “desmantelamiento” de la Red Avispa, cuando, buscando acercarse a la administración Clinton, Fidel Castro “filtró” informaciones sobre sus espías al FBI. Esa opinión, creíble, incluso hace algunos años —yo mismo la creí como un mal manejo de información secreta, que suele ser de difícil preservación porque, en ocasiones, sólo dos personas conocen de un hecho, y si se divulga es porque uno de los dos boqueó— hoy carece de todo fundamento.

Cuando el escritor Gabriel García Márquez sirvió de correo secreto —y que exactamente cumplió el encargo entre las 11:15 de la mañana y las 12:05 del mediodía del miércoles 6 de mayo de 1998, que fue cuando Thomas Mack McLarty, asesor del presidente Clinton, haciéndose acompañar por tres directivos del Consejo de Seguridad Nacional, recibió de manos del Premio Nobel colombiano el mensaje de de Fidel Castro (1998)— ya hacía casi tres años (1995) que el FBI venía observando y monitoreando las comunicaciones de los integrantes de la Red Avispa, y no precisamente porque desde su llegada a Estados Unidos, en junio de 1993, dos de ellos, un matrimonio, había contactado a el FBI y confesado su misión, convirtiéndose así en agentes dobles, por lo que cuatro años antes de Fidel Castro proponer colaboración a Clinton, ya en mayo de 1994, cuando el jefe de la red de espías Gerardo Hernández contactó con uno de los doble agentes, el despliegue de una red de espías cubanos en territorio estadounidense inmediatamente fue de conocimiento del FBI, pero, en esa fecha, todavía sin precisarse ni la cantidad de agentes ni su dislocación, información que sería inaccesible para el agente doble dada la compartimentación en la red.

Incluso en 2012, en la primera edición del libro Los últimos soldados de la Guerra Fría, publicada por la editorial Arte y Literatura, su autor, Fernando Morais, tituló uno de los capítulos con esta afirmación: “A mediados de 1995, la Red Avispa tiene trece cubanos infiltrados en organizaciones anticastristas, pero el FBI los tiene vigilados”, y en la página 90 el autor brasileño dice: “Un espeso e impenetrable secreto dejaría una pregunta sin respuesta: ¿qué caminos habría recorrido la policía norteamericana para llegar a los agentes secretos?” El escritor hace esa interrogante porque o no quiso ver o los oficiales cubanos que desclasificaron información para él en Villa Marista, cuartel general de operaciones de la Seguridad del Estado, no le mostraron los expedientes de investigación operativa ni de instrucción penal iniciados en noviembre de 1995 contra uno de sus propios compañeros, un “clavista”, entiéndase un criptógrafo, acusado de revelación de secretos concernientes a la seguridad del Estado y espionaje, o dicho más simple: por revelar a la CIA las claves de cifrado y descifrado para la comunicación de la Dirección de Inteligencia con su agentura.

Periódicos de todo el mundo e incluso oficiales de contraespionaje de Estados Unidos han reconocido el mérito de esa persona que pasó 20 años en la cárcel, un oficial de “cifras”, o de la “octava”, como en esa época solía llamarse a las unidades de “claves” y a sus “clavistas”, (en jerga operativa no se hablaba ni de criptología ni de criptógrafos) adscritos desde las delegaciones provinciales del MININT hasta las direcciones nacionales y el propio ministerio. Y repito, ese oficial de cifras, en el proceso investigativo y penal seguido en contra suya, siempre se declaró inocente y al día de hoy, que sepa yo, de forma pública no ha dicho una palabra acerca de su colaboración con la CIA, aunque durante el deshielo de 2014, y sin mencionar su nombre, el mismo presidente Obama lo honró como un importante colaborador de su país, canjeado por tres espías de la Red Avispa, mientras el general Raúl Castro dijo de un “espía” liberado y luego, como de contra, de dádiva, mencionó la liberación del contratista Alan Gross.

Esto quiere decir que, si desde mediados de 1995, tiempo en que la CIA obtuvo y activó las claves que permitieron descifrar y capturar a la Red Avispa, a Ana Belén Montes y al matrimonio Myer, si en esa época y durante su presunta labor de espionaje para el régimen castrocomunista el señor Víctor Manuel Rocha se comunicó de forma escrita o radiofónica con el oficial operativo que lo dirigió, estando él en Estados Unidos, México, Bolivia, Argentina, Panamá, República Dominicana, Cuba o en cualquier lugar del mundo, el FBI supo que era un espía desde el mismo instante que obtuvo y descifró sus mensajes, por los dos canales: de él al oficial operativo y del oficial operativo a él, el agente.

¿Por qué no detuvieron al señor Rocha? Esa es una interrogante de disímiles respuestas, pero que sólo los oficiales y el fiscal que llevan el caso, subordinados al Gobierno de los Estados Unidos, y el poder judicial de ese país pueden responder. Razones diversas pudieron ser, como “darle cordel” para operar contra otros agentes y esclarecer otros casos. Pero no creo que ninguna de las razones de tan demorada operación fuera por ineptitud del contraespionaje estadounidense o por infalible el espionaje castrocomunista. En todo caso, no vale la pena conjeturar cuando ya hay un proceso judicial en curso. Esperemos. Ya dirá el juez.

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